Ciutadans ha fichado a Valls y Valls quiere fichar al PSC y al PP, el PSC se encomienda a Collboni y el PP a sus bases; del naranja creciente al azul menguante, pasando por el maragallismo sepia, los colores del 155 se hacen trampas al solitario. Bosch cede amablemente el asiento (del autobús de campaña) a un Maragall 0.2 (sic) que aspira a cruzar Sant Jaume sin pisar suelo. El espacio convergente se desconecta de sí mismo: Munté es cabeza de un cartel sin pies ni cabeza, Graupera el candidato sin partido y sobre ruedas, y Mascarell el candidato sin cartel, sin lista y (casi) sin partido. El efecto Colau, en competición con el maragallismo olímpico por la marca de ciudad global, genera espectacularización y espectáculo hacia fuera, y una mancha de desencanto en la ciudad que sufre la destrucción social y urbana. Mientras tanto, a la alcaldía se presenta un señor que ignora el precio del pan o del billete de transporte —y presume públicamente de su indiferencia e ignorancia—, y se le niegan los derechos (entre ellos el derecho al voto) a muchas que cada día se levantan pensando en cómo conseguir el pan, la sal y la T10.