En 1975, tras la muerte de Franco (que millones de ciudadanos esperaban con delirio), este país despertó de cuatro décadas de coma cerebral a una velocidad de vértigo. Pero el camino hacia la libertad que parecía iniciarse sin billete de vuelta, esa vuelta atrás que hoy se palpa y agrava cada día, estuvo marcada por un inmenso reguero de muertos, pues las élites franquistas asentadas en el poder se conjuraron para perpetuar sus privilegios. Los medios de comunicación y por ende los periodistas estuvieron siempre en su punto de mira. Los secuestros de publicaciones que en los últimos años de la dictadura se habían multiplicado, continuaron al mismo ritmo. Valga de ejemplo el director de la revista Dossier Ciudadano, que fue acusado de escándalo público por un reportaje sobre los homosexuales y los anticonceptivos, y por una encuesta sobre el aborto eugénico (cuando se sabe que el ser en gestación sufre un mal irremediable), mientras los directores y redactores de un montón de revistas recibían amenazas de muerte del Sexto Comando Adolfo Hitler (Partido Español Nacional Socialista).
(Permitidme un inciso: Es sorprendente el cambio de actitud de los franquistas: aquellos locos no se recataban de confesarse hitlerianos, incluso presumían de ello, mientras que los actuales miembros del gobierno se afanan en llamar nazis a quienes afortunadamente no piensan como ellos).
Pero volvamos al túnel del tiempo y al esfuerzo de tantísimos ciudadanos, con las mujeres en primera línea, para conseguir dos hitos fundamentales en una democracia: la legalización del divorcio y la despenalización del aborto.
El gran problema para la aprobación de la ley del divorcio radicaba en que mientras el pueblo la pedía, quienes realmente movían y mueven los hilos del país no lo necesitaban para nada. Cualquier católico, y en este país todos los ricos son católicos fervientes, y como más ricos más fervientes, podía conseguir la anulación del matrimonio comprando al tribunal eclesiástico, de una corruptela absoluta. El sacerdote y periodista Antonio Aradillas publicó sobre el tema un libro demoledor “Proceso a los tribunales eclesiásticos”, que fue secuestrado, y de inmediato denunciado ante la justicia por el Tribunal Eclesiástico de Madrid, aunque al fin se sobreseyó la causa y se levantó el proceso.
Aradillas hacía un serio análisis de las burdas irregularidades que cometía la iglesia en los casos de anulación matrimonial.
-Sólo la consiguen quienes tienen muchísimo dinero. Y esos tribunales, con su actitud hipócrita, hacen perder tiempo y dinero a pobre gente que tiene muy poco de las dos cosas.
Pero así como la locura del sexo llegó pronto a la cima, en todo lo demás seguíamos anclados en el pasado, y la esperada ley del divorcio no llegaba, a pesar de que, según una encuesta reciente, la mayoría de ciudadanos (76%) se había mostrado favorable a su aprobación, y mujeres de todos los estamentos sociales lo apoyaban, como la famosa Rocío Dúrcal, que afirmaba:
-El divorcio es un derecho natural, porque cuando el amor muere la convivencia es imposible.
Y la actriz Victoria Abril, entonces en el inicio de su carrera, contestaba de manera inequívoca a una periodista resabiada:
-¿Tienes novio?
-Esas cosas no las uso, y mientras en España no exista el divorcio no me casaré.
-A los diecisiete años una chica no sabe aún cómo es ni lo que quiere –insistió la colega resabiada.
-Eso ocurría en los tiempos de nuestras abuelas. Ahora, las chicas a los 17 años sabemos bastante bien lo que queremos.
Por supuesto, la voz de la iglesia no podía ser más retrógrada, y los obispos hacían coro para decir “¡No al aborto! ¡No al divorcio! ¡No a las relaciones prematrimoniales! ¡No a los anticonceptivos!”, mientras en las playas del país se multiplicaban los pechos al aire y los desnudos integrales. Según las autoridades gubernativas, era imposible impedir el anhelo de tantas jovencitas, señoras casadas y respetables abuelitas deseosas de tostar al sol hasta la última de sus intimidades, y aunque ciudadanos pudorosos, de los que mean agua bendita, requerían la presencia de la policía, la respuesta era siempre que no había guardias suficientes. Momento que el alcalde de Palma de Mallorca aprovechó para zanjar el conflicto de manera clara y rotunda:
-¡No vamos a reprimir una sola teta! Si a esas alturas todavía hay quien se escandaliza, que se quede en casa.
