Al menos dos cines puntúan la historia reciente de Ciutat Vella o, mejor dicho, la de las resistencias a su cumplimiento, que ha conllevado el destierro de miles de vecinas y sometido la vida cotidiana de las restantes al yugo de la «marca Barcelona». El 28 de octubre de 1996, se desalojaba el cine Princesa –abandonado por su propietario en 1991– tras un brutal despliegue policial. Y el 22 de enero de 2011, se okupaba el de Via Laietana, desalojado también por la fuerza a las pocas horas, y que hace unos meses fue rebautizado «Cinema Patricia Heras» durante el estreno fugaz de 4F, ni oblit ni perdó. Quince años, entremedias, que contienen el desarrollo implacable y violento de la ciudad postolímpica, del cual ninguna película parece haber ofrecido un relato tan lúcido, aún, como De nens (Joaquim Jordà, 2003).
Si las salas de cine se prestaron a tales okupaciones, fue porque, dejadas a su suerte tras años de esplendor, desnudas ahora de público y de proyecciones, materializaban con su vacío la posibilidad que cifró Siegfried Kracauer poco antes de morir: «Siempre hay agujeros en el muro; nos podemos deslizar a través de ellos y lo inesperado puede pasar al otro lado». Un cine okupado, a fin de cuentas, se parece bastante a una pantalla en la que se depositan situaciones, cuerpos, ideas y, por qué no, sueños. Aunque son sobre todo las palabras las que hacen en él de imágenes. Una amiga, que participó en la apropiación colectiva del segundo cine –el de Via Laietana–, me explicaba que cuando los Mossos d’Esquadra irrumpieron en la sala, a la carrera marcial, perfectamente disciplinados para romper crismas, se encontraron con una asamblea repartida por las butacas, perfectamente dispuesta para hablar y escuchar, y a la que el cordón policial no logró callar; seguiría aún un buen rato, ante la mirada atónita de las bestias, hasta que los mandos decidieron su expulsión inmediata. Los desalojos recuerdan, en este sentido, a cuando el celuloide se rompe y la proyección para de repente; como si sólo un golpe exterior y ciego pudiese contener la potencia gramatical que hace pasar de un fotograma a otro, de un turno de palabra al siguiente.
De nens, del otro lado de la Rambla, muestra la higienización del Xino a través del Caso Raval, cuya presunta red de pederastia puso de acuerdo a toda una serie de dispositivos –judicial, periodístico, médico o policial– solidarios, a su vez, con el proceso urbanístico que estaba recapitalizando el barrio a costa de su vecindad histórica y en beneficio de unos pocos. El filme, más que un documental, sería un ensayo sobre el ejercicio múltiple del poder en una ciudad posfordista, y sobre cómo la figura simbólica de la infancia, construida a partir de diversas imágenes –algunas pretendidamente escabrosas–, engrasa esa maquinaria de gobierno. Así es el cine de Joaquim Jordà, en especial éste: propenso al fórum y contrario al consenso.
Que ambos cines, el «okupado» y el de Jordà –pero también el de Marker, Farocki, Costa o Rouch, pongo por caso–, lleguen a encontrarse en una misma pantalla, compartan butacas, abriguen palabras comunes, no detendrá ningún desalojo. Con todo, nos aproximaría un poco más al otro lado; a lo inesperado.