Yo soy Rita y pertenezco a la segunda generación de ravaleros de mi familia. En esos ratos que tenemos pues para eso, para pensar y para hacer cosas que a veces no tenemos tiempo de hacer, estaba pensando en los tiempos en que yo era pequeña, aquí en el barrio, y cómo han cambiado las cosas… sobre todo respecto a mis abuelos. Porque mi abuela estuvo imposibilitada… sufrió muchas embolias y, al final, no podía moverse y estaba sentadita en una silla, con una pequeña ventana desde la que podía ver el cielo. Menos mal que vivíamos en un quinto —sin ascensor—, porque desde allí las nubes eran sus únicas vistas… A veces la acompañábamos hasta la ventana y se asomaba. Y había una vecina enfrente que se llamaba Josefa, que era de origen andaluz y era muy graciosa. Y siempre le gritaba: «¡Ritaaa!» y ella se reía. Porque aun estando como estaba, siempre tenía buen humor.
Y, luego, mi abuelo, un excombatiente de la Guerra Civil, anarquista, que sufrió la represión y bueno…, en nuestra casa, por ese motivo, la posguerra duró mucho más tiempo. Creo que fue a partir de que se murió «el Paquito» que levantamos un poquito cabeza, pero hasta aquel momento yo siempre había notado en mi casa un ambiente de eso… como de posguerra.
En casa nunca hubo mucho dinero. Éramos muchos en el piso, éramos cuatro hermanos, mi tío soltero y mi padre, que era intermitente, iba y venía. Y pensando y acordándome de esos momentos… me viene a la mente, por ejemplo, que las mujeres iban a lavar al lavadero, porque entonces, en las casas, no había lavadoras. ¡Y no es que sea tan vieja!, pero bueno… tengo mis añitos.
Y allí, en el lavadero, la gente se juntaba y las mujeres hablaban, y era como una forma de desahogar sus vivencias. Los niños y niñas salíamos a jugar a la calle y allí estaban las putas del bar del Puig. Yo me acuerdo del bar del Puig, porque era el que caía justo enfrente al lavadero de la calle de San Rafael (ahora me parece que allí dentro hacen arte).
Y yo, con mi imaginación de niña, me imaginaba que aquellas mujeres eran princesas, porque iban pintadas con esos peinaos tan crespaos, con esos vestidos, claro… Y las otras mujeres del barrio con sus batas… Mi madre, por ejemplo, siempre llevaba una de estas batas como de limpiar, con su coleta, con las uñas sin pintar. Y lo de fumar, imposible, porque eso no…
Y esas mujeres fumaban, llevaban las uñas pintadas de rojo y olían tan bien… Porque, claro, en aquel entonces el barrio era como un pueblo y se te acercaban, y con aquellas tetas tan grandes y esos escotes, olían tan bien que yo pensaba que eran princesas.
En fin, ¡que estos son cuentos de una abuela cebolleta ya! Espero no haberos aburrido y a ver si me acuerdo de más cosas y os las cuento. ¡Un saludo para todas, vecinas!
Este relato de Rita, de Raval Rebel, fue explicado en el programa n.º 6 de Radio El Lokal, que puede ser recuperado en:
bit.ly/3Gf1wqg (minuto 19.45).