La oposición cerril de la Iglesia indignaba incluso a los católicos (los menos ricos), que leían en las revistas del corazón cómo cualquier famoso conseguía fácilmente la nulidad después de pagar una fortuna. El Arzobispado de Barcelona quiso salir al paso de tantas informaciones que les dejaban con el culo al aire, e hizo público un documento donde afirmaba que una nulidad costaba sólo 40.000 pesetas. Pero todos sabíamos que pagando las 40.000 pesetas la solicitud era sistemáticamente rechazada; sólo los que pagaban tres o cuatro millones de pesetas conseguían el beneplácito de Dios.
El dibujante Ja mostraba, en una historieta, a una mujer que quería anular su matrimonio porque el marido la pegaba. El cura la condenaba de antemano por su proceder: “¿Anular? Eso es pa los ricos. Los pobres, agua, ajo y resina”. Ella no entendía: “¿Y eso qué es?”. Pero el cura se lo aclaraba al momento: “Agua…ntarse, ajo…derse y resina..rse”.
Durante esos primeros años, las feministas llevaron el peso de las manifestaciones. Ya en 1976, el 2 de mayo, día de la madre, se lanzaron a la calle bajo el lema “Por una maternidad libre y responsable”. Reivindicaban idénticos derechos para todos los hijos (legítimos, ilegítimos y naturales), desaparición de la patria potestad paterna, legalización del aborto, y anticonceptivos a cargo de la Seguridad Social. Concluían: “El Día de la Madre, tal como está planteado, comercio puro, no tiene razón de ser”. Y 1979, poco después de aprobarse los estatutos de autonomía de Catalunya y el País Vasco, la detención de varias mujeres y un hombre por prácticas abortivas en Bilbao y en Cerdanyola del Vallès originaron un gran movimiento de protesta. 1.300 mujeres suscribieron un manifiesto para sensibilizar a la opinión pública en favor de las detenidas y exigir el aborto legal y gratuito; entre ellas, Nuria Espert, Massiel, Emma Cohen, Ana Belén, María del Mar Bonet… En otro manifiesto, 1.200 hombres, políticos, intelectuales y profesionales, reconocían haber ayudado en la realización de abortos: Paco Rabal, José Sacristán, Raimon, Santiago Carrillo, Antonio de Senillosa, Victor Manuel… También el pueblo llano, pero contribuyente, quiso expresar su opinión, y 25.000 personas de todo el país firmaron un texto donde se confesaban solidarios con las procesadas y el procesado, y pedían su inmediata libertad. La campaña estuvo muy apoyada desde la prensa, y no cesó hasta conseguir su objetivo.
Pero ese desdichado país, que había gozado de una ley del divorcio en 1932, con la llegada de la República, tuvo que esperar 49 años para recuperarla de nuevo. La ley llegó en 1981, y la primera del aborto en 1985. Durante todo ese tiempo, se practicaron unos 300.000 abortos clandestinos al año, ya que sólo las más afortunadas, unas 30 ó 40.000, podían pagarse, muchas veces con la ayuda de los amigos, pues la familia no podía enterarse, el viaje relámpago a Londres, a Ámsterdam, a Toulouse…, para resolver su angustioso problema, pues aquí era un delito penado con seis años de cárcel.
Llegado a este punto quiero confesarme: éste no es el artículo que quería escribir. Con frecuencia me dejo llevar por el anecdotario ameno, cuando sólo pretendía introducir el tema con unos toques anecdóticos antes de entrar en la cuestión clave: la pretensión del gobierno de remodelar a su gusto la ley del aborto y aniquilar el inalienable derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Las declaraciones de los miembros del PP sobre el tema, aireadas en las redes sociales, podríamos calificarlas de ridículas y patéticas sino fueran peligrosas. ¿Cómo calificar las palabras de la tal Beatriz Escudero, que afirma que las mujeres sin estudios abortan en un 31% y las universitarias en un 5%? Otra de sus afirmaciones tiene una lógica pepera: “Las mujeres asalariadas abortan más que las que están en paro”, normal teniendo en cuenta que, como se dijo en los informativas de TVE, la suya, “a los parados se les pasan todas las angustias rezando”, que es una manera fina, muy pepera, de decir que rezando también se rebajan la libido y la bilirrubina, y ser parado, en fin, es una gozada.
¿Y qué me dicen de la tal Soraya, con su afirmación de que el aborto no es un derecho de todos? Por supuesto, mío no, que soy hombre, nunca tuve la regla, y si le hubiera tenido llevaría muchos años menopáusico y sin posibilidades de abortar. No sigo, esa gente quiere devolvernos a las cavernas ideológicas del franquismo, y ante tanto horror sólo me cabe prometerles un artículo sin frivolidades, consecuente, sobre el tema, en el próximo número de Masala.