Intimidades del contrapoder

Hace poco hicimos pública una carta dirigida al abolicionismo. Habían pasado unas semanas de vapuleos, insultos públicos, calumnias y circos mediáticos. Semanas de descrédito y de deslegitimación contra las activistas proderechos del trabajo sexual. Desde llamarnos «proxenetas» a cuestionar (¡cómo no!) nuestro «feminismo».

Frente a tantas agresiones, lejos quedaba el «Todas somos Todas» de la manifestación del 8 de marzo cuando pudimos, por primera vez, oír a una trabajadora del sexo leyendo parte del manifiesto en plena Plaça de Sant Jaume; tampoco fue simple estar allí. Escribimos esa carta desde el nosotras inclusivo, pensando que, si no éramos «todas», al menos tampoco nos resignábamos calladas a ser «otras».

feminismoputa

Tiempo atrás, discurriendo juntas en la asamblea,1 conversábamos sobre la dificultad —política y afectiva— de crear contrapoderes. Habíamos pasado unos días en Londres, invitadas por un colectivo de trabajadoras sexuales a hacer una ponencia colectiva. Intentamos explicar la situación de los movimientos en Barcelona y —como a veces pasa— la distancia nos permitió la lucidez de identificar y nombrar a los poderes institucionales —instituyentes o institucionalizados— y, además, ser generosas como para entender nuestro estado de ánimo, tan entusiasta como cansado.

Por eso, la carta dirigida al abolicionismo comenzaba asumiendo que tenían poder; el feminismo progre, biempensante, blanco y europeo que determina quién es feminista; qué actividad de la explotación capitalista es lícita o ilícita; que nos da lecciones sobre moral sexual y pone en cuestión a las mujeres de los márgenes. Las protege de ellas mismas, porque probablemente encuentre que esas otras mujeres tienen poca o ninguna capacidad de decidir, y cuando deciden, además, se equivocan.

El poder del feminismo institucional abolicionista —o «feminismo moral» como preferimos llamarlo— es poder simbólico y poder real, porque ha determinado los discursos hegemónicos, porque ha impregnado políticas públicas e imaginario colectivo y se ha erigido en el «políticamente correcto desde una perspectiva de género» desde la tan bendecida Transición española. Tal vez no sea casualidad, perdonen la osadía, pensar que es justamente en Cataluña y en Euskadi donde menos unanimidad tiene y donde otros feminismos se permiten cuestionarlo. Interesante hipótesis, aunque no es el momento, ni este artículo el lugar, para pensar de qué manera ha influido la centralidad política estatal en los feminismos catalanes.

En cualquier caso, es evidente que los poderes tienen curiosas formas de alimentarse mutuamente. Esta poderosa institucionalidad del abolicionismo antitrabajo sexual, además de influir directamente en la construcción de discursos desde hace décadas, también es capaz de crear alianzas concretas con los sectores más añejos del poder político, respondiendo a intereses que —en principio— no deberían ser los suyos. Desde una alcaldesa socialista de la periferia —en plena negociación de presupuestos municipales en Barcelona— hasta la flamante presidenta de la Diputació de Barcelona, alcaldesa convergente de Sant Cugat, pueden ser aliadas en la cruzada de acusaciones. Y, sinceramente, tampoco debería sorprendernos tanto. Ese poder político, responsable de buena parte de la desigualdad social, ha desarrollado una higiénica y superficial perspectiva de género que encaja perfectamente con el modelo del feminismo abolicionista, tan discursivamente burgués en su idea de «rescate», más cercana a la caridad asistencial que al reconocimiento de derechos de las mujeres.

Hablábamos antes de estados de ánimo, de cansancios y entusiasmos. Porque más allá del difícil equilibrio de señalar la violencia de quien detenta tanto poder sin victimizarse, de nuestro visible enfado por los tonos del debate, reivindicamos nuestra alegría como elemento profundamente subversivo; no hay que más que ver lo molesto que resulta que seamos capaces de hablar —desde el feminismo puta— de sexo y de trabajo, sonriendo.

Recordamos ahora, con picardía, que el comunicado del abolicionismo publicado a través de la página web de la FAVB se escandalizaba por las recientes declaraciones de Genera a medios de comunicación, en el que asimilábamos el matrimonio a la prostitución: «De totes maneres, el matrimoni també és una forma de prostitució…». (¡Nos reafirmamos plenamente!) Y por decir, «enmig de broma i rialles» —sobre la recurrente pregunta acerca de la cantidad de trabajadoras del sexo/putas—: «No se sap quantes n’hi ha», «com que potser ho som totes».2 Las declaraciones fueron manipuladas porque la frase acababa con una reflexión acerca de que no es relevante saber la cantidad de mujeres que se dedican a la prostitución, pero sí reconocer la ausencia de derechos que tiene el colectivo. No importa, nos reafirmamos en todo, incluso bajo manipulación, y especialmente nos reafirmamos en las «rialles». Una lástima, eso sí, que la FAVB —que fue una importante aliada denunciando la vulneración de derechos de la Ordenanza hacia las trabajadoras sexuales de calle— se preste a estas trampas facilonas de rabia lingüística. Con cariño.

