«No entiendo cuando los profesionales o las entidades hablan de “nuestros chicos”. No son de nadie, son de ellos mismos»

La historia de Susi es la de una joven del Raval que tuvo la suerte de encontrarse en el lugar y en el momento indicado… No. La suya es la de una chica que supo entender que, si ella quería, se esforzaba y miraba con la cabeza alta, como sigue haciendo, podría salir de lo estipulado, de lo que se esperaba de la juventud del Raval que creció en la década de 1980.

Cristalina, aunque vista de negro, no se esconde. Habla sin rodeos ni atajos, sus palabras son golpes de efecto, rimas delante de un micro, «aunque yo prefiero quedarme en la última fila». Amante de las letras, la poesía, la literatura, el rap —«crecí con Violadores del Verso y Lírico»», desde una edad temprana se interesó por la entidad The Ecologic Boys (TEB), que parte de una misión social cuyo objetivo es impulsar una pedagogía comunitaria acompañada del uso de tecnologías. Además, fomenta las salidas fuera de la ciudad, para conocer la naturaleza: «Ponerte a prueba, buscarte la vida, aprender a cocinar, a sacarte las castañas del fuego, a desconectar del wifi. Antes, en casa, si te castigaban, te prohibían salir a la calle, ahora te quitan el teléfono para que salgas y te dé el aire». Goza de buena memoria y describe el barrio con precisión de orfebre, es su piel, pero «a veces pienso en mudarme, dejarlo todo, dejar mi casa, el barrio, TEB, la ciudad. Irme a la montaña y desconectar».

Nació en el Raval con la inauguración de la década de los ochenta. «En casa éramos muchos, pasando por tiempos difíciles, y mis primeros años de escolarización fueron en internados de Esplugues y Sabadell. Pronto volví al barrio y estudié en la escuela Milà i Fontanals, en la plaza dels Àngels. A los catorce empecé a trabajar de canguro y, sobre todo, en la feria ambulante, para aportar dinero en casa. Me tocó de instituto el Milà i Fontanals, en la plaza Folch i Torres, y me pegué una castaña. No estuve bien asesorada. No es como ahora, que uno tiene tutores o profesores que te orientan con más o menos acierto.» Dejó los estudios y se volcó al trabajo, pero aquello no le gustaba, quería seguir estudiando. «Un grupo de amigos que habíamos dejado el instituto nos propusimos volver a probarlo y acabamos siendo la primera generación del INS Miquel Tarradell. Aquello eran otros tiempos. Una época dura. Cuando empezamos no había ni pizarras. A veces, llegabas al instituto y te encontrabas el típico cartel de “Cerrado hasta nuevo aviso”. Allí fue donde coincidí con el profesorado que me cambió y que ha sido importante en mi vida: Ester Bonal y los fundadores del TEB, Enric Basela y Anna Pérez, que empezaron en la calle Riereta, en el 92, justo en la calle donde he ido a vivir años después. Al principio no me gustaba ir al TEB, era un “campo de nabos”. Pero en el instituto, Enric, con mucho ojo, me propuso hacer el treball de recerca sobre nuevas tecnologías, en un momento en que apenas se conocían, y por las tardes iba allí a estudiar y probar el ordenador que tenían, con aquellas pantallas verdes». Poco a poco, empezó a ir cada tarde, llegaba de las primeras y se iba de las últimas. También daba una mano a las peques con los deberes y acabó por hacer de voluntaria hasta que «me ofrecieron una beca de estudios vinculada a que acabase el bachillerato. Poco después, el compañero que llevaba la radio cambió de proyecto y empecé a llevarlo yo. Así es como empecé a formar parte del equipo del TEB, desde entonces hasta hoy».

En el TEB fomentan el empoderamiento de la gente joven, que sean ellas mismas las que resuelvan sus inquietudes y afronten los conflictos que van encontrándose en su cotidianidad. Les ayudan a formarse y la única norma que inculcan es el respeto; «no es una norma, es lógica. En el TEB siempre hemos tenido las puertas abiertas y siempre las cosas han estado ahí para que quien quisiera hacer uso de ellas. Formamos parte del barrio y los jóvenes son el barrio. Por eso no entiendo cuando los profesionales o las entidades hablan de “nuestros chicos”. No son de nadie, son de ellos mismos. En el Raval, parece que haya mucho trabajo en red, pero no es así, hay mucho recelo. Nuestro proyecto forma tándem con el de Franja por afinidad, por filosofía. Con otras entidades más grandes es imposible. Son peces grandes que se alimentan de los pequeños».

Uno de los proyectos más sonados del TEB en los últimos años ha sido el que ha derivado en el grupo de rap reivindicativo La llama. «Mi ojito derecho es el TEB y Ravalnet, pero La llama es el otro. Nació de la impotencia, de los casos de abuso policial que se vivían en el barrio y de las manifestaciones: Juan Andrés, Ester Quintana. Los chicos estaban quemados, tenían ganas de escupir la realidad, de usar el micro como lucha y terapia, de defenderse con la libertad de expresión para narrar sus preocupaciones. Sabían que era una herramienta que haría pensar y, si te fijas en los conciertos que han hecho en el Raval o cerca, en las primeras filas está la chavalería del barrio, de las nuevas generaciones. Es una lástima que vayamos a peor, con raperos condenados a prisión por expresar su opinión.»

El barrio se encuentra inmerso en una enfermiza higienización urbanística y social. «Mucha gente joven se va del barrio, a ciudades periféricas o a otros países europeos con más posibilidades. Cada vez vemos más turistas, solo en la rambla del Raval ya hay tres o cuatro megahoteles. La policía sigue acosando y la peña más joven convive con el racismo, con dolor y machacados, u optan por mirar hacia otro lado. No sé dónde vamos a ir a parar tal y como están las cosas.»