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Youssef El Maimouni: «La población migrante necesita de una revolución como la feminista»

Hablamos hoy con el hombre tras la grabadora, la persona que ha entrevistado durante los últimos años de Masala a todos los superhéroes y superheroínas a las que hemos ido dando voz y homenajeando en la publicación. Youssef es también uno de esos héroes anónimos que se patea a diario las calles de nuestros barrios, como educador social, para intentar que el entorno sea un poco más vivible para nuestra gente más joven.

 

Youssef (Ksar el Kebir/Comarruga, 1981) se sumó a la familia masalera allá por el 2008 y, desde entonces, en una u otra sección, siempre ha estado aquí. De hecho, es quien firma en este mismo número la sección que inauguramos con el nombre de Baisara, un puré de habichuelas que promete ser tan suculento como las entrevistas que nos ha regalado en estos años.

Procedentes del norte de Marruecos, sus padres se instalaron en la Costa Daurada cuando él tenía cuatro meses. Cerveza en mano y trufando la charla con catalanismos y un acento fluctuante, entre castizo y latinoamericano, Youssef relata sus ires y venires. «Desde los veinte vivo en Barcelona, pero cada tres o cuatro años intento hacer un viaje largo.»

Filólogo de formación, vivió un año en Francia, dos en Latinoamérica, y ha retornado a menudo al norte africano. «Los mejores veranos de mi vida los recuerdo en Marruecos. Porque mis padres, cuando mi hermano y yo acabábamos el cole, al día siguiente nos mandaban para allá. Era la manera de que no perdiésemos la cultura, de estar conectados con la familia, de que aprendiéramos árabe. Estábamos en medio del campo, era idílico. Además estaba toda la familia junta.» Pero si la adolescencia es un período dinamitador de mitos familiares para cualquiera, para Youssef fue, si cabe, más crítico. «Tú no te das cuenta, pero a los quince, para los demás ya no eres un niño y, de repente, te prohíben que te relaciones con tus primas. ¿Perdona? ¡Pero si son como mis hermanas! A mí me sorprendía no poder ir a visitar a una prima si su marido no estaba en casa. Entonces, sí… me parecía maravilloso todo, pero empecé a llevarme muchas hostias a nivel sociológico. Las cosas que tenían que ver, sobre todo, con el binomio hombre-mujer empezaron a molestarme demasiado… y dejé de ir durante muchos años.»

Su brújula apuntó entonces al suroeste y algunos enclaves latinoamericanos, desde México a Brasil, pudieron beneficiarse de su paso por diversos proyectos. «Estuve una temporada con los zapatistas, en Los Caracoles. Ahí conocí a Iñaki, de El Lokal, porque en esa época, para ir de brigadista, tenías que tener referencias. Luego, en Guatemala, viví en Quetzaltenango, trabajando con niñas que eran madres. Eso fue muy duro.»

En los albores del siglo XXI, Youssef era joven y hablaba varios idiomas. «En muchas cosas, a los magrebíes nos ponen palos en las ruedas, pero hay otras para las cuales nos clasifican superrápido: “¿Tú eres moro? Lo harías superbien como educador social”.» Y le empezaron a salir oportunidades laborales. Sin haberlo escogido del todo, lleva más de trece años trabajando con la chavalería de los barrios del centro de Barcelona. Sobre el amplio y variado universo de entidades sociales que trabajan con personas en situación de vulnerabilidad opina: «Hay un montón de empresas en Barcelona que se dedican a servicios sociales. Muchas hacen bien su labor, obviamente, otras no; en el fondo, es una lotería. En vez de municipalizar a los trabajadores sociales (saldría caro, porque el Ayuntamiento tendría que pagar según las condiciones del convenio municipal), se externalizan los servicios». Y las entidades sociales tienen unos objetivos económicos que cumplir «y, muchas veces, tienen que ser frías. Y, entonces, tú que das la cara, y has creado un vínculo profesional y emocional con las personas con las que trabajas, de repente, tienes que dejarlas en la estacada. Te das cuenta de que, al final, todo se mueve por intereses con las subvenciones. Si los gobiernos las dan para trabajar temas de género o de inmigración o de tercera edad o de sense sostre, pues las entidades van a pescar donde pueden.»

De todas formas, y aunque admite estar «un poco quemado », asegura que le «enriquece mucho. Se nota que la gente que trabaja con jóvenes tiene cierto espíritu más juvenil. Te enganchan algo». Como, por ejemplo, los gustos musicales: «Ellos aprenden de ti y tú aprendes de ellos. A mí me dices, hace tres o cuatro años, que iba a escuchar trap… Y ahora es lo que más escucho».

No le gusta usar el concepto «Occidente», pero afirma que «aquí hay algo que no estamos haciendo bien. No sé decirte qué, pero a mí me recuerda a lo que he leído que pasó en Francia en los noventa. Hay muchos jóvenes que han nacido en Cataluña, pero que cuando les hablas en catalán les entra la risa. Uno me decía un día: “Youssef, es que a mí los únicos que me hablan en catalán son la policía y los profes”». Y así, «al ver que esta sociedad no acaba de ser la suya, muchos que han nacido aquí vuelven a buscar referentes en sus raíces ancestrales».

«Creo que los chavales, y no solo ellos, la población migrante en general necesita de una revolución como la feminista… o la homosexual. Hasta ahora, simplificando mucho, ha habido dos posiciones: la de rechazar al migrante y la del “yo no tengo problemas con ellos”, que es lo mismo que ha pasado con las personas homosexuales o con las feministas… y pienso que la comunidad migrante debería conseguir hacer algo similar. Ser ellos —mejor dicho, nosotros— los que de alguna manera también reivindiquemos ciertas posiciones ideológicas y no necesitemos de nadie más. Lo mismo que están haciendo las mujeres… Tenemos que encontrar cierta madurez.»

Youssef, que acaba de convertirse en el papá de Mina, reflexiona: «El otro día leía que el racismo se hereda, que las frustraciones de los padres se heredan, que los complejos se heredan… hay que romper con todo eso, pero de manera autónoma. Para mí la aspiración es esa, la del movimiento feminista: no necesitamos a nadie para hacer esto, es una cosa nuestra, y si algún día requerimos de alguien, no te preocupes que ya te llamaremos. Creo que, por lo menos, la comunidad árabo-musulmana tendría que hacerlo».