El Distrito con más hoteles tiene también la mayor tasa de paro

Los años del boom inmobiliario también lo fueron del boom turístico y, tanto en Barcelona como en otras ciudades, de la conversión del centro histórico en parque temático. Sólo con la boca pequeña se atrevería alguien a defender hoy que se puede construir y destruir sin límites. Sin embargo el discurso que se hace sobre el turismo es idéntico y disfruta de total unanimidad política y mediática: cada millón de visitantes y pernoctaciones es celebrado con algarabía como si la palabra colapso fuera un invento antisistema. Mientras se evacua a la economía del ladrillo por la puerta de atrás (al menos hasta que la desmemoria vuelva a borrar su descrédito actual), el turismo es convertido en lo que el periodista de La Vanguardia Jaume V. Aroca ha denominado con fina ironía la «Industria Turística de Salvación Nacional».

Se está intentando establecer un cordón sanitario entre la industria inmobiliaria y la del turismo, proyectando la ilusión de que el negocio turístico sería la alternativa productiva a la debacle de la construcción: «Barcelona tiene en el sector turístico un gran aglutinador de muchos de los esfuerzos que estamos haciendo para salir de la crisis». Con entusiasmo, el diagnóstico del Pla Estratègic de Turisme Barcelona 2015, afirma que el sector «generó [en 2007] más puestos de trabajo directos que la industria química, la financiera, la inmobiliaria o la automoción en toda Catalunya, dando muestra de su importancia». Pero este diagnóstico está hecho con datos correspondientes al 2007 y elaborado en el 2009 y, por tanto, no tiene en cuenta el profundo cambio de ciclo que estamos viviendo. Con lo cual, y al ritmo que corren los acontecimientos, este marco de análisis estratégico está muy cerca de quedar obsoleto.

Sin ir más lejos, según los datos de setiembre, la tasa de paro actual en el sector servicios de Barcelona (83.948 personas) triplica con creces la de la construcción, la agricultura y la industria juntos (24.146 personas). Por otro lado, según la Encuesta Hotelera (Idescat), el número de empleados en el sector apenas ha variado en los últimos tres años. Tomando como referencia el mes de setiembre, el número de personas que trabajaban en el sector son: 18.882 en 2010, 19.474 en 2011 y 19.670 en 2012. No son precisamente datos de generación espectacular de empleo, menos aún si se pretende que palien los efectos profundos de la crisis económica. Jaume V. Aroca ha puesto de relieve la incoherencia entre el desarrollo imparable del turismo y la igual de imparable destrucción de empleo, allí donde supuestamente debería ejercer su efecto económico: «En el primer semestre de este año Barcelona recibió 3,5 millones de turistas, un 1,6% más que el año anterior. Pero el sector servicios, más directamente implicado en la actividad turística, incrementó su tasa de despidos».

En el caso de Ciutat Vella, el Distrito con más concentración hotelera y turística, el argumento de que más hoteles crearán más empleo comienza a caerse en un momento en que este crack que estamos viviendo parece que será de todo menos coyuntural y pasajero. Según datos elaborados por el propio Ajuntament, en estos momentos Ciutat Vella tiene una tasa de paro cuatro puntos por encima de la media de Barcelona: un 17,4% frente a un 13,6%. Eso, pese a que entre 2008 y 2012 no han parado de abrirse hoteles y el número de visitantes se ha multiplicado cada año de manera espectacular.

Estos datos evidencian que el crecimiento exponencial de los números del turismo es inversamente proporcional a la creación de empleo en este territorio, cuya riqueza patrimonial, histórica y cultural ha sido largamente rentabilizada a nivel económico. La intención expresada por Xavier Trias de que «los ciudadanos perciban el turismo como una fuente de riqueza», no parece probable con estos indicadores. La percepción, más que la de una fuente de la que mana bienestar, es la de un parásito que mina toda posibilidad de convivencia.

 

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