masala és barreja d'espècies
Revista d'informació, denúncia i crítica social a Ciutat Vella
Nº 74 – juny 2017

Clive: «Queremos un gobierno sin ningún cabrón español ni ningún cabrón catalán»

Es martes, no llueve ni hace excesivo frío. Con Clive, que no tiene teléfono, hemos quedado en la placeta Sant Francesc, donde cada martes Cruïlles se reúne para resistir contra la desaparición del barrio en estos tiempos de movilidad forzosa. Clive llega, como no podía ser de otra manera, con su sombrero pancarta, en el que pueden leerse frases irónicas y originales con las que arremete contra la falta de democracia y la hipocresía que nos rodea: «¿Ha habido cambio de gobierno en Barcelona? ¿De verdad? Yo no me he enterado y creo que nadie».

 

Sentados sobre los taburetes diseñados por las compañeras de Re-cooperar, a Clive no hay que explicarle ni preguntarle demasiado. Sabe por qué estamos aquí y empieza a relatar su trayectoria en Barcelona. Comienza con cierta nostalgia, mirando hacia atrás en el tiempo: «Sería muy interesante reunir a la gente de aquella época y relatar nuestras historias comunes, pero quizá también sería deprimente, viendo cómo está ahora la ciudad.

»La primera vez que llegué a Barcelona, con la ropa puesta, veinte francos y una mochila de marinero, coincidió con la legalización del PCE y aquellas horribles cargas de los grises contra los estudiantes y simpatizantes en las Ramblas. Venía de un país triste, apagado y gris, y yo era el más triste, apagado y gris de los ingleses; y los ingleses son peores que el clima británico. En Barcelona, encontré un clima radiante, un lugar fascinante y a maravillosas personas que hacían de las Ramblas su centro neurálgico y de encuentro, y que celebraban cada día como si fuera fiesta mayor. Me quedé dos semanas y retomé la idea original de seguir conociendo la península en autostop; pero, a medio camino, en dirección a Valencia, noté que echaba de menos las Ramblas y di media vuelta.

»En Barcelona sentía que debía recuperar el tiempo perdido. Había hecho mis pinitos en Londres, actuando como Charlot y aquí empecé a pintar cuadros muy aburridos, de paisajes, de los que solo conseguí vender uno a un turista japonés, hasta que me di cuenta de que realmente mi vocación era pintar la ciudad, representando a mis personajes imaginarios; las Ramblas serían mi escenario principal. Pasear por las Ramblas con mi rebaño imaginario y conseguir que la gente me siguiera sin acabar de comprender que ellos eran las ovejas. Fregar las Ramblas el día de la primera victoria de Jordi Pujol, tarareando “¡Viva la democracia! ¿Cuándo llegará?”, con la gente atónita, sin entender. O el día en que conocí a mi mujer, mientras interpretaba a un cachorro recién nacido, y un vecino que vivió el momento nos prestó las llaves de su casa por si queríamos ir allí a celebrar el amor. Antes era así, gente a la que recién conocías se ofrecía a darte una mano o te abría las puertas de sus casas. Ahora nos hemos vuelto europeos y desconfiamos del que está sentado a nuestro lado en el metro».

Clive da clases particulares de inglés y nunca ha querido vivir del teatro. «El segundo año del festival de Tàrrega, fui a conocer el ambiente y también hice de las mías. Un crítico teatral de un periódico de gran tirada escribió que yo era el auténtico espíritu del festival y a los organizadores se les ocurrió invitarme para formar parte de la programación oficial de la siguiente edición. No aprendí nada de aquella experiencia ni me sirvió de mucho, tan solo para reafirmarme en que era mejor ir por libre y que nadie decidiera por mí los momentos en que tenía que actuar o ser creativo. Algo similar me ocurrió en el festival de arte de L’Hospitalet, la única vez en que he cobrado por actuar. Me parecía increíble que me pagaran por hacer lo que me gusta y decidí implicarme mucho en la ciudad y el festival. Durante un mes seguido, iba a todas horas y me inventaba talleres de clown y artes plásticas para todos los públicos, y decoré el ambiente con poesías plasmadas en las paredes. Nadie me controlaba y la organización se olvidó de mí el día de la clausura, porque lo que interesaba eran los artistas que vendían humo. También coincidí con Leo Bassi, el único artista de quien me sigue interesando su arte, en el festival de payasos de Cornellà.

»Ir por libre siempre ha sido mejor y en Barcelona era algo factible en aquel momento… hasta que nombraron la ciudad como sede olímpica. Antes del maldito evento, era una urbe más permisiva y alegre. Recuerdo que tuve la idea de asfaltar mi calle con mil globos. Para hacerlo bien, llamé por teléfono al Distrito y compartí mi idea con ellos. Me dijeron que era problemática, porque por allí pasaba la ruta de un bus urbano. Descontento con la respuesta, escribí una carta en un periódico de la ciudad, que llegó a manos de algunos locutores de radio que la leyeron en sus programas. Para mi sorpresa, aquel mismo domingo se presentaron en mi casa —que estaba repleta de globos que había inflado por la noche— decenas de personas entusiasmadas con la idea, que querían ayudarme. Hicimos un túnel con los mil globos por el que podía pasar el bus y, cuando pasó el último, cortamos los hilos y tuvimos nuestra alfombra de colores. Fue una auténtica fiesta y la gente todavía la recuerda como si fuese ayer.

»Pero, poco a poco, los políticos y la policía fueron poniéndonos más trabas y —lo que fue peor— fueron desplazándonos de las Ramblas, permitiendo la aparición de las primeras estatuas humanas, pero sobre todo de los trileros, que antes se ubicaban en la plaza de Cataluña, frente a la comisaría, y de los carteristas, a los que todos conocíamos y la policía toleraba. El Ayuntamiento empezó a invitar a periodistas extranjeros para que escribieran maravillas de la ciudad y de su calle más famosa, aunque todos omitían el problema de las drogas, la falta de empleo o la progresiva masificación turística.

»Sin abandonar del todo las Ramblas, comencé a moverme por otras plazas como la del Pi, donde cada sábado organizábamos un esplai libertario para los niños del barrio, o la plaza de Sant Jaume, donde de vez en cuando hago consultas populares, como la que coincidió con el 9N y en la que ganó con mayoría absoluta la opción: “Queremos un gobierno sin ningún cabrón español ni ningún cabrón catalán”.»