1. Movimientos 2009–2012
Después de los movimientos y la agitación que han barrido la escena política barcelonesa durante los últimos tres años, nos hemos encontrado sin demasiados avances para una perspectiva revolucionaria.
Si la estrategia puesta en práctica desde el 2010, basada en las asambleas locales (de barrio) y cierta coordinación (territorial y sectorial), ha revelado una potencia importante en momentos de excepción (como durante las huelgas generales de 2010 y marzo de 2012, y en el primer impulso del 15M), muchas de las asambleas locales y su coordinación han adolecido de una falta de consistencia considerable. En el peor de los casos, las asambleas de barrio devinieron colectivos activistas y movimentistas, hasta casi desaparecer.
Lo que fue nuestra fuerza se ha convertido en nuestra mayor debilidad. Las acciones espectaculares que abrieron brechas en la normalidad metropolitana han contribuido a transformar el panorama político local, pero no nos han hecho mucho más fuertes. Habiendo sido este, en su mayor parte, un movimiento de subjetividades dispersas, desterritorializadas, lábiles, es decir, construidas sobre una crisis de la presencia, nos encontramos ahora en un momento de reflujo. Un reflujo sobre un territorio diferente, porque lo que han conseguido estos grandes movimientos masivos «sin sindicatos y sin partidos», y donde «nadie nos representa» (aunque estas consignas tengan una lectura doble o ambigua, a la vez ciudadanista y autónoma o libertaria) es la aparición de una nueva politización de masas. Politización cargada de reflejos activistas y ciudadanistas, es cierto, pero no solamente. Cargada también de un deseo de cambio radical, de construcción de una alteridad, de organizar la secesión.
2. El reflujo
Decía una buena amiga que con la llegada del reflujo lo que ha desaparecido es la alegría. El encuentro brillante de miradas extrañas que, por primera vez, se reconocían compartiendo una sensibilidad revolucionaria en las acciones de masa, se ha borrado. Tal vez mejor, se ha desplazado. Ahora queda el voluntarismo, pero también la bifurcación, bifurcación hacia un movimiento más lento y más consistente, de construcción de autonomía. Can Batlló en Sants, La Flor de Maig en el Poble Nou, La Base en el Poble Sec, pero también en Cornellà o en Vallecas. Sin embargo, esta bifurcación es de momento bastante invisible. Le cuesta encontrar su propia voz, articular su propia narración.
Por el contrario, lo que hemos visto este año es que las posiciones que se han visto reforzadas son: por un lado, las ideologías consolidadas (izquierda independentista, anarquistas). En segundo lugar, se ha visto reforzada una perspectiva institucional, que habla en términos de proceso constituyente, un proceso constituyente que parece no tener muy claro el momento de violencia revolucionaria que podría desencadenarlo, o por lo menos, sostenerlo, frente a los ataques del orden capitalista («la revolución no será televisada»). Una posición que representa la continuidad de este mundo, y que adoptando las formas de la izquierda institucional apuesta por entrar en los parlamentos.
3. Nuestra apuesta. Un lugar donde acumular fuerzas. Una base
En algunos barrios y ciudades estamos apostando por una perspectiva que parte de cierta intuición de la Autonomía, de la necesidad de darnos organización localmente, de hacernos fuertes por todas partes.
Nos gusta definir La Base, ateneu cooperatiu del Poble Sec, en función de los tres objetivos que nos hemos propuesto: 1) Procurarnos infraestructura económica autogestionada, para empezar a resolver en común necesidades materiales que compartimos (economía, espacios, alimentación, cuidados, saberes…). 2) Construir comunidad, es decir, poner en juego prácticas para retejer las vidas en el barrio en base al apoyo mutuo y la confianza; y darnos narraciones comunes sobre qué pasa y qué nos pasa, para inventar soluciones compartidas. Y, 3) Erigir una posición política, ligada a estos principios y a estas prácticas, una posición que clarifique quiénes son hostiles y quiénes son amigos. Un lugar desde el que tomar partido en los conflictos que nos atraviesan.
