Ser refugiado toda la vida induce a crear una conciencia distinta de la que ostentan las personas que siempre han tenido derechos de ciudadanía. Esta situación se aplica, por ejemplo, a las poblaciones de refugiados saharauis y a los seis millones de palestinos, más de la mitad de los cuales nacen, viven y mueren como refugiados en el territorio histórico de Palestina y en países limítrofes como Jordania, el Líbano y Siria, o en otros lugares en el resto del mundo.
Este artículo es un breve resumen de la vida de un refugiado palestino que ha pasado gran parte de sus años en Siria y también la considera su país. Y al mismo tiempo intenta ser un análisis de dos mundos desde el punto de vista de una persona que nació en el exilio y que ha pasado toda su existencia como exiliado. Y para quien la vida es una migración.
En 2011 vivían en Siria casi 500.000 refugiados palestinos en 13 campamentos, y también dispersos en distintas ciudades sirias. En 1954, el Parlamento sirio ratificó una ley en la que se establecía que los refugiados palestinos tenían los mismos derechos que los sirios, excepto el voto y el acceso a la nacionalidad. Esta decisión se tomó seis años después de la Nakba1 y de la creación del Estado sionista de Israel en la tierra que hasta entonces se conocía como Palestina. Dicha política de acogida permitió una integración máxima para las comunidades de refugiados palestinos en Siria y, por ello, muchos de los palestinos que hemos nacido y vivido en Siria también nos consideramos sirios (y palestinos al mismo tiempo), aunque no tengamos nacionalidad siria.
Los refugiados palestinos en Siria han reproducido y creado las mismas organizaciones políticas que funcionan en Cisjordania y Gaza o los territorios ocupados y participan activamente en la vida política palestina. También han desarrollado una intensa vida cultural y dinamizado la formación y desarrollo de la población mediante la fundación de centros culturales y de todo tipo de instituciones para la juventud, la mujer, etc…
A partir de marzo de 2011, haciéndose eco de la rebelión popular en el mundo árabe, grandes sectores de la población siria iniciaron una revuelta popular contra la dictadura de Bashar al-Asad. La participación de los refugiados palestinos en las manifestaciones pacíficas varió según las ciudades y barrios; campamentos como los de Dera’a en el sur y Latakia en la costa entraron activamente en el movimiento revolucionario ya en abril, porque estaban situados en las zonas más pobres y desfavorecidas de ambas ciudades e influenciadas por sus barrios vecinos. En la capital, la situación fue distinta; el-Yarmouk, el campamento de refugiados palestinos más grande de todo el país, no participó activamente en la revuelta hasta el verano de 2012, aunque todos los barrios a su alrededor (al-Tadamun, al-Khajar al-Aswad, Yalda, etc…) estaban inmersos en la revuelta desde las primeras semanas.
Los campamentos de refugiados palestinos han actuado también de refugio para movimientos y figuras de la oposición siria, gracias a que siempre han tenido cierto margen para la actividad política. Su situación de desplazamiento, su necesidad de permanecer organizados y de mantener la moral de su población alta, han desembocado en que allí se diera una profusa actividad política, reuniones y discusión. La oposición siria, amordazada en el resto del país, ha aprovechado por lo general el ambiente político y social de los campamentos palestinos para entrar en debate sobre la manera de resolver problemas de la sociedad siria como la corrupción y el estado policial, la dictadura militar, etc., siempre de manera discreta… hasta marzo de 2011.
En ese momento, los palestinos de Siria descubrimos por primera vez nuestra otra identidad (como sirios), tras la revuelta y el trato que el régimen dio a los palestinos, estuvieran a favor o en contra de su política. Ahora se nos hace difícil distinguir entre ambas identidades.
Contradicciones identitarias
Pero cuando una persona palestina de Siria necesita migrar, se encuentra con serias dificultades a la hora de entrar regularmente en países limítrofes como Turquía, Jordania, Iraq, Egipto y el Líbano; los documentos de los refugiados palestinos permiten menos movilidad que los de los sirios. El documento de viaje que facilita el gobierno sirio a los palestinos de Siria en la actualidad sólo permite entrar en el Líbano durante una semana. Y, además, es necesario justificar el ingreso con razones como una visita médica, una cita consular o una carta de invitación de algún particular, organización o institución. En estas situaciones, aparece el conflicto interno de identidad entre el sentimiento de ser sirio y la realidad de ser palestino y refugiado.
