Pasadas las 14h de un viernes de febrero frío y ventoso, Lourdes atiende a los últimos amigos y clientes que, en su ruta por el mercado de la Barceloneta, le piden cupones para el sorteo del viernes; «hasta en esto se nota la crisis. Las ventas han bajado, la gente se lo piensa más antes de comprar cualquier cosa».
Es viernes y la tradición reza que es día de ir a comer con las allegadas y familiares a un restaurante amigo. De camino, entre saludos y alguna venta más, Lourdes contextualiza; «llevo más de cuarenta años en el barrio, desde que tenía nueve. He crecido, estudiado y trabajado siempre en el barrio. Formé parte del AMPA de la escuela de mis hijos, de la misma manera que ahora mis hijas lo hacen. Mi trabajo me permite estar cerca de la gente, conocer sus rutinas, compartir alegrías y preocupaciones. Aquí, en la Barceloneta, somos un poco entrometidos, en el buen sentido. Cuando llega un vecino nuevo intentamos que se sienta a gusto, sólo que llegan pocos vecinos y muchísimos turistas».
Una vez sentados, hechas las correspondientes presentaciones y con la grabadora en marcha, la conversación continúa: «El barrio está cambiando mucho porque ya casi no vemos a gente de aquí». Lourdes se detiene, ya que una de sus amigas interviene: «Llevo más de treinta años trabajando en una panadería del barrio. Antes, cada mañana, a las 5h, había una oleada de monos azules que venían de pescar. A esa hora se vendían unas doscientas barras de pan. Ahora, no hay ni cincuenta barcas y, con la remodelación del Port Vell, irán desapareciendo para dar lugar a yates y grandes caracoles. Los de aquí se tienen que ir, para dejar lugar a los que sí tienen dinero, mucho dinero. Eso es lo que quiere el ayuntamiento».
«Durante mucho tiempo, la Barceloneta estuvo olvidada por la Administración y, de repente, empezaron a mostrar interés por el barrio y a meternos goles, como con el hotel Vela. A nosotros, como vecinos, nos dijeron que cerraban la bocana y el rompeolas, pero en ningún momento hablaron de nuevas construcciones. Con el hotel ya casi en marcha, para contentarnos, verbalizaron que parte de la plantilla del nuevo hotel estaría formada por vecinos del barrio, pero tampoco cumplieron. Construyeron el Maremagnum deprisa y corriendo y por eso están esos olores de las fosas sépticas que se padecen, sobre todo, en el paseo Borbón. También estuvo el plan urbanístico, el de los ascensores, que creó confrontación. ¿Quién no quería un ascensor? Eso está claro, todos. Pero no lo hicieron pensando en los vecinos sino en la recalificación de las fincas, para poder traer nuevo capital. Y, así, muchos vecinos que no pudieran asumir los gastos se verían forzados a abandonar sus viviendas. Gracias a la lucha vecinal esto se paró». Lourdes, mujer afable, dicharachera y alegre se cansó: «Antes de 2005, ya nos dedicábamos a denunciar las irregularidades que sufríamos en el barrio, pero como no estábamos constituidos no nos hacían ni caso. Entonces, ese año, decidimos crear la Associació de Veïns l’Òstia, para así poder participar más en la denuncia y la lucha por los derechos de nuestro barrio. Al principio nos costó mucho, entre otras cosas, porque la Associació de Veïns de la Barceloneta ya llevaba unos treinta años de existencia y la gente no entendía bien por qué nos habíamos formado. Pero, poco a poco, fueron viendo que, a diferencia del ayuntamiento, nosotros nos preocupamos por los vecinos, por su calidad de vida. No nos sirve que hagan cosas en el barrio si no son para el barrio».
Lourdes apunta cuáles son las preocupaciones inmediatas de la asociación: «Queremos que haya una regularización en la concesión de licencias para nuevos comercios. No puede ser que se permita abrir cualquier negocio sin respetar los que ya existen. También nos preocupa la alta desocupación entre los jóvenes y los mayores de 45 años y, por ello, hemos intentado establecer acuerdos que sirvan para el empleo de estos sectores en los nuevos puestos de trabajo que se generan en el barrio. A su vez, el turismo descontrolado ha provocado un encarecimiento en los productos básicos y una gran desigualdad entre los que vivimos aquí y los que están de paso. Es difícil plantearle a una vecina, en esta situación de crisis, que no alquile su piso en verano, porque así puede sobrevivir durante el resto del año, pero más difícil es controlar a las numerosas administraciones de fincas que se dedican a encarecer los apartamentos sólo alquilándolos a turistas… Y así la AVV l’Òstia, la PADB (Plataforma en Defensa de la Barceloneta) y los jóvenes que nos apoyan formamos un grupo unido que, ante las tomaduras de pelo por parte de los políticos, seguiremos defendiendo una participación real de los vecinos en los procesos de cambio y mejora que deseen los vecinos, no los políticos».