masala és barreja d'espècies

El Acuerdo de Paz en Colombia

En los últimos tres años y medio, Colombia vive una situación desconocida con el desarme de la guerrilla más antigua de América Latina, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP). Este nuevo escenario coloca a la sociedad colombiana ante el reto de intentar resolver un conflicto económico, social y político que devino armado, desde lugares diferentes a la negación del adversario mediante la violencia.

El Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera firmado en noviembre de 2016 divide al ejército que puso en jaque al Estado colombiano y lo obliga a tomar el camino de la institucionalidad y la participación electoral. En adelante, Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC). En este camino, la guerrillerada convive con la frustración y la esperanza ante los escasos avances en la implementación de los compromisos del acuerdo por parte del actual Gobierno, heredero del ultraderechista Álvaro Uribe.

Isabela Sanroque, guerrillera fariana desde 2004, es una de esas protagonistas de la historia que están en primera línea, pero nunca aparecen en las portadas. Ella estaba en La Habana cuando el Gobierno y las FARC-EP firmaron el Acuerdo de Paz; formó parte de la Subcomisión de Género en la mesa de negociaciones. Durante sus últimos cuatro años en el monte, era un mando medio del Bloque Oriental de la organización insurgente en las Sabanas del Yarí. En Cuba, también trabajó con la Comisión de Organización de la guerrilla, recibiendo y reuniéndose con entidades sociales de Colombia que llegaban a la isla para aportar su granito de arena en la construcción de la paz.

Para alcanzar este acuerdo las FARC-EP y el Gobierno colombiano necesitaron cinco años de negociaciones conocidas y otras previas en encuentros secretos; además de hasta cinco conversaciones fallidas anteriores con diferentes gobiernos en los últimos cuarenta años sin que cesaran los enfrentamientos. El pueblo colombiano discurre así entre la tensión del tránsito de la guerra a la paz y la necesidad de tejer una reconciliación que arrastra décadas de muertos. Sobre la reconciliación y la reparación, Sanroque cree que despojarse de prejuicios, dialogar y decir la verdad sin agredirse pueden representar un ejemplo de lo que necesita Colombia para la implementación de los acuerdos. Actualmente, forma parte de la Comisión de la Verdad de la FARC para planear estrategias enfocadas en la reconciliación y la memoria. También es la delegada del partido en el Consejo Nacional de Paz, instancia que eleva recomendaciones al Gobierno para el cumplimiento del acuerdo.

Isabela Sanroque volvió de La Habana y fue para Icononzo (Tolima), uno de los veinticuatro Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR) fruto del acuerdo, donde se han instalado 2.900 combatientes de las 13.300 que se desmovilizaron para iniciar una vida civil en comunidad con apoyo público. En los ETCR, la producción cooperativa estructura la cotidianidad y dibuja el porvenir. En Icononzo cultivan sacha inchi (1) y producen la cerveza La Roja; además, tienen proyectos de turismo comunitario, de manufactura, y también uno agropecuario y de ganadería, además de una fundación de arte y cultura.

Pero en esta apuesta por la vida también encuentran graves obstáculos. Según el Instituto de Estudios por el Desarrollo y la Paz, solamente en 2020 (hasta el 4 de abril) 21 excombatientes firmantes del Acuerdo de Paz y 72 activistas sociales y defensoras de derechos humanos han sido asesinadas (2). Durante la teórica paz, la violenta cifra se eleva a más de 900 muertes, 197 de ellas (hasta el 27 de mayo de 2020) de personas desmovilizadas y 41 de familiares. Además, un reciente informe de la ONU reporta 36 masacres —la cifra más alta desde 2014—, así como la presunta participación de miembros de las fuerzas militares en torturas (3). Ante este panorama y la deficiente implementación del acuerdo, un sector de las FARC-EP anuncia públicamente su vuelta a las armas con las que asume que se siente más seguro y abandera de nuevo los grandes objetivos de la extinta guerrilla comunista nacida de un proceso de autodefensa campesina. En el monte se encontrarán con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), en guerra con el Estado desde la década de 1960 y cuya delegación de paz permanece confinada, desde principios de 2019, en La Habana cuando el actual Gobierno colombiano rompió el diálogo iniciado en 2017.

Hablamos con Isabela Sanroque para que nos explique cómo ha vivido estos tres años de importante trabajo político encontrándose, ya no de forma clandestina, con diversos actores sociales, políticos y comunitarios en la búsqueda de espacios de lucha por la implementación del acuerdo y enredada en la pedagogía de la paz. Y también con distintas instituciones y ONG interesadas en apoyar, sobre todo a efectos de la reincorporación de los y las excombatientes a la vida civil.

