La llegada de Bambolina a Barcelona coincidió con la inauguración de la Rambla del Raval. «Era una maravilla, a pesar de ser extranjera, de no tener papeles… Es cierto que asustaba un poco y te sentías perseguida pero, ahora, ya no se trata de tener o no papeles. Han prohibido la prostitución. Hoy, que los tengo, me he de esconder mucho más. En la calle, no puedo hablar con mis amigos ni con los vecinos. Con mujeres sí, pero con hombres, no; aunque no esté trabajando. Esto me asusta mucho, es una actitud talibán. Es la primera vez que me prohíben hablar con un ser humano. Cuando la policía está cerca, me siento impotente: vienen, te piden la documentación y te preguntan: “¿Qué haces hablando con hombres?”»
Mujer de armas tomar, vamos a conocer la experiencia profesional de Bambolina y omitiremos referencias que puedan facilitar su identificación. «¿Crisis? Yo sé vivir con mucho y con poco. Tengo clientela fija y también aparecen nuevos clientes. Es verdad que hay chicas que lo están pasando mal y yo intento ayudarlas. No les cobro la cama y, en mi casa, nunca falta comida para nadie. Llevo muchos años en este oficio y he aprendido a ser solidaria.» Con veinticinco años de profesión, Bambolina lleva más de trece en Barcelona, tiempo en el que ha pasado de trabajar en bares, clubes y meublés a tener su propio piso alquilado. «Empecé en mi país pero allí es totalmente diferente. Hay sindicatos que trabajan para mejorar la situación de las prostitutas. La policía, en cada comisaría, dispone de un delegado que se dedica a atender y proteger a las chicas. No tienes miedo porque estás amparada. Aquí, si telefoneas a los Mossos por una emergencia tienes que exagerar. Hace poco un macarra acuchilló a una compañera y tuve que decir que la chica se estaba muriendo. Aprendí la lección en una agresión anterior, en la que tardaron más de una hora en llegar. ¡Y la comisaría está a cinco minutos! Pero no toda la policía nos perjudica. Hubo uno que se hizo amigo de una colega y consiguió que le explicara qué le sucedía: ¡estaba siendo extorsionada por la mafia! Gracias al trabajo policial se acabó con una red de trata en el barrio.»
Volviendo a hablar de la crisis y del aumento del coste de la vida descubrimos que «hubo chicas que bajaron los precios hasta los quince euros, pero hablamos con ellas y entendieron que no nos podíamos perjudicar las unas a las otras. Y también existe otra realidad: al hombre nunca le gustó pagar. La mayoría disfrutan más invitándote a buenos restaurantes, regalos, ropa… Así creen que no están pagando un servicio sino que han conseguido seducirte. ¡Pero yo necesito dinero para pagar el alquiler, no más joyas! También los hay que no tienen nada que perder y te ofrecen más dinero a condición de hacerlo sin precaución. Las más veteranas aconsejamos a las más jóvenes que no se dejen engañar. Tengo miedo de que el futuro de algunas chicas sea la enfermedad y la soledad que comporta».
Y Bambolina no se detiene aquí. «Nuestra calle tiene que mejorar, también las prostitutas. Antes todas éramos amigas, nos conocíamos, nos ayudábamos y trabajábamos igual. Ahora hay prostitutas que gritan en la calle y eso está feo. Una ya sabe cuando un hombre viene buscando; no hace falta llamar más la atención. No debemos ser maleducadas y los hombres tampoco. Hubo uno de otro barrio que venía aquí y era muy grosero conmigo, me decía de todo pero nada bonito. Yo tengo un culo, sí, pero sólo me lo toca quien yo quiera, no cualquiera que pase. Un día decidí ir a su barrio y pagarle con la misma moneda. Nunca ha vuelto a molestarme.»
Y se indigna al recordar que «tenemos a los nuevos vecinos en contra. Los de toda la vida nos tratan como a una trabajadora más. Los nuevos nos miran como si fuéramos personas enfermas. No reconocen nuestra profesión y nos estereotipan como ladronas o drogadictas. ¡Todas queremos que el barrio esté limpio y en condiciones! No nos interesa que haya violencia porque ahuyenta a nuestra clientela y asusta a los vecinos».
Bambolina sonríe al acabar la entrevista pero, antes, nos deja este regalo esperanzador: «Nuestra situación es consecuencia de la presión política y los titulares de los periódicos. Nos quieren esconder. En este barrio no te dan permiso para prostituirte pero en cualquier otro, sí; no se entiende, Barcelona es una. Pero, tranquilos, habrá mucha presión, pasaremos malos ratos, será una batalla dura. Sin embargo, esta profesión y las prostitutas lo somos más. De aquí, no nos moverán».