Quizás hacer un balance de los trece años de existencia de Masala correspondería más a quienes nos han leído, a quienes han colaborado, a quienes han contado con nuestro trabajo para hacerse oír, e incluso a quienes están deseando vernos desaparecer. Este último editorial podría ser, entre otras muchas cosas, una invitación a quienes no nos quieren, que estarán en mejores condiciones que nadie de explicar el mal que hemos hecho.
Podemos decir que hemos sido un medio inverosímil y paradójico porque durante doce años hemos sido difíciles de etiquetar: ¿barrial? ¿okupa? ¿vecinal? ¿canalla? ¿militante? ¿«el periódico de los moros» como hemos escuchado alguna vez? Desde luego, ninguno de estos calificativos pueden avergonzarnos sino todo lo contrario, y añadiríamos más. Nacimos con la vocación de combatir los estigmas que golpean a la gente que vive en los barrios de Ciutat Vella; y de contribuir a que esos estigmas se conviertan en heridas en los muros, las fronteras y los agujeros de la vergüenza con que la violencia urbanística, institucional, económica, policial, racista ha poblado nuestras calles.
Masala nació entre encierros de migrantes, okupaciones, derribos, desalojos, violencias y abusos y revueltas contra las violencias y los abusos. Era un momento en que la población y la vida de nuestros barrios se transformaba de manera contradictoria. El intento de entregar el territorio al ladrillo, el turismo y la gente guapa de (gafa)pasta se confrontaba con los procesos migratorios, la pobreza estructural que se resistía a desaparecer y la persistencia de una población trabajadora incompatible con el marketing de la marca Barcelona. Durante este tiempo, hemos visto desaparecer personas, edificios, calles, usos, espacios… en una guerra a la que no le han faltado paisajes bélicos, gentes desplazadas, crímenes y criminales impunes que se reparten entre despachos y embajadas. Hemos visto muchas derrotas, sí, incluso aquellas que no hemos visto y no ha visto nadie, pero de cuya existencia sabemos por la geografía humana, histórica, social y urbanística eliminada.
Por el camino, también hemos visto y compartido victorias. Una frase atribuida por igual al filósofo alemán Wilhem Dilthey y al francés Maine de Biran dice que «realidad es lo que se resiste» y, en este sentido, no sólo hemos visto claras victorias como la retirada de la reforma urbanística en el Forat de la Vergonya ante la lucha vecinal, o la renuncia al Plan de los Ascensores en la Barceloneta, que mostraron que sí se puede antes de que el lema se convirtiera en una expresión de convicción masiva. También hemos visto realidades distintas, como la de trabajadoras sexuales, migrantes o sin techo, que han ejercido esa resistencia que consiste en el mero hecho de existir como un desafío en sí mismo a los planes y los planos donde política, arquitectura, policía y periodistas de mala muerte pretenden construir un futuro predecible y moldeable para un territorio escurridizo y, por suerte, impredecible.
Dentro de esta realidad, hemos tratado de construir y elaborar un medio que, en la modestia de sus posibilidades, jugara varios papeles distintos pero complementarios entre sí online viagra cialis. Denunciar la permanente vulneración de derechos que se produce en la cotidianidad de una Ciutat Vella donde podemos preguntarnos si algún derecho puede ejercerse en realidad; ser un medio político y militante que llegara más allá de quienes comparten nuestra posición política; dar información de barrio de calidad sin caer en el localismo; ser un referente transversal a las diferentes comunidades que viven, conviven y construyen nuestros barrios; contribuir a dañar aquellos mecanismos de poder que dañan la vida misma que intentamos habitar. Hemos querido ser, conociendo nuestras limitaciones, lo que Santiago Alba Rico llamó «la amenaza del francomirador», en referencia al asesinato de José Couso en Bagdag por el ejército estadounidense. Hemos conseguido un poco de todo eso, siempre más de lo que se esperaba de un medio con pocos medios.
Del escenario no han cambiado tantas cosas y, todo hay que decirlo, este periódico echará el cierre en un momento en que es tan necesario como lo fue siempre. Podríamos dar aquí argumentos intelectuales muy bien fundados para justificar que hemos cumplido una etapa y que está plenamente justificado cerrar. Pero no es así. Masala cierra porque, como tú que nos lees, no somos héroes y hay un momento en que la vida de las personas cambia y las fuerzas se agotan. Acabamos como acaban tantos colectivos, porque el esfuerzo que exigía el periódico era insostenible con el actual equipo humano. Eso sí, callamos aquí para poder seguir hablando en adelante. Seguramente cambiaremos de piel pero nunca de intenciones. No se confíen, esto es sólo un hasta luego.