masala és barreja d'espècies
Revista d'informació, denúncia i crítica social a Ciutat Vella
Nº 77 – gener 2019

Memorial itinerante por la Rambla (II)

Nuestro paseo nos permite ver aquello que sostiene a las Ramblas de hoy; serpenteando masas turísticas, quioscos, bazares, mesas y sillas de cafeterías, despedidas de solteras y otros festejos, nos adentramos bajo los vetustos plátanos. Hace más de un siglo eran álamos y olmos los que sombreaban el paso de las variopintas paseantes de las Ramblas a través de los dos amplios caminos laterales del torrente.

El Teatro Circo Barcelonés estaba situado en la calle de Montserrat, pero también había un acceso desde la Rambla. Amplio y colorido, disponía de 2.200 butacas; en el mismo, se celebró en 1870 el I Congreso Obrero Español, con representación de 89 delegados de sociedades obreras. El evento duró una semana y es considerado el acto fundacional del anarquismo en España. En marzo de 1896, se representó la obra teatral El mundo que muere y el mundo que nace, de Teresa Claramunt. Y el 16 de febrero de 1902, se celebró allí mismo el mitin más resonante de los 44 que tuvieron lugar para aupar la huelga que se proclamaría al día siguiente.

 

 

Durante el gran conflicto de la guerra y la revolución de 1936, gente afiliada a la CNT ocupó el teatro rebautizándolo con el nombre de «Teatro del Pueblo». Acabada la primera etapa de la barbarie, en 1944 fue expropiado y derribado para «facilitar la reordenación del sector», en un intento del ayuntamiento franquista de borrar de la memoria popular uno de los espacios en que con más fuerza se habían expresado las multitudes que deseaban otra ordenación social.

Por la misma acera, ascendemos hasta la discreta entrada arqueada que da acceso a la histórica calle del Arc del Teatre, entrada al barrio del Raval antiguamente llamada «de Trentaclaus». Bajo el arco, había un bar-mostrador de consumo rápido; abundante era allí la presencia de prostitutas, próximas a grupos de vendedoras ambulantes, charlatanes y jugadores con gancho de partidas tan rápidas como veloces: eran los instantes en que el dinero apostado por incautos o embobados transeúntes se convertía en humo. La calle daba acceso al submundo de la vida humana.

Jean Genet (1910-1986), indocumentado y siempre perseguido, extraordinario escritor y descriptor de la miseria y subversión que él mismo encarnaba, vivió durante dos años entre el distrito Quinto y la parte inferior de las Ramblas. Genet gozaba de un elevado grado de dignidad y autoestima. Abyecto y canalla, escribiría tras su paso por el Raval:

 

Cuanto mayor sea mi culpabilidad a vuestros ojos, entera y totalmente asumida, mayor será mi libertad y más perfectas mi soledad y mi unicidad […]. Fui un piojo con la conciencia de serlo. Nos acostábamos a veces seis en un jergón sin sábanas y, al amanecer, íbamos a pordiosear por los mercados. Salíamos en banda del Barrio Chino y nos dispersábamos con un capacho bajo el brazo, pues las amas de casa nos daban más bien un puerro o un nabo que unos céntimos.

 

El CADCI o Centre Autonomista de Dependents del Comerç i la Indústria estaba situado en el n.º 10 de nuestra Rambla, contiguo al Palau March. Los locales, infrautilizados, los ocupan hoy servicios de la UGT. Aquella entidad fundada en 1903, de signo catalanista y republicano antilerrouxista, tenía como objetivos el reformismo social y la divulgación de los postulados nacionalistas. Cuando Francesc Macià proclamó en abril de 1934 la República catalana de tan efímera duración, los locales del CADCI se convirtieron en un bastión de resistencia. El ejército, fiel a su estilo desmedido y bárbaro, emplazó un cañón en medio de la Rambla y disparó sobre uno de los balcones, resultando despedazados Jaume Comte y Manuel González; en 1925, Comte había participado en el frustrado complot del Garraf, en el que se intentó dinamitar el tren en que viajaba Alfonso XIII.

Cruzamos de nuevo el paseo para encontrarnos frente al Teatre de la Santa Creu, antes Casa del Teatre y hoy Teatre Principal, uno de los más antiguos de España. Un ciudadano, Joan Bosch, donó unos terrenos para edificar un teatro cuyas rentas fueran destinadas al Hospital; una junta de canónigos lo arrendaba al mejor postor. Construido de madera, tenía el cielo abierto. Los hombres estaban de pie, la gente distinguida en palcos, mientras que las mujeres eran confinadas al centro de la sala. El teatro sufrió varios incendios.

El Consejo de Castilla dictó para los teatros de Barcelona unas prescripciones para que…

 

… no haya ruidos, ni alborotos, ni escándalos, y que los hombres y mujeres estén apartados, así en los asientos, como en las entradas y salidas, para que no hagan cosas deshonestas y para que no consientan entrar en los baños a persona alguna fuera de los actores.

 

Con el estallido de la revuelta de julio de 1936, vencido el franquismo insurrecto en Barcelona, el Partit Obrer d’Unificació Marxista (el POUM, resultado de la unificación del Bloc Obrer i Camperol con Esquerra Comunista d’Espanya) se incautó del Teatro Principal, destinando a hospital de sangre el espacio que ocupaba el Cabaret Mónaco —situado en lo alto, bajo la cúpula del teatro—; la parte central fue utilizada como sede del partido, oficina de reclutamiento y también para el comité de milicias. En el mismo edificio estaba el prestigioso restaurante Au Lyon d’Or, donde se cocinaban los alimentos para militantes y allegados.

Frente al teatro, se había abierto en el siglo xvi el Pla de les Comèdies, hoy denominado plaza del Teatre. En lo alto del monumento, se halla la estatua de Frederic Soler, popularmente Serafí Pitarra, actor y dramaturgo considerado el fundador del teatro catalán moderno. A sus espaldas y a la derecha, se construyó en 1879 el Gran Hotel Falcón, que sustituía a la vieja Fonda Falcón. En 1936, también fue ocupado por el POUM para alojar a sus combatientes que llegaban de permiso o se hallaban convalecientes a su regreso del frente. Tragedia de una revolución devorada por la guerra, pero también por la jerarquía del gobierno republicano comprometida en seguir con una República que se había resistido a liberar la justicia, colectivizar las grandes propiedades y latifundios y apartar a la Iglesia de poderes que no eran suyos. Clamaba León Felipe:

 

ahora que la justicia vale menos,

infinitamente menos

que el orín de los perros;

si no es ahora, ahora que la justicia

tiene menos, infinitamente menos

categoría que el estiércol…

 

La Rambla, con la arquitectura sinuosa de sus construcciones laterales, fue una representación diáfana, durante siglos, de los poderes militar y eclesiástico que sometieron la ciudad; la muralla que Jaime I mandó levantar desde la plaza de Catalunya hasta la Muralla de Mar, sobre la acera del lado del Besòs, y también la cadena de recintos religiosos, por el lado del Raval, daban fe de ello. En febrero de 1836, con la desamortización de Mendizábal, quedaron libres y expeditas esas grandes superficies, que habían sido liberadas por masas de barcelonesas y barceloneses con los incendios de un año antes.

 

Memorial itinerante por la Rambla (I)