El documental Baluard, vida más allá de las drogas nos acerca a la cotidianidad de las personas que viven en extrema marginalización y a la tarea diaria que trabajadoras y voluntarias desarrollan con ellas en el marco de los programas de reducción de daños del Centro de Atención Sociosanitaria Baluard.
Dirigido por José González Morandi, el documental Baluard, vida más allá de las drogas cierra la trilogía sobre la droga en Barcelona que este cineasta inició con Troll —el retrato íntimo de una consumidora— y continuó con Can Tunis, una película que narra el proceso de desalojo y derribo del barrio barcelonés que se convirtió en uno de los puntos de venta y consumo de drogas más grande de Europa.
Desde mediados de los noventa y hasta 2004, Can Tunis, explica González Morandi, «mantenía alejada de la ciudad olímpica y de diseño, la de la millor botiga del món, a esa gente considerada indeseable». Allí se iniciaron los primeros dispositivos de reducción de daños dirigidos a las personas usuarias que compraban y consumían en el barrio.
La reducción de daños había nacido en Europa a finales de la década de 1980 como estrategia para responder a los problemas asociados al consumo y, especialmente, a la elevada mortalidad por sobredosis y a la epidemia del VIH/Sida entre las usuarias de drogas por vía inyectada. Alejado de las prácticas que consideran la abstinencia como única opción, este acercamiento a las problemáticas derivadas de las drogodependencias rechaza todo tipo de discriminación y estigmatización de las personas consumidoras.
«Precisamente —cuenta González Morandi— Baluard nació en 2005 para acoger y ayudar a los toxicómanos que buscaban un nuevo espacio tras la desaparición de Can Tunis.» La sala se ubicó, de forma precipitada y a último momento, en el reducto fortificado del siglo xvi que le da nombre, situado detrás de Drassanes. El servicio, gestionado por la Associació Benestar i Desenvolupament, se enfrentó en sus inicios a los miedos vecinales y a las campañas de algunos medios de comunicación. Pero, «con el tiempo —explican desde la entidad— Baluard ha logrado demostrar a la comunidad la importancia de su trabajo en la mejora de las condiciones de vida y salud de las personas drogodependientes». Sin embargo, en el año 2017, el anuncio del traslado del servicio a un nuevo espacio situó de vuelta a Baluard en el punto de mira. En este contexto, para la asociación, «abrir las puertas y enseñar la vida del CAS Baluard aparece como el antídoto más potente al rechazo y el estigma». Es entonces cuando González Morandi entra en escena y se pone manos a la obra con el documental. «En la Sala Baluard, he estado trabajando una media de dos días a la semana a lo largo de un año y medio. Durante el primer mes iba sin la cámara. Asistía a las reuniones de equipo y me sentaba con los profesionales de cada uno de los departamentos del servicio: la sala de inyectarse, de fumar, la enfermería, la sala calor-café… Mi mayor preocupación ha sido filmar sin sensacionalismos, con una cierta distancia, una distancia prudente, de respeto».
Para el director, «los héroes de esta película son los profesionales», un equipo de casi cincuenta personas formado por educadores e integradoras sociales, médicos, enfermeros, psicólogas y auxiliares sanitarias y educativas. «Baluard muchas veces te deja helado de tanto sufrimiento y mudo ante tanta entrega profesional para ayudar a gente tan desahuciada.»
En la película no aparecen drogas ni las escenas de calle estereotipadas que alimentan el imaginario social sobre el entorno de la drogodependencia. El documental nos muestra lo que habitualmente no vemos: las relaciones humanas entre las personas usuarias y las profesionales, la importancia de los cuidados y de la atención personalizada, la diversidad de procedencias de las consumidoras, sus anhelos de superación y sus crisis existenciales. Cenas de Navidad, cumpleaños, un corte de pelo, una clase de boxeo, un abrazo… Baluard, vida más allá de las drogas visibiliza la cara, a menudo oculta, de personas que a pesar de estar marcadas por el estigma y las consecuencias del consumo siguen mereciendo respeto y cuidados.