masala és barreja d'espècies
Revista d'informació, denúncia i crítica social a Ciutat Vella
Nº 74 – juny 2017

Masculinidades y feminismo*

* [Este texto es un resumen de las palabras de Jokin Azpiazu Carballo en la presentación de su libro Masculinidades y feminismo (Virus, 2017), que tuvo lugar en el Espai Contrabandos el pasado 27 de abril. Jokin Azpiazu Carballo (Ermua, 1981) es sociólogo, activista, músico y programador cultural; forma parte de la Joxemi Zumalabe Fundazioa y centra su trabajo académico en los estudios de género y en el estudio crítico de la relación de los hombres con el feminismo. Entre 2006 y 2008, formó parte del grupo de hombres antisexistas Alcachofa en Barcelona.]

 

 

Los debates en torno a la masculinidad y a la creación de grupos de hombres que han proliferado en la última década en algunos espacios políticos —más y menos institucionales— han carecido en cierto sentido de una revisión crítica sobre su verdadero alcance transformador. ¿Podemos pensar la masculinidad desde la propia masculinidad? ¿Son estas «nuevas masculinidades» una superación de la masculinidad hegemónica o una adaptación a un sistema de desigualdad que no cambia en su estructura? ¿Se puede acabar con la desigualdad sin terminar también con la masculinidad?

 

 

Empecemos aceptando que el cambio social es algo que está pasando —sí, las cosas están cambiando—; viene pasando desde hace unas horas, pasa en este mismo instante y seguirá pasando dentro de una hora. No es posible una sociedad que no cambie, y es imposible que cualquier identidad de esta sociedad no esté cambiando en cierta medida. Siendo así, quizá lo que debemos preguntarnos es cuál es la profundidad de estos cambios, cuál es la dirección que están tomando y si están funcionando realmente o se están quedando en lo estético. Para ello, usamos el feminismo como una teoría de la sospecha: cuanto más sabes, cuanto más te acercas, más escuchas,
más piensas, más vueltas le das… más sospechas se generan sobre todo. Esta idea no debería ser ajena al trabajo que se ha venido haciendo sobre las masculinidades. Así, Masculinidades y feminismo parte fundamentalmente de una sospecha que se elabora a partir de trayectorias políticas y afectivas colectivas y compartidas; al abordar la cuestión del sexismo desde los grupos de hombres y las nuevas masculinidades, quizá no estamos planteando el problema como deberíamos.

 

0. ¿Estamos planteándonos el tema de la masculinidad sin conseguir salir del marco mismo de la masculinidad?

Una mirada propia difícilmente permite salir de uno mismo a la hora de interpretar un problema; es en el momento en que la mirada viene de otro lugar que el problema se hace visible. Es importante el lugar en el que nos situamos, desde dónde nos miramos, en el problema de la masculinidad, ya que esta está en nuestro hermano, en nuestro padre, en nosotros mismos. Tenemos el privilegio masculino, que es el de la definición (decir qué está pasando y cual es la realidad), así que no nos toca liberarnos de nada; no estamos hablando de mirarnos con otra mirada para
poder liberarnos de algo que es externo sino de elaborar una mirada excéntrica.

Se trata de hacer un ejercicio bastante más complejo y más serio, y que implica establecer mecanismos con los que podamos realmente asegurarnos de que el diagnóstico que estamos haciendo no es nuestro o solo nuestro —de los hombres—, y que por lo tanto las medidas que planteamos y las cosas que queremos hacer no son solo nuestras. Sin embargo, se trata de responsabilizarnos, escuchar y establecer lazos de comunicación, no de esperar a que otras nos digan qué y cómo hacer. Entonces, ¿cómo podemos pensar la cuestión del machismo, del patriarcado, desde una mirada que no sea la nuestra propia, la de los hombres?

 

1. ¿Cuál es la masculinidad hegemónica?