Disculpen este desvío por las entidades vecinales; volvamos a los feminismos. Mientras se escriben estas letras, estamos a pocas semanas del 2 de junio, Día de las Trabajadoras Sexuales, y —de mayor trascendencia— estamos a escasos minutos del 3 y 4 de junio, fechas señaladas de un encuentro profundamente significativo, las Jornades Radicalment Feministes, un espacio para reflexionar juntas sobre nuestros propios desafíos.

Y, en el marco de cómo abordar este debate en concreto, probablemente tendríamos que comenzar a asumir el conflicto en las prácticas del movimiento. Dejar de escondernos, entonces, en el imposible consenso que finalmente nos hace invisibles y nos empuja a un discurso siempre justificador de la legitimidad de nuestras voces. ¡Cuántas veces nos hemos oído argumentar que era mejor no tocar el tema porque no todas estábamos de acuerdo! Tal vez sea el momento de asumir lugares incómodos que nos lleven a enriquecernos colectivamente, entendiendo que no se trata de debates ajenos, sobre los que es posible no posicionarse. Hablamos del derecho al propio cuerpo, de sexualidades, de trabajo, de clase, de autoorganización, de derechos y de estigma. Desde el Feminismo Puta creemos que no hablamos de «otras»; somos nosotras mismas —todas— quienes estamos cuestionadas y atravesadas por el debate.

Y, mal que nos pese, desde los diferentes feminismos deberíamos también ser capaces de evidenciar que las diferentes posturas no tienen una relación de igualdad. Y, como en toda relación de poder —como feministas en esto tenemos cierta experiencia—, hasta que el abolicionismo antitrabajo sexual no asuma sus privilegios y esté dispuesto a renunciar a ellos, no podremos abordar un debate sano, en igualdad y ajeno a situaciones de violencia.

Desde el movimiento proderechos sobre el trabajo sexual deseamos que éstas sean las bases para conversar, porque nuestra experiencia colectiva —que incluye nuestros matices y grandes desacuerdos— nos ha llevado a crecer. Hemos creado juntas la Campaña Prostitutas Indignadas, hemos conformado la asamblea —donde somos capaces de ser tan críticas como cercanas—, pero mucho más allá, hemos tejido redes de alianza y solidaridad. Hemos aprendido que los afectos nos permiten empoderarnos, nos dan herramientas para generar contrapoderes desde la cotidianidad feminista de los cuidados. Esta es nuestra intimidad. Casi nada.

1La Asamblea de Activistas Proderechos sobre el Trabajo Sexual de Cataluña es el espacio de coordinación de la Campaña Putas Indignadas; allí participamos diversas entidades, asociaciones y colectivos de trabajadoras del sexo y activistas independientes.

2Extractos de la publicación de la página web de la FAVB del 14 de enero de 2016 (www.favb.cat/node/1031).

 

CARTA ABIERTA AL MOVIMIENTO ABOLICIONISTA ANTITRABAJO SEXUAL

¡NOSOTRAS NO!

Tenéis el poder, está claro.

Sois capaces de situar el debate en el absurdo, de utilizar las propias instituciones ciudadanas como la Diputación de Barcelona o la FAVB para vuestros intereses. Está claro, sois parte del poder institucional que siempre nos ha negado espacios, voz y capacidad de decisión.

Esta carta no pretende, en realidad, rebatir los argumentos abolicionistas, pero sí poner en cuestión vuestras formas. Sois parte de un feminismo que reniega de su propia capacidad de construir alianzas y relaciones de igualdad entre mujeres, a través de vuestros constantes insultos, de vuestras calumnias, de vuestra violencia. Desde hace años, cargamos con vuestra rabia, en las últimas semanas con mayor fuerza e impunidad.

Nos despreciáis llamándonos «carne», nos acusáis de ser delincuentes, nos convertís en objetos en lugar de reconocernos como sujetos de derecho y reproducís estigma sobre todas las mujeres.

Sois quienes dais lecciones sobre la vida desde vuestros atriles, vosotras que decís defender a las compañeras trabajadoras del sexo migrantes y a las víctimas de trata, pero os permitís excluirnos, señalarnos y criminalizarnos mientras decís públicamente que queréis «protegernos».