Queremos que La Base sea un espacio más allá de las identidades políticas o culturales. Un espacio donde partiendo de cierta materialidad (lugar de encuentro, cooperativa de consumo, club de informática, comedor popular, bolsa de trabajo, grupo de formación política, espacio de crianza…) y de cierta disposición a la escucha y al apoyo mutuos, podamos reconstruir comunidad a pie de calle, a la puerta de casa, a la vuelta de la esquina, entre aquellas y aquellos que habitamos el Poble Sec de Barcelona —constelándonos, además, por supuesto, con quienes se organizan en otros barrios, territorios, continentes. La destitución del orden capitalista avanza por fragmentos, pero su anhelo es planetario y con él buscamos componernos.
Para llevar todo esto adelante necesitamos dinero. La idea es mancomunar esfuerzos, también en dinero, para dotarnos de recursos comunes. Las y los socios cooperativos ponemos 10 euros al mes que van a un fondo común. Con una parte se pagan el alquiler del espacio y los gastos fijos. El resto se utilizará para resolver necesidades y cumplir deseos según decidamos, anualmente, en una asamblea general. Proveernos de vehículos, herramientas, formación, maquinaria, infraestructuras, etcétera. Este fondo irá proveyéndose también con una parte del producto de la actividad económica de los proyectos con sede en La Base.
No estamos inventando nada, queremos recuperar y adaptar la práctica del viejo mutualismo obrero autogestionario, que permitió al proletariado barcelonés crear una potente red de infraestructuras autónomas en los barrios ya a principios del siglo XX. Toda una constelación de escuelas racionalistas, ateneos, publicaciones, cooperativas de consumo y de producción, dispensarios, sedes sindicales, sistemas de pensiones de jubilación, viudedad y enfermedad… Nuestro objetivo es actualizar, localmente, en el barrio —y extender a cada barrio, pueblo o ciudad— el mutualismo, la cooperación, la reciprocidad y el compromiso que constituyeron la trama de una fuerza de emancipación revolucionaria.
Partimos de una constatación: mancomunando esfuerzos somos más fuertes. Aplicar esta verdad al uso del dinero rompe con un precepto capitalista que de pequeños aprendemos y de mayores confirmamos: «Tu dinero es tuyo y sólo tuyo. Y no se comparte». Sin embargo, romper con ese precepto y mancomunarse localmente, de acuerdo con la perspectiva revolucionaria que nuestra época vuelve a reclamar, significa empezar a quebrantar nuestra dependencia del Mercado, del Estado, de su inmensa maraña de dispositivos.
Entendemos el dinero no como fin en sí mismo, sino como medio. En un mundo donde todo vale dinero, el dinero es una fuerza material de primer orden, incluso para liberarse del dominio del dinero. Más todavía cuando éste se aplica sobre la indigente existencia individual y separada, aquella que cuenta casi exclusivamente con su fuerza de trabajo.
Nosotros aspiramos a fundar materialmente, sensiblemente, la posibilidad de otra forma de vida. Una forma de vida que parte de todo lo bueno, grande y bello que podemos juntas y juntos —esto es una ética de la potencia común. Una forma de vida basada en el uso compartido de recursos comunes autogestionados; en la solidaridad y el apoyo mutuo; en la adecuación tecnológica a las capacidades del medio natural. Una forma de vida que no hace acepción de personas, pero que es capaz de reducir a sus enemigos y de desterrar todo aquello que le es hostil. Sabemos que estas ideas representan una diferencia irreconciliable con las formas imperiales, mercantiles, usureras que han ido dominando y conformando la mayor parte del mundo durante los últimos 500 años. Esta diferencia irreconciliable deberá resolverse políticamente.
Sabemos también que nuestras ideas no son nuevas y que, si es verdad que el gigantesco proceso de emancipación que ellas encarnaron por última vez a lo largo del siglo XX quedó allí brutalmente interrumpido, también es cierto que estas ideas vuelven hoy a habitar en nosotros, dispuestas a impulsar de nuevo el gigantesco proceso de emancipación de la existencia humana sobre la tierra. Nosotras, desde aquí, estamos trabajando en la construcción de una base para la transición colectiva hacia esas otras formas de vida.