Quizá se ha usado el término masculinidad hegemónica con cierta ligereza para definir o señalar esta masculinidad
que tiene el poder y establecer, por lo tanto, un modelo en negativo de aquello que no es deseable. La hegemonía tiene muchas características, pero dos de ellas son fundamentales para este debate. La primera es que la hegemonía es deseable, es aquello que queremos ser; una clase social es hegemónica cuando deseamos formar parte de ella. Y
la segunda característica es que la hegemonía es invisible, precisamente por esta deseabilidad: cuando te están obligando a hacer algo, y es evidente que te están obligando, no hablamos de hegemonía. Cuando decimos que el capitalismo es hegemónico, por ejemplo, lo decimos no solo porque estamos obligados a vivir en él, sino porque queremos también consumir, queremos estar ahí y disfrutar de ello, y entonces es un modelo deseable y, de tan deseable que es, se vuelve invisible. Entonces, cuando hablamos de masculinidad hegemónica, ¿de qué hablamos? Porque si planteamos que está encarnada en un tipo que se rasca los cojones cada medio minuto, que insulta con una misoginia evidente, que utiliza la violencia sin ningún tipo de reparo… ya no estamos hablando de un modelo de masculinidad hegemónica. En la sociedad actual, este modelo, aunque existe, es visible, no pasa desapercibido; es un modelo de masculinidad muy negativo y que, además, se contrapone a otras masculinidades que no se definen por esas formas de actuación. El modelo hegemónico es otra cosa, y tenemos que empezar a pensarlo. ¿Cuál es el modelo que es «deseable» para ser hombre hoy en día, el modelo o los modelos que permiten perpetuar la desigualdad?

 

2. ¿Nos distanciamos para no cuestionarnos?

En este sentido, tenemos que plantearnos cuál es el modelo en negativo y cómo construimos un modelo crítico que nos permita cuestionarnos. Si vemos que la hegemonía no es lo tradicional, ese modelo caricaturizado y negativo que nos permite decir «yo no soy eso», debemos empezar a pensar en aquello que sí somos y plantearnos que hoy en día la hegemonía se construye de otra manera, y que nos implica y atraviesa de una manera diferente.

No debemos obviar que estamos construyendo este modelo en negativo desde un lugar que tiene que ver mucho con la clase, la raza y el origen. Aquellos peligros que se visibilizan están racializados y empobrecidos, y los que se siguen invisibilizando son tan comunes como las agresiones diarias en el seno de nuestras parejas heterosexuales.
Se hace muy difícil decir que los hombres que estamos leyendo esto, probablemente, hayamos superado más de una vez la barrera del respeto en nuestras relaciones sexuales.

Tenemos que dejar de racializar este modelo y dejar de relacionarlo tanto con la desviación y con lo mal que está el
hombre que agrede. Más bien debemos plantearnos que se trata de una persona que está cumpliendo con todo lo que se supone que debe cumplir. Porque el machismo no es una cosa que podamos colocar en la excepción; es la regla, y la regla está cambiando hasta hacerse invisible, y esto es lo que tenemos que abordar.

 

 

3. ¿Ignoramos los indicadores?

Por lo tanto, hay que pensar no solo en lo que cambia, sino también en lo que se está manteniendo. Si le echamos un ojo a los indicadores —números, estadísticas, experiencias e incluso vivencias cercanas— podemos ver que las relaciones de poder se mantienen en lugares muy similares a los que ocupaban hace treinta años. Los números señalan que las cosas no están cambiando tanto.

Por lo tanto, debemos dejar de utilizar elementos muy serios y relevantes, como son la violencia machista y la violencia sexual, para señalar a otros sin cuestionarnos, para usarlos siempre y cuando podamos colocarlos fuera de nosotros.

La cuestión es seria, así que vamos a dejar de utilizarla alegremente para echar la piedra al tejado de enfrente, y vamos a pensarlo de otra manera. Las violencias machistas, las violencias sexuales, están dentro. Están en nuestros movimientos sociales, en la redacción de nuestro periódico, en nuestro trabajo en la universidad… en donde estemos, están. Pareciera que hemos pasado casi de un modelo en que la violencia machista no importaba a los hombres a otro modelo en que nos parece muy mal y la condenamos. La condena solo sirve para eso, para decir que
los demás están haciendo algo muy mal, y no para plantearnos qué estamos haciendo nosotros como hombres. Cuidado con esta cuestión de posicionarnos muy fuerte y claramente, sin pasar por un trabajo de cuestionamiento interno y plantearnos mecanismos para que esto no suceda.

