En julio de 2012, el politólogo y ensayista palestino George Salama Kayleh visitó Casa Árabe Catalunya donde ofreció un análisis crítico sobre el autoritarismo y las demandas populares en la revolución siria. Ese mismo mes publicaba, en el diarioAl-Hayat, este artículo, «¿Guerra civil en Siria?», cuya traducción debe agradecerse a los artífices del blog Traducciones de la revolución siria. ¿Es una guerra fraticida lo que están viviendo los sirios o es una lucha contra el poder del régimen de Bashar al-Assad? Kayleh da respuesta a esta pregunta en el siguiente texto.
«El rumor dominante en Siria es que el país ha entrado en la etapa de guerra civil. ¿Ha entrado Siria en esa etapa de guerra civil? Así lo han indicado Kofi Annan, ex secretario general de Naciones Unidas, y también Ban Ki Moon, actual secretario general de la ONU. Del mismo modo esto se ha convertido en el titular principal de los grandes periódicos internacionales, que se repite en los periódicos árabes.
Antes de realizar tal afirmación, sería necesario saber cuál es el significado de guerra civil porque, como suele pasar, los vocablos se utilizan sin determinar su significado o, simplemente, circulan con distintos significados. Las guerras civiles están ligadas normalmente a luchas que no se dan entre el pueblo y el poder gobernante, sino entre sectores del pueblo mismo. La guerra civil libanesa fue entre dos facciones que ―se dijo― representaban a sendas sectas (cristianos y musulmanes). La guerra civil española se dio entre los que estaban a favor de la República y los que apoyaban a la monarquía, pero ambos bandos eran del pueblo.
Todo lo que se cuenta sobre Siria es que se está llevando a cabo una lucha que ha pasado de ser entre el pueblo y el poder gobernante a convertirse en una disputa entre sectores del pueblo mismo. Lo que se viene a decir aquí es que la lucha se ha convertido en una lucha sectaria, en concreto entre suníes y alauíes. La justificación que suele aducirse son las masacres que cometen las «fuerzas» del poder, los shabbiha, y las reacciones ante ellas. Una de las últimas ha sido la masacre de Al-Hula, aunque ha habido otras posteriores. También se suele señalar que las actividades del Ejército Libre se están expandiendo para culminar con la idea de que la lucha se está convirtiendo en una guerra civil.
Sin embargo, sobre el terreno, la lucha entre el pueblo y el régimen se mantiene. Los sectores participantes en la revolución se han expandido y el poder se ha quedado sin base popular, incluso social. Los comerciantes han pasado de apoyar al régimen y financiar a los shabbiha a estar convencidos de la necesidad de la marcha del poder, pues parece incapaz de poner fin a esta lucha y lograr la estabilidad necesaria para que prosiga la actividad económica. Algunos de ellos han dado un paso más, anunciando la huelga.
A pesar de todos los intentos del poder de provocar una lucha sectaria durante meses, especialmente en Homs, las reacciones populares se han centrado en la pelea contra el poder y no contra los alauíes, una facción a la que el régimen quiere empujar a esa guerra sectaria para garantizar su aferramiento al poder ya que algunos miembros de esta secta conforman su «estructura más sólida». Las reacciones que hayan ido más allá de esto han sido esporádicas. Así, la lucha sigue manteniendo hoy las formas en que la revolución comenzó, sin caer en una guerra sectaria como desea el poder.
En lo que respecta a los alauíes, no podemos decir que hayan entrado en esta lucha sectaria. Hay shabbiha que matan y son entrenados en el marco de la red mafiosa que se fundó con Yamil al-Assad (hermano de Hafez) y que han heredado Rami Makhlouf y Maher al-Assad. Es decir, son un sector mafioso militar ligado a los intereses de quienes dominan. Pero, a pesar de que parezca que los alauíes están aferrados al poder, en muchos pueblos y ciudades tienden a retrotraerse por miedo a las reacciones que puedan darse como resultado de las masacres gubernamentales y las prácticas de los shabbiha.
En consecuencia, no percibimos que la situación haya llegado a la etapa de guerra civil. Y no parece que vaya a llegar, puesto que la lucha está centrada en torno a las demandas del pueblo y al enfrentamiento al poder. Por ello, continúan las manifestaciones y se expanden las actividades del Ejército Libre contra el poder, mientras el objetivo central sigue estando presente: derrocar al régimen y no caer en una lucha sectaria. Los jóvenes, que juegan un papel clave, son conscientes de que su lucha es contra el poder y defienden activamente la revolución, cuyo objetivo es derrocar al régimen. A pesar de que se hayan cometido excesos, este levantamiento sigue siendo una lucha del pueblo contra el régimen y así seguirá, gracias a su lucidez.
A tenor de lo dicho, puede entreverse que hablar de una guerra civil es, bien resultado de una comprensión errónea (a veces debido a una tergiversación de los conceptos o a la precipitación en la emisión de juicios), bien resultado de un intento de convertir esa lucha en una guerra civil. Esto último parece claro si observamos la política de algunos países que, diciendo apoyar a la revolución popular, empujan a que se arme para convertirla en una guerra armada, con fuerzas disfuncionales desde el principio y nutrida de fundamentalistas que, tal vez, intenten que la situación derive en una guerra sectaria, con la esperanza de que se produzca finalmente una intervención imperialista. Por tanto, mucho de lo que se publica en los medios occidentales y árabes no es inocente ni tampoco producto de una mirada realista o de un error «de conocimiento». Lo que parece claro es que hay quien no quiere que la revolución siria salga victoriosa y piensa que lo mejor para abortarla es convertirla en una guerra armada que adopte un cariz sectario. Y eso, justamente, es lo que ha querido el poder desde el principio.
En Siria no hay una guerra civil, ni creo que la vaya a haber, porque el pueblo tiene la determinación de derrocar al régimen.»