El Gòtic: vecindario en peligro de extinción

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En el último capítulo de sus análisis sobre la relación entre la ciudad y el capitalismo, el investigador Agustín Cócola ha publicado un demoledor informe sobre la situación actual en el Gòtic de Barcelona, centrado en los efectos que el desarrollo del turismo masivo tiene en la zona sobre la población residencial. Las conclusiones de su estudio, fechado en febrero de 2016 y titulado Apartamentos turísticos, hoteles y desplazamiento de población, permiten reflexionar sobre el vínculo existente entre turistización, tematización, especulación y desplazamiento poblacional, en un proceso marcado por una alianza público-privada que ha acabado por reconvertir amplias zonas de Ciutat Vella en lugares que desprecian la vida vecinal en todas sus dimensiones y están orientadas cada vez más exclusivamente al visitante ocasional.

Cócola conoce bien la historia del Gòtic. De hecho, en su primer trabajo sobre el barrio —El barrio Gótico de Barcelona: planificación del pasado e imagen de marca, editado en 2011—, sacó a la luz hasta qué punto ese lugar había sido fruto de los sueños húmedos de la burguesía catalana durante los primeros años del siglo xx. Aquella operación, de gran magnitud, fue uno de los primeros movimientos orquestados desde las élites para hacer de Barcelona un destino turístico en el ámbito europeo. Visto en perspectiva, ese barrio artificial, pensado para ser visitado y admirado, constituye la prehistoria del proceso de disneyficación que hoy amenaza con convertir el centro histórico de la ciudad en un centro comercial.

«Quizá sea oportuno recordar que se trata de un proceso histórico —afirma Cócola, preguntado por la relación entre ambos estudios. En aquel entonces ya se veía que esa deriva tenía consecuencias sociales como derribos de viviendas degradadas y traslado de población o criminalización de la mendicidad. Estas consecuencias han sido aceleradas en las últimas décadas y adoptan nuevas formas. Me refiero al proceso en el cual el capital conquista un barrio y lo usa como fuente de beneficios que son incompatibles con la vida residencial.»

En este último informe, que incorpora datos censales, estadísticas y entrevistas con vecinas y ex vecinas del barrio Gòtic, se describen hasta tres modalidades de desplazamiento de población derivadas de la dinámica apartamento-hotelera. «Hay un desplazamiento directo, cuando una persona tiene que irse de su casa porque van a construir un hotel o un apartamento turístico. No sólo porque los echan, también se van “voluntariamente”, porque la convivencia con turistas es imposible. Hay gente que vende y se va. Pero los compradores son sólo inversores turísticos. No entran vecinos nuevos, porque nadie va a vivir en edificios que en realidad son albergues. Esto genera una especie de desplazamiento colectivo, es decir, una sustitución de la vida residencial por el turismo. Y también se da el desplazamiento por exclusión. El desplazamiento no es sólo huida. Es también imposibilidad de acceder a una vivienda. Las pocas viviendas para residentes que quedan en el mercado han aumentado mucho de precio y son imposibles de pagar con salarios locales. Quienes entran son también turistas de larga estancia; segundas residencias y mucha población flotante.»

Camas de hotel en los barrios de Ciutat Vella (2015)

Una «mina de oro»

La aparición de pisos turísticos en una finca suele provocar un proceso de desplazamiento lento, que a menudo se plasma cuando el uso turístico del inmueble cuenta ya con mayoría en la comunidad y las derramas se disparan hasta volverse inasumibles para los vecinos tradicionales. En cambio, la apertura de un hotel supone otro tipo de impacto; suele implicar la transformación de un edificio entero de viviendas en alojamientos turísticos. Sólo en el Gòtic, y desde el año 2000, la proliferación de hoteles ha supuesto eliminar del mercado casi mil viviendas. En la construcción de hoteles se registra una fuerte inversión extranjera (en 2014 alcanzaba el 65 %) y el vecino es las más de las veces un obstáculo para el negocio. Las estrategias para echarles han cubierto un amplísimo abanico: desde el «¡Usted vive sobre una mina de oro!» —anuncio que animaba a la venta durante la década de los noventa del siglo xx— hasta múltiples casos de acoso directo, como los tristemente célebres cortes de luz y aguaen las viviendas.

El resultado de estas últimas décadas ha sido un proceso continuado de pérdida de población y su paulatina sustitución por población flotante. La destrucción del parque de vivienda es un factor central, pero también influye —como destaca el informe— una importante pérdida de calidad de vida en la cotidianidad. «Muchos vecinos se están yendo porque es imposible convivir, porque ya no tienen los servicios que necesitan y porque ven que ya no pertenecen a un barrio dominado por visitantes. Y, en ese ambiente, nuevos vecinos no entran», subraya Cócola. Estadísticamente, el informe muestra cómo, en el Gòtic, se ha llegado prácticamente a una proporción de 1 a 1; es decir que existen tantas camas disponibles para turistas como para residentes. La cifra, de lejos la más sangrante en el conjunto de barrios de Barcelona, seguirá muy probablemente agravándose dada la clara tendencia del Gòtic a perder población y la existencia de diferentes proyectos hoteleros en plena construcción (calles Magdalenes y Riudarenes, tres proyectos en el Passeig Colom…).