 

4. ¿Por qué nos victimizamos?

Hay que superar el tema de la autovictimización de los hombres como estrategia de cambio. Debemos empezar a
plantearnos que, quizá, si nosotros como hombres también somos víctimas del patriarcado, las mujeres son víctimas del patriarcado, las personas que no encajan en el binario son víctimas del patriarcado… si todo el mundo es víctima del patriarcado, ¿quién demonios es el patriarcado? No podemos situarnos en un lugar en que todo el mundo es víctima de absolutamente todo sin que nadie sea responsable de nada. Tenemos que empezar a plantearnos también no solamente cómo nos ha hecho el patriarcado contra nuestra voluntad, sino cuánto hay de nuestra voluntad en mantener este sistema. Existe una diferencia muy grande entre que algo nos afecte a todos y que todos seamos víctimas de algo. Es una diferencia importante.

 

5. ¿Qué hay de adaptación y qué hay de cambio?

Hay que abrir la puerta a la sospecha —de nuevo— de que no estamos cambiando en términos siempre positivos y siempre liberadores, emancipadores, conscientes, sino que también, probablemente en muchas situaciones y muchos contextos, nos estamos simplemente adaptando a un patriarcado que ya no funciona como antes. Y que, obviamente, ya no podemos decir según qué cosas y en qué lugares, y no podemos hacer según qué cosas y en qué lugares, y lo que aprendemos es la fórmula para poder seguir de alguna manera llegando al mismo lugar, pero pasando por otros caminos.

Entonces vamos a empezar a pensar que este «todos y odas» que utilizamos, toda esta estética de la igualdad que
los hombres hemos aprendido fácilmente, tiene que estar acompañada, como mínimo, de medidas concretas respecto a qué vamos a hacer y a qué no vamos a hacer.

 

6. ¿Podemos soportar un lugar de incomodidad?

Por lo tanto, en cuestiones de género, el lugar del cambio social para los hombres es un sitio incómodo y tiene que ser un sitio incómodo. No puede ser un sitio tranquilo, un sitio de aprendizaje y de crecimiento personal; no, no se trata de esto. El lugar desde el cual podemos provocar cambios debe necesariamente provocarnos incomodidad.
No podemos basar nuestro planteamiento político sobre este tema en una especie de buenismo, de voluntad, de exaltación de lo positivo, porque no va a ser así. Y, si está siendo así será que los hombres nos estamos sumando a las reivindicaciones feministas que nos parecen cómodas, fáciles y que, encima, nos dan un plus.

En ese sentido, por ejemplo, la paternidad responsable nos interesa mucho, porque estamos felices con nuestros
hijos y nuestras hijas y porque nos aporta algo, pero no querremos limpiarle el culo a nuestra madre cuando tenga
ochenta años. Esto es una diferencia importante. Si seguimos así, lo que vamos a hacer es reformular la masculinidad eternamente sin provocar un cambio en las relaciones de poder, y esto puede ser un modo de actualizarnos al siglo XXI, pero no la puerta a un cambio que realmente tenga profundidad.

 

 

<Audre Lorde (escritora, 1934-1992) en su texto
«Las herramientas del amo nunca desmontarán la
casa del amo», habla del enfado de las feministas
negras ante la pregunta constante de las feministas
blancas de «¿qué tenemos que hacer nosotras
para ser mejores feministas, y no ser tan racistas,
y cómo podemos hacer para ayudaros?». Parafraseándola:
«Todo el tiempo que dedico a explicarte
a ti qué puedes hacer para ayudar, es tiempo que
no estoy dedicando a liberarme a mí misma con mis
compañeras. Búscate la vida, cúrratelo y luego ya
vendrás a contarnos».>