Ernest Cañada: «Barcelona es un ejemplo trágico de cómo el turismo se está yendo de control»

 

La industria del turismo global se ha convertido en las últimas décadas en punta de lanza de desarrollo del modelo económico neoliberal. ¿Cuáles son sus ejes principales? Una de las bases del capitalismo neoliberal ha sido la llamada «flexibilidad», y en eso el turismo siempre ha sido pionero. Se puede ver en los modelos de gestión empresarial, con una progresiva separación entre los bienes inmuebles y la operación diaria de los hoteles, o en los acelerados procesos de subcontratación y externalización de parte de sus plantillas de trabajadores. Pero también en los procesos de financiarización que han permitido que en los últimos años las grandes cadenas hoteleras dieran un salto extraordinario en todo el mundo hasta convertirse en perfectos agentes del turbocapitalismo.

Al mismo tiempo, las políticas neoliberales no sólo implicaron garrotazos, también se fundamentaron en un pacto con las clases populares: la posibilidad de la expansión del consumo por medio del acceso al crédito, lo que creó el espejismo de la posible conversión de amplias capas de trabajadores en clases medias. El turismo y la ampliación de
las posibilidades de viajar, como nunca se había hecho antes, jugaron un papel central en esta contrapartida que impulsó el neoliberalismo desde la década de 1980. Pero además de la trampa del endeudamiento privado que esto suponía y que acabaría estallando a partir del 2008, como bien sabemos, parecía como si ese modelo de turismo masivo no tuviera límites físicos, como si el impacto ecológico de esta movilidad internacional y de todas las
infraestructuras necesarias para su desarrollo no fueran relevantes.

Por otra parte, aquí en España, durante los años de expansión de la burbuja inmobiliaria, el turismo tuvo un fuerte peso, no en vano esa misma burbuja se sustentó en buena medida en capitales internacionales asociados al turismo. Pero, con el parón de la construcción durante la crisis, se ha reactivado el turismo como fuente de ingresos y también como mecanismo para dar uso a ese ingente parque inmobiliario que se levantó en los años del boom.
La cuestión es que para ello se han tenido que adaptar las reglas del juego o simplemente dejar que el «mercado» actuara libremente en una forma feroz de laissez faire. El punto es que, en esta nueva etapa, la ofensiva del capital turístico, y en especial del hotelero, es brutal para conseguir condiciones favorables que les permitan ampliar las
condiciones de acumulación.

¿Cómo ha ido tejiéndose esa ofensiva desde el colapso de 2008?
El capital turístico busca cómo reproducirse en condiciones de competencia empresarial descarnada, en las que además entran en juego sectores diversos vinculados a la intermediación o nuevas formas de gestión de alojamiento o transporte, que bajo el manto de la «economía colaborativa» y gracias a las tecnologías de la comunicación —como, por ejemplo, el alquiler turístico de viviendas—, tratan de quedarse con márgenes mayores del beneficio del negocio turístico. Y, por eso, asistimos a conflictos cada vez más enconados entre estas diferentes fracciones del  capital turístico.

En el ámbito concreto del capital hotelero español, lo que podemos encontrar en estos años de la crisis son como mínimo dos procesos de gran calado. Por una parte, estos capitales han empezado a ver de nuevo en el territorio
español condiciones favorables para la inversión, sin que eso signifique necesariamente que hayan detenido su proceso de internacionalización. La crisis, convertida en argumento-chantaje, ha facilitado que se acabara legislando a favor de los intereses de estos grandes capitales, que han presionado para desregular y desproteger cuanto han
podido, con claros efectos sobre el territorio y los recursos naturales, entre otros. Baleares, en estos últimos años, se ha convertido en un laboratorio perfecto para este camino de ida y vuelta de los capitales hoteleros y de sus presiones para disponer de un marco regulatorio a su medida.

 

¿Y específicamente en el terreno de las condiciones laborales?
Por otra parte, el empresariado hotelero está haciendo un ajuste radical en los costes laborales. La situación de desempleo masivo, y el miedo que esto genera entre los trabajadores del sector, la misma debilidad de las organizaciones sindicales, así como las reformas laborales realizadas en los últimos años, primero por el gobierno de
José Luis Rodríguez Zapatero, y después por Mariano Rajoy, han permitido que se llevara a cabo una reducción de costes laborales muy importante y que redundara a su vez en una fuerte precarización del trabajo turístico.

