Jóvenes que dejan escapar una sonrisa pícara al reconocer el título de la sección, conscientes de que con su música y puesta en escena no solo están tocando canciones, sino que abren los ojos a las personas adultas que ven en ellos a una nueva generación con ganas de hacerse escuchar.
La calle de Gignàs es una de otras tantas calles que las habitantes de Barcelona hemos perdido en favor de los turistas. A las cinco de la tarde los bares de tapas y cócteles con adornos andaluces o británicos están semivacíos, con solo algunas mesas ocupadas también por turistas. Proliferan las tiendas de souvenirs y sobre los adoquines de la pequeña y estrecha calle de piedra del Gòtic aparecen grupos de turistas, con o sin guía, aturdidos por el bochornoso ruido de las radiales que llega de los múltiples bajos de los edificios en obras que levantan una gran cortina de polvo; un oscuro telón anuncia que nuevos garitos para los discípulos de Airbnb y Ryanair está en camino.
En la misma calle me cruzo con Yishan, el cantante de los Punk Party Band, acompañado de su madre, seguramente tras la salida del colegio. No me ve y aunque así fuera no me reconocería. Es el único que no puede acudir a la entrevista con Masala. Debe ayudar a su familia y se le hace tarde.
En el número 22, se encuentran los integrantes de la banda. El local de ensayo es un sótano que, como toda la finca, está en manos de un fondo de inversión que quiere reformar el edificio, echando antes a las inquilinas, y ofertar nuevos pisos para atraer a más turistas. La banda lleva más de un año sin saber dónde ensayará el mes siguiente, ya que cualquier día puede llegar la orden de desahucio. «Si no fuera por una vecina, que ha vivido en el mismo edificio toda su vida, ya hace tiempo que estaríamos fuera.»
La Punk Party Band está formada por nueve colegas del barrio: Joan, Helena, Lily, Hugo, Rita, Yishan, Shazor, David y Nisha. Y al proyecto se ha sumado Martí, que hace las funciones de mánager. No son pocos, pero no descartan más incorporaciones. «La semana que viene vendrá a probar otro chico.» Helena tocaba en la banda que su padre tiene con unos amigos, pero le sabía a poco y quería formar una con sus iguales. Así, poco a poco, se juntó con el resto y rápidamente tuvieron su primer bolo, incluso antes de tener un nombre para el grupo. «Llegamos y miramos el cartel. A los otros grupos los conocíamos, por lo que la “Punk Party Band” solo podíamos ser nosotros. No sabemos a quién se le ocurrió. Pronto cambiaremos el nombre, pero todavía lo estamos debatiendo.» Sus gustos musicales son bastante variados, van desde Boikot, Kortatu y Eskorbuto a Devoo, Falco, System of a Down o Txarango. La banda empezó a hacer versiones de los grupos que ellos escuchan, pero ahora están en la fase de querer crear temas propios. Todavía no saben si para mezclar unos con otros o para ofrecer solo la cosecha propia.
Con el apoyo de padres, madres, vecinas y amigos, entre ellos la gente del Bidasoa, siguen en el local, que no tiene nombre, compartiéndolo con otros dos grupos, estos sí de adultos. El sótano recuerda a esos locales de ensayo a la antigua usanza: pintadas anarquistas en las paredes, sillas cada cual diferente a las demás, litronas y latas de cerveza vacías por decenas, pegatinas de grupos punk cubriendo frigoríficos setenteros. Ceniceros improvisados, casetes de Negu Gorriak, Def con Dos o Maldita Vecindad, carteles de conciertos y humedad, a la que la banda ya se ha acostumbrado. Se encuentran como en casa y no les gustaría tener que abandonar este espacio, pero, como comenta el padre de Helena, todo apunta a que llegará el final con el cierre del año.«En este tiempo, hemos aprendido palabras o conceptos que no conocíamos. Fondos de inversión, especulación, inversión inmobiliaria, gentrificación… Además, en el barrio cada vez es más difícil escuchar el catalán. Solo oyes inglés y gritos por las noches. La zona está cambiando y nosotros no tenemos espacios. Sí que hay centros cívicos, pero faltan lugares donde la gente joven podamos hacer libremente lo que nos gusta. Tampoco hay cines, ni tiendas que no sean para turistas. No sabemos si el problema es el sistema o los guiris.»
Las edades van de los diez años de Shazor, el más pequeño del grupo, a los dieciséis de Martí, Helena y Joan. Aunque todavía es pronto, manifiestan su deseo de poder dedicarse a la música, tocar en muchos escenarios, y repetir en los que ya han tocado, como en las fiestas de la Mercè, los San Fermines de Barcelona, en un concierto solidario —para recaudar fondos para los damnificados del terremoto de México—, en las Festes Alternatives del Raval o en la inauguración de la escuela taller del Sant Felip Neri. Aun así, por si acaso, tienen claro que seguirán estudiando para poder llegar a ser veterinarias, monitoras de deportes, informáticas o mecánicas. A pesar de la timidez y que no les gusta hablar entre canción y canción, quieren seguir reivindicando que nunca es tarde para que el Gòtic vuelva a ser para la gente del Gòtic.