Así es como nos gusta trabajar, con ganas, y eso hemos intentado transmitir en esta sección. Para despedirnos de esta hoja de ruta, hablaremos de Ernesto Yerena, quien puso la imagen de cabecera a la columna.
El primer road trip desde que llegamos a California nos llevó a Los Angeles (LA). Había comenzado junio y el agradable calor nos empujó a visitar la ciudad de Cuarzo, como describe Mike Davis en su libro homónimo. Ciudad de centenares de autopistas que actúan como fronteras urbanas. Segregada casi a la perfección, cada quien en su lugar y donde debe estar. Fatal transporte público. Consecuencia: miles de vehículos, personas que necesitan de tres diferentes medios de transporte para llegar a sus lugares de trabajo y un centro urbano donde reside el cuarto mundo más feroz que haya podido ver. Cientos de «sin techo» deambulando a un lado y otro, en situaciones sobre las que es mejor no recrearse. LA, urbe dispersa donde es difícil situarse −todo es igual pero diferente al mismo tiempo−, esconde una cultura subterránea especial y llena de contenido, lejos de Hollywood. Los barrios despiertan y hablan, la ciudad del entertainment por excelencia, en el amplio sentido de la palabra, es otra completamente diferente.
Llegamos a Ecko Park para visitar el taller donde crea Ernie. Nos acompañan Emi, compañera de Ernesto y Anne, artista polaca residente en Londres. Ernesto está acabando una pieza que representa a un animal de la mitología aborigen de Australia: «En otoño voy a Melbourne a dar una conferencia a un foro de nativos como indio Yaqui que soy. La familia de mi mamá es Yaqui y yo me siento un Nativo Americano, aparte de chicano». Va charlando mientras trabaja. «Dividieron el desierto de Sonora y crearon Arizona, separaron a pueblos que llevaban años compartiendo territorio y hablaban la misma lengua.»
Una vez terminado el trabajo, nos enseña más piezas. Me fijo en dos, una de la campaña contra la ley migratoria de Arizona y otra para un cartel antimilitarista, donde se lee «Chicanos out of Colonial Wars» («Chicanos fuera de las guerras coloniales»). ¿Qué está pasando con este tema, Ernie? «Está canijo. El 25% del ejército está formado por la raza −los latinos−. Los mandan a Irak, Afganistán y otros lugares del mundo donde tienen frentes abiertos. Miles de familias han perdido a sus hijos y todo por papeles. La ilegalidad de nuestra raza en este país les está llevando a meterse en el ejército. ¡Nosotros no tenemos que ir a hacer la guerra de nadie en ningún lado! Bastante tenemos con lo que pasa en nuestros barrios.»
Después de hacer este cartel, de regreso a casa desde San Francisco, Ernesto encontró sus cosas revueltas y el ordenador encendido. «Siempre lo desconecto todo. Y ese día llegué y ¡zas!, todo abierto, diciéndome “hemos estado aquí”.» Pero en eso quedó. Este país no digiere muy bien que no se defienda a su ejército, el pacificador mundial. Y el discurso va calando. El antimilitarismo no es bien recibido.
Ernesto Yerena ya había hecho algunas piezas sobre el tema, sus creaciones se basan en fotografías de gran formato: las trabaja, les da su estilo… A partir de ahí, serigrafía, acetato −cúter en mano−, retoca y, luego, un sinfín de plataformas donde proseguir, desde cartulinas de todas las texturas hasta madera, lienzos, paredes, etcétera.
Nos despedimos, con una mezcla de olor a spray y calamares fritos −buenísimos−. De las piezas que me llevo de vuelta a la Bahía, una dice «We are Human» («Nosotros somos humanos»). Ése es el gran trabajo que lleva adelante Ernie. «Hecho con ganas, compa», me dice, una frase que ya forma parte de su sello artístico.