¿Más turismo es igual a más trabajo?
Ése es el gran mito que sirve para justificar cualquier inversión, reforma legislativa o de las normativas de turno. Hay, como mínimo, tres cuestiones que tener en cuenta en esta relación entre turismo y empleo. Primero, se crea empleo
en turismo porque también se destruyen las condiciones para que pueda crearse ocupación en otros sectores; como ejemplo, la ciudad de Barcelona, donde la destrucción del tejido productivo ha sido paralela a la ocupación del espacio por la actividad turística. Segundo, ciertamente se crea empleo, pero si miramos con detalle las estadísticas de algunos destinos turísticos, como Canarias o Baleares por ejemplo, es fácil ver que el incremento en el número de turistas no ha sido paralelo al crecimiento del empleo. Lo cual, fundamentalmente, quiere decir dos cosas: menos
trabajadores haciendo más trabajo, o bien más trabajadores externalizados que escapan al control estadístico de la ocupación considerada como turística. En ambos casos de lo que estamos hablando es de una mayor precarización
laboral. Y tercero, la cuestión de la calidad del empleo creado. Y, sobre esto, son conocidas las situaciones que se están viviendo en el sector: contratos eventuales y a tiempo parcial, reducciones salariales, horas extras sistemáticas
y no pagadas, incremento de la carga de trabajo, graves problemas de salud laboral, inseguridad e indefensión de los trabajadores y trabajadoras del sector, debilitamiento de los convenios colectivos, aumento de los mecanismos
de subcontratación y, por tanto, división del colectivo laboral en los centros de trabajo. Y esto se expresa con sus características particulares en diferentes trabajos: guiado, cocinas y restaurantes, lavanderías, recepción, camareras
de piso…

 

Has señalado repetidamente el caso de las camareras de piso como el gran ejemplo de precarización del sector…
Efectivamente, las camareras de piso constituyen uno de los cuerpos centrales en las plantillas de los hoteles, habitualmente entre un 20 % y un 25 %. Siempre ha sido un trabajo duro y desvalorizado, pero a raíz de la crisis se
ha precarizado de forma muy intensa y por diversas vías. Fundamentalmente, se ha producido un deterioro en las condiciones contractuales de este sector. Hablamos de contratos eventuales y de contratos a tiempo parcial, a
la vez que se extienden cada vez más los procesos de externacionalización de los departamentos de pisos. Esto supone que las trabajadoras estén cobrando mucho menos, pasando del convenio de hostelería al de limpieza o al propio que establece el hotel con la empresa subcontratada. Además, de forma sistemática, se están haciendo más horas de las establecidas sin ningún tipo de remuneración y las trabajadoras lo están aceptando por miedo. Por
otra parte, se ha producido un incremento de la carga laboral y esto está teniendo repercusiones muy graves en la salud de estas trabajadoras, tanto física como psíquica.

 

¿Cómo ves el panorama en Barcelona?
Barcelona es un ejemplo trágico de cómo el turismo se está yendo de control, como pusieron en evidencia las justas reivindicaciones de los vecinos de la Barceloneta en el verano de 2014. Durante los últimos años, las diferentes
administraciones han dado todas las facilidades para la promoción y desarrollo de una actividad, bajo las presiones de los potentes lobbies empresariales, y a cambio los niveles de redistribución generados son muy bajos, como
ilustra con claridad la calidad del empleo ofrecido.

Pero, más allá de la discusión sobre las maldades supuestamente intrínsecas de la actividad turística —que personalmente me interesan poco—, creo que lo fundamental es abrir el debate sobre su funcionamiento, qué peso
tiene en la economía de la ciudad y cuáles son las correlaciones de fuerzas que ayudan a entender que el sector turístico esté organizado de una u otra manera, pero, sobre todo, cómo podemos intervenir ahí y transformar su
dinámica actual. Es clave que, pensando en los intereses de los sectores populares, entremos en una nueva fase de disputa sobre la organización global del turismo; es demasiado lo que está en juego como para resignarse a no
hacer nada.

 

*Ernest Cañada es investigador y comunicador social especializado en turismo. Trabaja como coordinador de Alba Sud, un centro de investigación y comunicación dedicado al análisis del turismo, el trabajo, los recursos naturales y el territorio. Ha publicado el libro Las que limpian los hoteles. Historias ocultas de precariedad laboral (Icaria, 2015).