masala és barreja d'espècies

¿Qué es el urbanismo feminista?

¿Para quiénes están pensadas nuestras ciudades? ¿Cuáles son las necesidades que se tienen en cuenta cuando se planifican? ¿A quién beneficia el actual modelo de ciudad? La estructura y diseño de nuestras urbes no son neutros, se conforman a partir de los valores hegemónicos en una sociedad que es capitalista, patriarcal y colonial, y en la que estos sistemas se retroalimentan entre sí.

 

Las ciudades modernas se han diseñado y ejecutado a partir de la división sexual del trabajo, reflejo de la naturalización del orden patriarcal. Esta construcción cultural se consolida a partir de la Revolución industrial en Europa y Estados Unidos y sitúa a los hombres y las actividades productivas en el espacio público, y a las mujeres y las actividades reproductivas y de cuidados, en el espacio doméstico. Muchas historiadoras, geógrafas y urbanistas feministas han demostrado que esta dicotomía es una falacia, puesto que las mujeres siempre han tenido presencia en el espacio público, la ubicación de tareas es mucho más compleja y diversa que esta segregación dualista y que, además, es una noción profundamente eurocéntrica y clasista.

La lógica androcéntrica que se desprende del dualismo público-privado ha llevado a que determinadas actividades sean consideradas socialmente más importantes. Esto se materializa en ciudades que jerarquizan unos usos frente a otros, dedicándoles más espacio, mejores localizaciones y conectividad. Se priorizan las tareas vinculadas con lo productivo, adaptando espacios y tiempos para servir al capital, y el resto de actividades que realizamos en nuestro día a día —de cuidados y afectivas, personales, comunitarias— quedan relegadas a un segundo plano. De manera simultánea, las políticas neoliberales y los recortes en gasto y servicios públicos provocan grandes desequilibrios sociales que se concretan territorialmente en fenómenos como la mercantilización del espacio público, la especulación, la gentrificación y/o la turistificación.

 

 

En esta ciudad social y económicamente injusta, características como el género, la clase social, el ser una persona racializada, la identidad sexual, la diversidad funcional o la edad, entre otras, determinan los privilegios y las opresiones que experimentamos en nuestro día a día en el espacio urbano.

El urbanismo feminista permite que establezcamos un análisis crítico sobre cómo se han formado nuestras ciudades, qué relaciones de poder promueve la planificación urbanística y cuál es la realidad de los diferentes sujetos que habitan la urbe. Sin embargo, no podemos limitarnos a proponer debates conceptuales más o menos abstractos. Es fundamental aterrizar las ideas en propuestas concretas y rechazar las injusticias a través de un cambio en el modelo urbano.

La homogeneización de sujetos genera injusticias cotidianas en el acceso a la vivienda, la falta de espacios públicos para la socialización o los cuidados, la restricción en los desplazamientos por percepción de inseguridad o el dominio del vehículo privado frente a la movilidad de las personas viandantes. Multitud de necesidades no son tenidas en cuenta, porque se estandarizan las subjetividades a partir de la experiencia de un hombre blanco, de edad y clase media y sin lo que la Administración denomina discapacidad. Repensar la ciudad desde una perspectiva feminista es dejar de producir espacios desde una lógica productivista, social y políticamente restrictiva, y empezar a pensar en entornos que prioricen a las personas que van a utilizarlos. Para ello, proponemos un cambio radical en el orden de las prioridades a la hora de pensar los espacios y los tiempos en la ciudad, poniendo la sostenibilidad de la vida en el centro.

Es fundamental cuestionarnos las ausencias en el espacio público, no solo sobre quién lo está usando, sino también sobre quién no lo utiliza y por qué. Las condiciones de accesibilidad, seguridad, que haya un mobiliario adecuado o que los diferentes espacios públicos y equipamientos estén conectados con recorridos peatonales condicionan el uso y disfrute del entorno urbano. El espacio público no puede ser un lugar de tránsito, debe ser un espacio en el que podamos desarrollar diferentes actividades comunitarias, de ocio, socialización, juego, cuidado… Para garantizar su acceso a todas las personas, los diferentes espacios de uso cotidiano —equipamientos, espacios públicos, comercios de proximidad, paradas de transporte público y calles— deben formar una red y estar próximos. La densidad de población residente —con una garantía de oferta de viviendas accesibles— es un factor esencial para que determinados barrios no se conviertan en monocultivos para el turismo. La corresponsabilidad social de los cuidados debe concretarse en espacios públicos que proporcionen un soporte físico para el desarrollo de estas actividades.

¿Cómo son los espacios de Ciutat Vella desde una perspectiva feminista?

La turistificación masiva ha cambiado por completo la configuración urbana del distrito y también la vida cotidiana de las personas que lo habitamos. Es difícil pasar por algunas calles y somos muchas las que pensamos el recorrido de nuestros trayectos para evitar las zonas donde hay mayor concentración de turistas. Si eres una persona mayor, con diversidad funcional, estás cuidando a alguien o vas cargada, la situación se complica aún más.