Nosotras, las putas feministas y las feministas putas, no tenemos cargos de poder ni amigas poderosas pero estamos empoderadas. Nosotras no somos tan «cultas» pero somos sabias y nos preocupa ser rigurosas, nosotras no somos todas blancas sino somos diversas. Nosotras no necesitamos vuestro paternalismo, necesitamos derechos.

Nosotras no os acusamos del uso que hacéis de vuestros cuerpos, ni ponemos en duda vuestras decisiones en este marco capitalista y patriarcal que compartimos. Nosotras no le quitamos valor a vuestras estrategias o a vuestras relaciones. Nosotras no os tratamos de locas, de ignorantes ni os infantilizamos, porque esos argumentos ya los usa el machismo para quitar legitimidad a las voces de las mujeres cada día y nosotras no queremos ser cómplices de sus formas ni de sus valores.

Nosotras, como activistas y aliadas del movimiento de defensa de los derechos de las mujeres trabajadoras del sexo, no negociamos con partidos responsables de las políticas de precariedad neoliberal, de la corrupción institucional y del modelo turístico que ha arrasado Barcelona.

Nosotras no pactamos campañas hipócritas sobre «ciudades libres de trata» justamente con los intereses económicos y políticos que se beneficiaron de las políticas de represión y de pobreza, con quienes persiguieron a las mujeres que ejercen en la vía pública y regularon los locales de alterne dando vía libre a las ganancias de sus amigos empresarios de la industria del sexo. No pactamos con quienes empobrecieron nuestras vidas y condiciones de trabajo.

Nosotras no negamos los testimonios de cada una de las mujeres trabajadoras del sexo que quieran expresarse, porque cada experiencia es respetable y única. Aceptamos con respeto que para unas sea una experiencia enriquecedora y para otras no lo sea.

Nosotras no hablamos por hablar, no exageramos, no creamos alarma social; nosotras hablamos desde el empoderamiento colectivo y las alianzas feministas. Nosotras no idealizamos la prostitución, no hace falta, pero tampoco la demonizamos desde vuestra moral.

Nosotras no confundimos trata con tráfico, ni con prostitución voluntaria. No comparamos la decisión de una mujer adulta con el rapto de una niña. No confundimos una posible regulación laboral a nivel estatal con la actual regulación municipal de Barcelona, que sigue en vigor gracias a vuestra complicidad silenciosa. Una regulación de la prostitución que acumula multas, tantas como se multiplican sus consecuencias sobre la vida de las mujeres perseguidas por años.

Nosotras no mentimos en los datos, nosotras sabemos que la trata existe porque somos quienes estamos cada día cerca de las mujeres que sufren esta situación de violencia. Somos parte y aliadas de la gran mayoría de las asociaciones especializadas con trayectorias impecables y reconocidas que dan cobertura, apoyo y asistencia directa a las mujeres que ejercen prostitución y a víctimas de trata en Cataluña.

Por ello, sabemos que no es cierto que el 90 % de mujeres que ejercen prostitución estén en situación de trata. Los datos oficiales del Ministerio y de su Plan contra la Trata sitúan en un 1,09 % el número de mujeres identificadas por los cuerpos de seguridad del Estado en 2015. Son cifras lastimosas y muy por debajo de las que manejan nuestras asociaciones especializadas, que calculan porcentajes más altos cercanos al 15-20 %. Esto demuestra probablemente la ineficacia de las políticas públicas a nivel estatal para detectar a las mujeres en situación de trata y para defender sus derechos. Derechos que, desde hace ya muchos años, nosotras reclamamos en la práctica de cada intervención diaria desde diferentes colectivos y entidades.

También demuestra el desconocimiento, la distancia, la banalización y la utilización morbosa que estáis haciendo de cuestiones gravísimas como es la vulneración de los Derechos Humanos de las mujeres y de las niñas.

No todo vale. Nosotras relatamos realidades diversas y complejas que necesitan una respuesta desde una perspectiva feminista y de derechos humanos.

Os invitamos a repensar vuestro lugar de poder, a cuestionarlo para construir un debate feminista y anticapitalista sobre el trabajo sexual y por supuesto también sobre la trata, sobre las maneras de garantizar derechos, de evitar la criminalización, de combatir el estigma social y la discriminación. Os invitamos a intentar hacer de las prácticas feministas un cotidiano desde el que relacionarnos y argumentar.

Abril de 2016

Asamblea de Activistas Proderechos sobre el Trabajo Sexual de Cataluña

Campaña Prostitutas Indignadas

Aprosex

Genera – Associació en defensa dels drets de les dones

Fundació Àmbit Prevenció