Ateneu Enciclopèdic en el Raval, ¡ya!

manelaisa-ok
Ilustración / Antonio Garrido

Manel Aisa es parroquiano del Terra Alta donde tomamos el café de la mañana antes de ir a su almacén en la calle de la Cera, ideal para hacer un repaso a su actividad en el barrio. Un estudio a pie de calle, repleto de estanterías de doble fondo, todas atiborradas de libros de historia contemporánea. Más de 20.000 catalogados, unos 2.000 sin catalogar, además de otra cantidad similar en su domicilio que, cada domingo desde 1993, vende en el mercado dominical de Sant Antoni y también online a compradores de todo el Estado, Europa, Estados Unidos, Brasil, Japón… «Aunque con Internet se ha perdido el trato directo y la exclusividad. Por ejemplo, en su tiempo, Paul Preston me compraba cada par de meses unos 1.000 € en libros. Ahora, en todo caso, me pide que le regale alguno».

Manel nació en la desaparecida calle Cadena, vivió en la calle Aurora, donde el bar del mismo nombre era de su familia. También regentaron el Bar Joaquín: «Un bar tutti frutti donde se creó un equipo de fútbol para los chicos del barrio que no tenían padres, ya fuera por exilio o por desaparición. Un poco parecido a lo que es el Atlanta FC. En ese contexto vas creciendo y todo sale rodado. Primero llega la asociación de vecinos formada por miembros de la USO, el Partido del Trabajo y más gente, aunque no había comunistas. Coincide con la aparición de la revista Ajoblanco con los que sí había afinidad; por otro lado, me voy introduciendo en el Colectivo Libertario San Antonio que pasó a llamarse Colectivo Libertario San Antonio-Xino. Dejo la asociación de vecinos ya que a algunos de nosotros nos tenían marginados y junto con mi hermano —también con Luis Andrés Edo, con Ros y unos cinco o seis más— formamos el sindicato de la construcción de la CNT. En 1976 salgo elegido como secretario de organización de la CNT, justo en el momento del follón del pacto de la Moncloa, las Jornadas Libertarias, el Mitin de Montjuïc… Fueron momentos efervescentes en que también tuve tiempo de conocer a Gambín, que nos fue presentado como “el gran revolucionario” y, unos días después, en la manifestación contra el Pacto de la Moncloa, nos reventó la jornada con todo el espectáculo del Caso Scala. A la vez en el Rivolta se fraguaba lo que iba a ser el Centro de Documentación Histórico Social con la idea de dar formación de historia a los obreros y a sus hijos; una universidad popular que estuvo primero en Ronda de Sant Pau hasta que alquilamos una antigua fábrica en Reina Amàlia. Allí íbamos a crear una biblioteca popular —con Abel Paz de bibliotecario— pero hubo un incendio y la prensa utilizó titulares como “la CNT, el polvorín del Raval”. Por suerte no se nos quemó el material, aunque quedó mojado por el agua de los bomberos. Después de aquello no podíamos quedarnos en ese local y nos ofrecieron llevar nuestro material a la Casa de Caridad. Teníamos que estar una semana y nos pasamos diecisiete años allí, donde los empleados y el director del centro eran falangistas; vamos, que si lo de Tejero hubiera triunfado nosotros habríamos tenido que exiliarnos ya que nos tenían señalados.

»En la Casa de Caridad empezamos a funcionar como Ateneu ya que creímos que así estaría abierto a más población. Al poco tiempo se nos unieron los del Ateneu del Xino que se encargaron de la parte social y se dedicaron a los chicos conflictivos del barrio. Junto con la gente de la revista Alfalfa, ellos fueron los primeros educadores de barrio, embriones de los educadores sociales de hoy.

»Luego llegó el proyecto del CCCB y la consecuente presión para que abandonáramos el edificio. Además, una semana después del incendio en el Liceu, se derrumbó el techo y fue la justificación perfecta para sacarnos de allí y del barrio. Ahora estamos en el paseo de Sant Joan, donde se había hablado de crear un  macrocentro de cultura que, al final, no se hizo.
»En estos momentos nos encontramos ante dos reivindicaciones. La primera es recuperar el patrimonio del Ateneu, que al principio se quedó Falange, con el  general Yagüe deseoso de erradicar la cultura obrera y ordenando que se quemaran todos los archivos; y, después, la Generalitat, que se hizo con una masía en la Molina, entre otras pertenencias.

»La otra causa por la que luchamos es por volver al Raval, de donde nunca tuvimos que habernos ido. Hace casi dos años firmamos un protocolo de intenciones con el anterior alcalde. Éste vence en unos meses y entonces se habrá cumplido el plazo en que nos tienen que ceder un espacio en el barrio, en la calle Erasme Janer. Como ves, el tiempo de la resistencia ha terminado y, ahora, toca pasar a la acción».