El porcentaje de población de más de 65 años que vive sola en el distrito es del 32,8 %, (1) un tanto por ciento por encima de la media de Barcelona, que es del 25,8 %. Esta población, configurada principalmente por mujeres mayores, reside por lo general en viviendas antiguas (el 83,3 % de la vivienda del distrito fue construida antes de la década de 1960), con frecuentes problemas de accesibilidad y estructurales. No poder salir de casa por no tener ascensor o por una percepción de inseguridad del entorno es una situación cotidiana con la que tienen que lidiar muchas personas mayores del distrito y que, además, se ve agravada por la falta de pequeños espacios de encuentro, las malas condiciones de accesibilidad de muchas calles por el uso privativo del espacio público o la falta de equipamientos básicos de proximidad, como por ejemplo el CAP para el Raval Nord que las vecinas llevan reclamando desde hace trece años.

En el Gòtic, como apunta una amiga activista del barrio, muchas mujeres mayores se sienten inseguras al salir de sus casas, porque tienen la percepción de que si se caen ninguna persona va a socorrerlas. Esta percepción socava totalmente su autonomía e incide de forma directa en su salud física y mental, ya que muchas dejan de salir de casa. Socialmente, es poco sostenible que los barrios del distrito concentren flujos de población en tránsito mucho mayores que el número de población residente. Priorizar la vida de las personas pasa por equilibrar estas cifras y generar y promover una red de espacios de encuentro cotidiano para que las vecinas y vecinos sigan pudiendo generar comunidad y redes de apoyo.

Por otro lado, el porcentaje de población de 0 a 14 años representa el 10,7 % de la población de Ciutat Vella, es decir que hay casi 11.000 niños y niñas que tienen que repartirse las 20 áreas de juego infantil que hay en todo el distrito (siendo el distrito con menos áreas de juego infantil de toda la ciudad). Si, cuantitativamente, estos espacios dejan mucho que desear, el balance cualitativo no es mejor. Sin intentar ser exhaustivas, podemos ofrecer algunos ejemplos bastante ilustrativos: la plaza Vila de Madrid, totalmente enrejada y con un uso muy restringido de la superficie total de la plaza; las zonas de juego incrustadas en espacios residuales, como en la calle de Mercaders; o el uso masivo de cercas y juegos estandarizados dirigidos a criaturas pertenecientes a un rango de edad determinado.

 

 

La falta de cuidado y cariño en el diseño de estos espacios es evidente y también lo es que su diseño responde — en mejor o peor medida— a la satisfacción de una única necesidad: el juego. Imaginar espacios para el desarrollo de una actividad única impide la conciliación de tareas y la corresponsabilidad y, en el caso del juego de la infancia, invisibiliza a las personas cuidadoras. En concreto, esto se palpa en la ausencia de bancos alrededor de las zonas de juego para que las personas cuidadoras puedan sentarse y relacionarse con otras personas, por ejemplo. O en que tampoco se tiene en cuenta que, en un mismo espacio, pueden jugar niños y niñas de diferentes edades. O que llegar a la zona de juego por un camino accesible y seguro es igual de importante que exista el área de juego en sí.

Las dinámicas económicas sobre el territorio, que se plasman en fenómenos como la turistificación y la gentrificación, reconfiguran el paisaje urbano y social de los barrios. El nivel de renta de la población del distrito se sitúa por debajo de la media de la ciudad, con un 86,9 %, frente al cien por cien que supondría la renta media. Mucha población del barrio ha tenido que desplazarse por el incremento del precio de la vivienda y por el hostigamiento de desalojos y desahucios. Tener que mudarse no implica solo tener que dejar tu casa, significa también cambiar de colegio, dejar a tu médica de confianza, romper con el entramado social y de entidades que te sostienen emocional y políticamente… Las vecinas que consiguen quedarse se encuentran con la desaparición de gran parte del comercio de proximidad, el aumento generalizado de los precios y el incremento de franquicias y negocios para satisfacer los anhelos consumistas de una masa acrítica de turistas. El cambio en la morfología social y comercial de los barrios dificulta el desarrollo de actividades tan cotidianas como ir a comprar el pan o poder entablar una conversación espontánea y relajada en la calle.

En Ciutat Vella, la población extranjera supone el 45,7 % de la población, muy por encima del 18,3 % de la media de Barcelona. Los discursos racistas que estigmatizan a las vecinas y vecinos del barrio con fines electoralistas son constantes. La hipocresía es evidente cuando los mismos que se quejan del uso invasivo del espacio público por parte de los manteros defienden al lobby de la hostelería y una ordenanza de terrazas muy alejada de un uso equitativo del espacio. La ordenanza cívica es también reproductora de un orden social racista, clasista y machista, con su poder coercitivo sobre el cuerpo de las mujeres y las personas racializadas. No es casualidad que, en el distrito, se concentren más de la mitad del total de las denuncias de la Guardia Urbana por infracciones a las ordenanzas municipales. (2)

No existe una fórmula mágica para mejorar los espacios públicos y equipamientos de nuestro distrito. Sin embargo, es imprescindible hacer cambios en la configuración y gestión de estos espacios, priorizando la vida cotidiana de las personas, incorporando la diversidad de necesidades y con una clara conciencia de justicia social. Las normas sociales y los intereses privados no pueden seguir marcando el destino de nuestros barrios.

Notas:

(1) Todos los datos estadísticos son de 2017 y proceden de la página web del Ayuntamiento de Barcelona.

(2) Datos del Ayuntamiento de Barcelona, Observatori de Districtes.