Proyección

sosmbras en el paraisoLa luz y el trabajo, advierte W.G. Sebald en Los anillos de Saturno, son líneas de desarrollo cuyos incrementos habrían trazado una marcha paralela. «Hoy día, cuando nuestra mirada ya no puede atravesar el pálido reflejo que descansa sobre la ciudad y su entorno, y retrocedo hasta el siglo XVIII, me maravilla la cantidad tan grande de personas, cuando menos en algunos lugares, que ya en la época de la industrialización pasaban con sus pobres cuerpos casi una vida entera, enganchados a los arreos de los telares» (p. 310). ¿Han devenido entonces, las luces de la ciudad, el traje posindustrial del mundo, y el resplandor de los interfaces, el caballete de tortura donde nuestros cuerpos lo tejen a diario?

Las metáforas (también las posfordistas) suelen darse de bruces con lo real, es decir, con los millares de cuerpos que, aún hoy, se someten —mediante sus manos— a la tasa de ganancia de la industria textil en alguna metrópolis asiática o en Mataró. Lo cual no reduce, no obstante, aquel pálido reflejo que detiene la mirada común de una precariedad en los huesos. Como el cinematógrafo, cuya «escritura del movimiento» alcanzaba a materializar, la proyección es un método del siglo XIX que se impone y declina en el XX: una criatura que ha envejecido demasiado, demasiado pronto. Ahora es un anacronismo, un zombi. Pero quizá resida en esta condición de claroscuro liminar, adonde han ido a parar las últimas iluminaciones de aquel astro decrépito, la capacidad de abrigo ante un mundo que se postula sin sombras, esto es, igual a sí mismo.

Se proyecta todavía, en efecto, en los centros comerciales. Pero se hace en continuidad al trabajo muerto; como un bufón en 3D que se cobra algunas risas complementarias en el reino de las mercancías. Se sigue proyectando también, pese a todo, en ciertas asociaciones vecinales (por ejemplo, en la de Casc Antic un domingo al mes), en casas ocupadas o desde las asambleas de barrio que organizan el movimiento 15M. A veces basta una pared blanca y un «cañón». En tales ocasiones, se trata de conjugar a menudo una misma diferencia en suelo urbano; aquella que viene a deslindar —según otra economía de la luz— la propiedad y lo común, la plusvalía y los cuidados, la gentrificación y el derecho a la ciudad. Acaso proyección y lucha política describen, de resultas, una marcha paralela. Es la que evidencia y enuncia que, a fin de cuentas, hay sombras en el paraíso.