Pero ahora el pueblo sirio también está sufriendo la experiencia del exilio, que se ha desarrollado en distintas fases y niveles. Primero salieron los más ricos y la gente que tenía miedo de ser reprimida por el régimen de Bashar al-Asad. A partir del verano de 2012, cuando la situación se volvió más peligrosa, salió la clase media. Y, desde finales de 2014, mucha gente de los sectores más pobres de la población empezó a huir del país.
La migración en masa de la clase baja y la forma en que establecieron distintas rutas hacia Europa abrieron también el camino a la migración de otras nacionalidades con experiencias similares (iraquíes, afganos, somalíes, etc…) y para todos aquellos que migraban con el objetivo de mejorar sus vidas. Este tipo de éxodo no se detiene nunca aunque encuentre vallas, fronteras o policías.
El carácter agresivo del recibimiento que se les ha ofrecido permite destapar la verdadera cara de Europa y de su racista política migratoria. Cada día, familias enteras empobrecidas llegan a Europa desesperadas, buscando refugio. La «Europa de los derechos humanos» que sale en televisión no es la verdadera cara de Europa: la Europa policial, la de los ejércitos desplegados en las fronteras y de las nuevas leyes restrictivas. Y el racismo institucional no empieza al llegar a Europa, comienza en las mismas embajadas y en la negativa a dar visados para poder viajar en avión. La mayoría de la gente que arriesga sus vidas cruzando el mar intentó conseguir el visado previamente, aunque algunos ni lo intentaron porque sabían que no valía la pena.
Al llegar a Europa, los refugiados se encuentran inmersos en medio de una profunda crisis del capitalismo, que ha destruido a las clases populares y a amplios sectores de la clase media. Se topan con poderes políticos corruptos, que han adoptado políticas de recortes y austeridad, que también han afectado a migrantes y refugiados, especialmente en países como Grecia, Italia y España.
En el Estado español, son ong y empresas privadas las que reciben los fondos de la Comisión Europea, del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, de partidos políticos de derechas e izquierdas, de instituciones religiosas y donaciones privadas. La primera relación directa entre los refugiados y estos mediadores se establece a través de los trabajadores sociales, que llevan a cabo los protocolos establecidos por las autoridades.
Realmente, es muy difícil para los refugiados organizar un frente común, plantear cualquier tipo de resistencia o denunciar el mal trato y la discriminación, porque el sistema trabaja desde el primer momento para bloquear las corrientes de autoorganización de las personas migrantes y los refugiados. Por otra parte, los movimientos políticos y sociales tampoco valoran realmente la importancia de la participación de esta gente en la lucha por el cambio radical de la sociedad. Pero las personas que llegan acarrean un enorme bagaje de visiones culturales distintas y una gran riqueza de experiencias variadas, que pueden ser la base para un intercambio enriquecedor de conocimientos y prácticas de dinamización económica y progreso colectivo.
«Quiero tener los mismos derechos que Ada Colau»
Es así que, a pesar de todas las dificultades y obstáculos, el 22 de mayo de 2015, un grupo de refugiados lanzó una llamada indignada para denunciar la política interna de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (cear), una de las ong con mayores competencias en materia de refugiados en el Estado. Una quincena de refugiados y solicitantes de asilo, acompañados por algunos activistas, llevaron a cabo una concentración de protesta a las puertas de la sede de cear en Barcelona pidiendo que se cumplieran sus derechos, y presentaron una lista de demandas. Dos días después, Ada Colau y su equipo de Barcelona en Comú ganaban las elecciones municipales en Barcelona y formaban gobierno en el Ayuntamiento. Este cambio político dio esperanza a las comunidades de migrantes y refugiados de que se pudiera revertir de algún modo su situación de indefensión.
Este grupo de manifestantes formó un colectivo que se llama Indignados Refugiados,2 que más tarde lanzaría una campaña en las redes sociales para que Barcelona se convirtiera en una ciudad de acogida. También participó con otros colectivos de la capital catalana en la realización de charlas, actividades y manifestaciones. Simultáneamente, y sin contacto con la gente de Barcelona, se organizaba en Madrid una manifestación para denunciar la situación de los refugiados bajo el eslogan «refugiados sin refugio».