Especies en peligro

En el informe se hace referencia también al declive pronunciado de la «cultura de la vecindad», situación que supo expresarse bien en una pancarta que se ha visto en Ciutat Vella en movilizaciones de todo tipo durante los últimos años: «Veïns i veïnes: una espècie en perill dʼextinció». Según Agustín Cócola, «el turismo está acelerando otros procesos que ya existían en el barrio. El paso de vivienda a uso turístico elimina miles de apartamentos del mercado y hoy sabemos que las zonas donde existe más alojamiento turístico son las áreas donde el precio de la vivienda ha aumentado más en los últimos dos o tres años. Esto permite sólo la llegada de residentes con altos ingresos y esa “extinción” del vecino tradicional. Pero no es consecuencia únicamente del turismo, sino de la especulación inmobiliaria y de la gestión neoliberal de la sociedad. Está causado por el hecho de haber introducido la vivienda en el mercado como si se tratase de una mercancía cualquiera, sin importar el hecho de que en realidad se trate de una necesidad básica.

»Se produce lo que comúnmente se conoce como gentrificación” prosigue el investigador—, producción de vivienda para grupos medios o altos, mientras el residente tradicional de bajos ingresos se ve desplazado. La liberalización de los alquileres en las décadas de 1980 y 1990, y la consecuente desprotección del inquilino, generó una gran “oportunidad” para inversores. Y por eso la expulsión a través del mobbing fue una práctica común a finales de los noventa y principios de los 2000. Todo ello existía ya antes de la avalancha turística, pero ahora el turismo lo está reforzando».

Concentración de habitaciones de hotel por distrito (2015)

La ideología del turismo

Hace ya tiempo que miles de turistas se pasean por el Gòtic y que los visitantes más despistados, tras los paraguas de los guías, son capaces de preguntar a qué hora cierra el barrio. Hace ya tiempo que su impacto es muy perceptible tanto a pie de calle como casa por casa. Pero informes con enfoques como el de Cócola, que permiten hacer un mínimo mapa de situación —y que muestran hasta qué punto la situación social es crítica— son toda una rareza.

En alguno de sus últimos artículos, el investigador explica esa falta de análisis alrededor de estas cuestiones, refiriéndose a lo que ha dado en llamar «ideología del turismo». «La “ideología del turismo” —apunta Cócola— es la construcción de un discurso según el cual el crecimiento de algunas empresas beneficia al conjunto de la sociedad y, por lo tanto, todos debemos trabajar por ello y sentirnos orgullosos de un proyecto supuestamente común.» En el caso del turismo, no hay semana sin estudios, informes y cifras interesadas sobre las supuestas bondades del sector. «No son cifras casuales. Se destinan muchos recursos a recopilar datos sobre las ventajas del crecimiento ilimitado, porque el capitalismo depende de ello —afirma—. Pero si preguntas cuánto contamina el turismo y quién paga esos daños, no hay datos. Si preguntas cómo se distribuyen los ingresos, no hay datos. Si preguntas cuánto gasta el consistorio en mantenimiento, debido al uso excesivo de la ciudad, no hay datos. Tal vez el capital que quede en la ciudad sea menor que los gastos que genera, pero no lo sabemos. Lo que queda aquí es polución, limosna y puestos de trabajo precarios que conllevan un gran desgaste físico y, por lo tanto, a la larga conllevarán un gran gasto en sanidad. ¿Es eso sostenible? Posiblemente no. Más bien es un traspaso de fondos públicos a grandes inversores. Pero la ideología del turismo tiene el poder de hacernos creer que esa es la única vía. Es un ejemplo de la vieja frase de Marx de que las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes.»

Un dilema irresoluble

Desde el pasado año, la sostenibilidad del modelo se ha ido situando en el centro del debate, en buena medida gracias al surgimiento de protestas organizadas, con la Barceloneta como toc dʼinici y la formación posterior de la Assemblea de Barris per un Turisme Sostenible (ABTS). Sin embargo, el Gòtic, el barrio más afectado por la masificación turística en Ciutat Vella, permanece casi en silencio. Cócola tiene claros los motivos: «En el Gòtic la poca respuesta que hay es producto de una gentrificación previa. Los que han entrado a vivir en el barrio en los últimos diez o veinte años son, por un lado, jóvenes o familias de clase media y, por otro, extranjeros de países del norte de Europa. Estos grupos, por lo general, están lejos del mundo asociativo. Los que tenían más sentido de pertenencia al barrio y más motivos para defenderlo se han ido marchando. Los que quedan y se movilizan son muy pocos y se ven aislados. Aun así, después del 15M, han surgido nuevos lazos y colectivos que hace diez años no existían».

La ciudad turistizada deviene pez (globo) que se muerde la cola: «Como ocurrió con la burbuja inmobiliaria, la industria turística también se mantiene gracias a un proceso especulativo y no gracias a una demanda real. La inversión está sostenida en la ilusión de que el número de visitantes seguirá creciendo. Pero el sector de la construcción, que ha encontrado en el turismo su mercado poscrisis, está reproduciendo una situación bastante similar a la que provocó el estallido de la burbuja anterior. Para mantener los actuales niveles de ocupación y beneficio, Barcelona tendrá que aumentar su promoción, estimular la demanda y, por lo tanto, dar cabida a más visitantes. En caso contrario, habrá una oferta excesiva de alojamiento, lo que implicaría una crisis en el sector, y otra vez se generará una deuda que alguien tendrá que pagar, ya que, como en el caso de la burbuja inmobiliaria, la construcción de alojamiento se basa en el crédito». Barcelona se encuentra así ante un difícil dilema, concluye: «Si el turismo no crece, la burbuja podría estallar provocando una nueva crisis. Pero ahora sabemos que ese crecimiento genera desigualdad y no es ambiental ni socialmente sostenible».

Más info:

CÓCOLA, A. (2011): El barrio gótico de Barcelona: planificación del pasado e imagen de marca, Madroño, Barcelona.

CÓCOLA, A. (2016): Apartamentos turísticos, hoteles y desplazamiento de población