¡De puta madre! Sobre prostituciones y maternidades

Ilustración María Romero

 

Hablar del tema de las prostituciones (preferimos los plurales) es ciertamente entrar en polémicas. Sumarle, además, una reflexión sobre las maternidades, puede entenderse ya como tener ganas de crearlas. Y, sin embargo, no es nuestra intención

Estamos aquí desde el «sin pecado concebidas», rondando las ideas de la sexualidad en femenino como singular antónimo de la reproducción. Cuando hablamos de maternidad parece que la sexualidad quede fuera de cuestión… y no se debe a los avances de las técnicas reproductivas ni a la adopción, mucho más sencillo, es porque en el imaginario colectivo las madres no follan. Simple.

Dicho esto, es interesante el cartelito publicitario que acompaña el youporn nuestro de cada día. Hay uno que reza: «Algunas madres tienen grandes impulsos sexuales. Encuentra a madres solteras/follables que están buscando desesperadamente un follamigo». Lo mejor es el link: «Ver las madres». Evidentemente es una selección particular porque a nadie, en su sana locura, se le ocurre pensar que en el resto de imágenes porno las mujeres puedan darse a la maternidad. Las madres que follan son, al parecer, una categoría especial de mujeres. Curioso.

Y ya que entramos en categorías, Madre, en mayúsculas, es sin duda el modelo femenino por excelencia de valor social. Podríamos citar declaraciones de Ruiz Gallardón al respecto pero tampoco hace falta ir tan lejos. Basta con pronunciar en voz alta y con un tono contundente: «una madre». Adelante, ¡intentadlo! Hecha la comprobación, nos sobran argumentos.

Por el contrario, el modelo antagónico es… una puta. La Juliano, Dolores, dice que «puta» es el contramodelo social. Esta categoría no se refiere, en realidad, al ejercicio de la prostitución sino que va mucho más allá. Probemos otra vez: de entre las mujeres lectoras, que levanten la mano aquellas que no ejerzan ni hayan ejercido prostitución y, sin embargo, hayan sido llamadas «putas». Muchas, casi todas, la mayoría.

El término «puta» se utiliza de forma amplia y funciona como una barrera, como un límite respecto de las conductas de las mujeres. El libre uso de la sexualidad —llámese «promiscuidad»—, la atención a los cuidados propios por encima de aquellos dedicados a los demás —dígase «egoísmo»—, el deseo de prosperar y conseguir objetivos —léase «ambición»—. Vamos, somos unas zorras en toda regla. Bienaventuradas.

Sin duda esta categoría social de puta, para ser funcional, crea y reproduce un señalamiento social, en otras palabras: un estigma. Un castigo ejemplificador que se personifica en las mujeres que sí ejercen prostitución como «otras», como aquellas de quienes «nosotras» debemos diferenciarnos.

Y aquí nos encontramos ante nuestros esfuerzos por salir de esta idea de división del mundo entre buenas y malas. Ya nos veis rompiendo esquemas de género y comportamiento porque «¡yo también soy puta!». ¡Y madre! ¡Y a mucha honra!

Bien hecho aunque, de tanto en tanto, pensando en un banquero se nos escape con facilidad un emotivo «hijo de puta», será que en su honor nombramos a su madre, que debía de ser puta, la señora. ¡Vaya, como nosotras! Bueno, como ellas, como las otras, que somos nosotras. Qué confusión, lo decimos con cariño.

Pero ya que habíamos llegado al mundo de la prostitución, quedémonos un ratito, caminemos por el barrio. ¿Qué dicen sobre la maternidad las mujeres trabajadoras del sexo? Las mujeres del barrio que ejercen prostitución muchas veces nos han permitido compartir sus maternidades en momentos y relatos. Y hablan de la maternidad muy sinceramente, en confianza, como el resto. Es decir, juegan a los equilibrios entre la idealización social, los quereres y las responsabilidades, que muchas veces son en femenino singular. El cotidiano.

¿Y sobre prostitución y maternidad? También hablan, conscientes de ser siempre sospechosas. No son ajenas a los protocolos de la Generalitat,1 que estigmatizan considerando el hecho de ejercer prostitución como un «factor de riesgo de maltrato». También en esa vergonzosa lista se incluye «promiscuidad», «monoparentalidad», «pobreza» e «inmigración». Porque la discriminación que puede escribirse es una discriminación legitimada. Una violencia tolerada.

A pesar de sentir temor hacia las instituciones, las madres trabajadoras del sexo comparten, con sentido común, sus necesidades. Entre ellas, su necesidad de trabajar. Es sencillo rescatar declaraciones de las muchas manifestaciones contra la ordenanza de civismo y sus temibles sucedáneos. Mujeres que intentan hacer comprender que la prostitución es su sustento: «Tenemos familias», dicen algunas. «No hacemos nada malo, sólo queremos criar a nuestros hijos, ayudar a nuestras familias» o «Soy viuda, tengo cuatro hijos, mis hijos están esperando que les envíe algo para comer». Historias de necesidad, como las de muchas trabajadoras. ¿O resultará que creíamos que la prostitución era otra cosa? ¿Se nos ocurre acaso poner en cuestión la necesidad de los «padres/hombres» de una fábrica que cierra o usar ese mismo argumento para deslegitimar su actividad o su reivindicación? En su caso, se hablaría de «pérdida de puestos de trabajo», se hablaría de «familias».

Lo aclaramos porque estas ideas en torno a la necesidad respecto a la responsabilidad de la maternidad se construyen curiosamente en contra de las mujeres trabajadoras del sexo. Incluso por ellas mismas. Dice la inteligente ilustradora de este artículo que también el llamado a su condición de madres, además de ser descriptivo, es el sentimiento de tener que justificarse, dar explicaciones, sobre su elección de ejercer prostitución, responder a nuestros prejuicios. Tiene razón. Maldito estigma.

Otras ideas, convertidas en recuerdos, llegan con voces de mujeres que, sin disimular su sentimiento de orgullo, nos hablan de la prostitución como el medio que facilitó asumir esa maternidad, pese al estigma. La uruguaya nos repetía hace no mucho: «Saqué a mis hijos adelante, soy madre soltera, yo solita». Y una compañera colombiana decía a una radio que cubría una huelga general: «No se vaya usted a creer, mis hijas tienen estudios». Orgullo de madres, de haber conseguido, con su trabajo, medios, recursos y tiempos para querer, formar, dar herramientas y posibilidades a sus hijas e hijos. Como muchas mujeres que asumen la maternidad frente a la desigualdad. Como muchas pero para las trabajadoras del sexo, además, como madres y putas. A mucha honra nuevamente; trans-grediendo la idea de que se trata de categorías diferentes; pese al estigma social; pese a que su elección significa la renuncia a derechos de ciudadanía, a ser tachadas y señaladas, para poder ser ellas mismas a costa de ser «las otras».

Como recordatorio. La próxima vez que le digamos a alguien que es un «hijo de puta», pensemos antes si es merecido. No se pueden andar echando piropos tan gratuitamente.

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1 Protocol d’Actuació entre els Departaments de Benestar Social i Família i d’Ensenyament, de detecció, notificació, derivació i coordinació de les situacions de maltractament infantil i adolescent en l’àmbit educatiu.