Sin embargo, el eco de estas campañas por los derechos de los refugiados no llegó a los oídos de los ciudadanos hasta que las imágenes de Alan al-Kurdi, el niño sirio de tres años que apareció inerte en las playas de Turquía, llenaron las pantallas. Ya antes había cientos de imágenes de niños africanos, o de otros lugares, muertos en las playas mediterráneas. A veces debe mostrarse mediáticamente el rostro más crudo de la muerte de miles de inocentes para que haya reacciones. Muchos se sintieron entonces impulsados a actuar, y las instituciones se sumaron al carro.
En Barcelona, el «gobierno del cambio» celebró en agosto de 2015 una multitudinaria manifestación en la Estación del Norte a la que asistieron muchos catalanes no inmigrantes, representantes de los ayuntamientos del cambio de toda España, representantes de partidos políticos y dos refugiados con una pancarta —«Quiero tener los mismos derechos que Ada Colau»— que hizo reflexionar más allá del conocido «Refugees Welcome». Mientras la alcaldesa anunciaba la idea de las Ciudades Refugio de la que a partir de ese momento haría bandera, los refugiados que reclamaban igualdad de derechos para todas tomaron contacto con algunos activistas presentes para organizarse al margen de las instituciones y del discurso humanitario y asistencialista.
En septiembre comenzaron las primeras asambleas convocadas en centros sociales. Refugiados y personas solicitantes de asilo denunciaron con pelos y señales los casos de racismo y maltrato institucional a los que se enfrentaban, señalando las causas enraizadas en las dinámicas coloniales y el capitalismo feroz, que provocan los desplazamientos de las personas. La asamblea tomó el nombre de Punt de Suport de Persones Migrants y, desde entonces, pretende ofrecer acompañamiento en Barcelona a aquellas personas que transitan y a aquellas que quieren quedarse, rompiendo la división entre migrantes y manifestando la voluntad de trabajar codo a codo con los afectados.
El Mukhayyam en el centro de Barcelona
La palabra mukhayyam, que en árabe significa «campamento», se refiere tanto al lugar en que viven los refugiados como a la lucha y la resistencia contra la ocupación de los territorios de los pueblos palestinos, saharauis y, ahora también, designa la lucha por la supervivencia de los sirios.
El 1.º de mayo de 2016, un colectivo de Barcelona hizo pública la liberación y apertura de un edificio, la Llotja, en el centro de Barcelona, que fue rebautizado como Mukhayyam. Una asamblea abierta formada por personas con distintos orígenes y sensibilidades, se unían bajo un objetivo común: crear una respuesta autoorganizada que plantease resistencia a las trabas a la libertad de movimiento que provocan las fronteras, que fuese una respuesta a la violencia institucional así como a su inacción e hipocresía. La asamblea aprobó también el concepto de mukhayyam y, con ello, un concepto surgido de una epistemología proveniente del sur entraba en Europa. El intercambio de ideas es una realidad dinámica e innegable.
En Barcelona, por ejemplo, los movimientos sociales han reflejado su solidaridad con los migrantes y su indignación por el turismo salvaje en un eslogan: «Tourists go home, migrants welcome». Recuperar el derecho a la ciudad en favor de migrantes y refugiados, la lucha de los manteros y su sindicato, es la de miles de activistas y simpatizantes que están comenzando a establecer una nueva conciencia que debe cambiar el mundo. Hoy las habitantes de la Llotja ya no están ahí —tras el desalojo del 3 de mayo de 2016—, pero el fantasma de el Mukhayyam sigue revoloteando por las calles y plazas de Barcelona.
La palabra del año
Según acnur, en España hay 5.798 refugiados y 7.525 solicitantes de asilo (2015). Unas cifras que, en comparación con sus 47 millones de habitantes, reflejan claramente la falta de voluntad del Estado español en desarrollar una política migratoria justa; un Estado que gasta cada día 27.000 euros en proteger sus fronteras con Marruecos y mantener las vallas de Ceuta y Melilla. España, un país de emigrantes a lo largo de todo el siglo xx y de inmigrantes en el paso al siglo xxi, no cumple el mínimo deseado ni en términos de financiación ni en términos de reasentamiento, según denuncia Oxfam. Además, se comprometió a reasentar a 854 sirios, muy lejos de los 15.344 que esta ONG considera que representaría una justa contribución. A pesar de estas cifras vergonzosas, refugiado fue elegida por Fundéu (Fundación del Español Urgente) como la palabra del año 2015.
Ciutat Refugi? Refugees welcome?
Barcelona, con el Pla Ciutat Refugi, ha obtenido reconocimiento a escala internacional, y se ha llegado a presentar como una urbe paraíso para refugiados. La pancarta en inglés «Refugees Welcome», permanentemente colgada en la fachada del Ajuntament, y con la que miles de turistas se hacen fotos cada día haciendo propaganda gratuita de la política del consistorio en materia de migración y refugio, contrasta sin embargo con imágenes no tan alejadas de la plaza de Sant Jaume: mujeres refugiadas mendigando en las Ramblas y en la esquina del Liceu, familias refugiadas viviendo hacinadas en pequeños pisos de 50 m2 del Raval sin ningún tipo de ayuda, y los hijos de estas familias pidiendo dinero frente a la mezquita del Clot los viernes y delante de las iglesias de Ciutat Vella los domingos.
En marzo de 2016, unos chavales somalíes llegaron a la ciudad, atraídos por la propaganda de Barcelona Ciutat Refugi. El día en que la policía francesa desalojó el campamento de Calais, en la frontera marítima entre Inglaterra y Francia, estos adolescentes querían regresar a Alemania para pedir asilo allí, pero unos voluntarios españoles —bienintencionados, quizá— les dijeron que en Barcelona tendrían todo lo que necesitaran.
Los seis jóvenes sufrieron tres meses de burocracia y maltrato a las puertas de las ong responsables y en la oficina de asilo, víctimas de una propaganda que acabó por convertirse en un laberinto burocrático. Sin apoyo alguno, tuvieron que cambiar de casa tres veces, acabaron viviendo con otros jóvenes barceloneses y consiguieron el dinero para viajar a Alemania. Existen decenas de jóvenes refugiados y solicitantes de asilo perdidos por las calles, buscando cursos de idiomas y trabajos que no llegan a los cinco euros la hora. Muchos estudiantes que han perdido la posibilidad de continuar sus carreras en sus países de origen, no pueden pagar la matrícula en las universidades catalanas. La Guàrdia Urbana y los Mossos d’Esquadra persiguen a los vendedores ambulantes en las calles en una guerra xenófoba y clasista contra los migrantes.
A pesar de la buena voluntad de la alcaldesa y de su pasado como activista, el plan Ciutat Refugi no surge desde el mundo del activismo. Al contrario, se planteó tras el viaje de Ada Colau a dos ciudades del norte de Europa (Viena y Múnich), y no nace de la comprensión de la realidad de las personas refugiadas y de los problemas que viven. El Ajuntament entabló relaciones con las mismas organizaciones (Cruz Roja, cear, saier y acnur) que han provocado en el Estado español y en Catalunya esta situación catastrófica; en vez de crear un proyecto nuevo que sea un ejemplo como «ayuntamiento del cambio». El plan no incluye a ningún refugiado en el equipo o en la dirección. Tampoco los responsables se han reunido con los refugiados que ya están en la ciudad, a pesar de que algunos de ellos participan activamente en los movimientos sociales que apoyan los derechos de la población migrante.
El plan ha construido infraestructura y gastado fondos en proyectos que están esperando a refugiados que todavía están fuera de España y que no quieren venir por la fama de país hostil de acogida que se ha ganado. Al mismo tiempo, deja a los refugiados que ya están aquí en la calle, sin techo, sin pan ni trabajo. Y los responsables de este plan siguen preguntándose por qué no vienen los refugiados y le echan la culpa al Estado, mientras ellos plantean el reasentamiento de 90 plazas en 2016; unas cifras ridículas.
i La Nakba o «catástrofe» es la manera en que los palestinos nos referimos a la expulsión violenta de nuestras casas y de nuestra tierra.
ii El colectivo se llama «Indignados Refugiados» y no «Refugiados Indignados», porque está formado por refugiados, que aspiran, en un futuro, a ser ciudadanos pero sin perder su condición de indignados con el sistema actual. En primer lugar son indignados y de manera temporal, y circunstancial, refugiados. Es una decisión política, no gramatical.