¿Crees que es viable la reconciliación en Colombia? Primero de todo creo que es una necesidad. Es un componente del acuerdo, pero tiene que haber unos hilos que socialmente conduzcan hacia respetarnos, escucharnos y entendernos más allá de la frasecita de cajón. Hay que asumir que aquí hubo un conflicto común como sociedad colombiana y así hay que enfrentarlo. Yo creo que un quiebre en ese ejercicio de la reconciliación es que la gente en general no entiende el conflicto como propio, siente que es una guerra por parte de unos terroristas malvados. Mucha gente no tiene conciencia de que el conflicto tiene unas causas y, por ende, siempre van a haber unos culpables y unos odios que son remarcados y todo el tiempo atizados por los medios de comunicación. Es difícil, pero yo sé que hemos ido por lo menos rompiendo el hielo y acercándonos. Y tengo que decir que la reconciliación ha sido un aporte en el cual principalmente han contribuido las FARC, porque hemos sido quienes hemos buscado distintos actores, nos hemos encontrado y hemos pedido perdón cuando ha sido pertinente. Hemos hecho que la reconciliación no haya sido una formalidad, sino un ejercicio de memoria, de dignidad, de acercamiento, de tejer diálogos que antes eran impensables

¿Cuáles han sido los principales obstáculos en ese camino de la reconciliación? A mí me parece que los odios heredados y una influencia y un estigma muy grande de la élite contra los sectores de oposición. Esa tendencia histórica violenta en Colombia contra el pensamiento distinto por el poder de la tierra: en este país, tener una opinión crítica, un ideal más libertario, puede costarle a una la vida. Hay todavía unas raíces muy profundas en la sociedad colombiana de despojo, pero sin una conciencia real de «¿qué es lo que ha pasado?, ¿quiénes se han quedado con la tierra, con el poder político?». Eso dificulta acercarse y resolver los conflictos que tenemos como sociedad. A mí me parece que los odios heredados y una influencia y un estigma muy grande de la élite contra los sectores de oposición. Esa tendencia histórica violenta en Colombia contra el pensamiento distinto por el poder de la tierra: en este país, tener una opinión crítica, un ideal más libertario, puede costarle a una la vida. Hay todavía unas raíces muy profundas en la sociedad colombiana de despojo, pero sin una conciencia real de «¿qué es lo que ha pasado?, ¿quiénes se han quedado con la tierra, con el poder político?». Eso dificulta acercarse y resolver los conflictos que tenemos como sociedad.

¿Cómo encaja en este panorama la guerrilla desmovilizada? En el imaginario de los exguerrilleros y exguerrilleras había muchas expectativas en este Acuerdo de Paz después de una historia de resistencia sumamente larga, de vidas dadas por esta causa, una historia de mucha dignidad, de mucho pueblo para sacar adelante este proyecto político. Entonces, esta posibilidad es la puerta abierta a poder renovarnos como país y ajustarnos a esas medidas democráticas, porque el acuerdo realmente ni siquiera es la revolución, sino que es como un escaloncito para avanzar hacia la democracia. Cuando se firmó, nosotros nos llenamos de victoria, de esperanza; no es soberbia, pero es como decir: «¡Hijuepucha! Valió la pena esto, por lo menos vamos a lograr algunos cambios». Lo de la dejación de armas de por sí tiene un peso simbólico muy grande, ya que quedamos vulnerables en un país con estas condiciones de violencia y de odio. Pero estos tres años con una implementación desgastante, casi nula en muchos sentidos, han generado en la gran mayoría un sentimiento de mucha frustración y mucha rabia contra el régimen.Yo no voy a justificar el retorno a la lucha armada, porque estoy totalmente en contra de lo que hicieron algunos pocos. Hay muchas dudas, porque la gente es consciente de que no hay voluntad política, de que no existe el esfuerzo del Gobierno por cumplir.
Y hay otra minoría, en la que me incluyo, que de pronto no tenemos la verdad —sería muy arrogante decir eso—, pero hacemos el análisis desde otra orilla y vemos que valió la pena lo que se hizo, el Acuerdo de Paz era la alternativa en un país como este. Realmente estamos avanzando ese escalón hacia la democracia, pero es que no era estirar el pie y subirlo, implica algo así como luchar contra la gravedad. Es difícil en un lugar con un régimen como este. Hay un sector de reincorporados que estamos más activos, que sabemos que este Gobierno no es ni siquiera una puntica de democracia, pero que podemos todavía luchar. Tenemos que buscar otros actores aliados de la sociedad.
Y tenemos la nostalgia, que es lo que nos inunda a todos, de lo que fue la vida en la guerrilla, con otras condiciones de vida personal, otra cotidianidad, los objetivos de lucha tan claros, la disciplina política pegada a la disciplina militar. Eso le da una connotación distinta al quehacer revolucionario. Así que ahí estamos, luchándole, y como con más esperanzas, no sumidos en «esto se acabó, y se acabó lo que fuimos», sino al contrario: hay que cimentar el futuro sobre esa historia.

¿Qué crees que sería necesario para superar esa frustración de la que hablas? No sé como explicarlo, es complejo porque está amarrado por un lado a la nostalgia. Esa nostalgia la he analizado desde mi propia vivencia, creo que tiene que ver con la melancolía de lo que fuimos como comunidad: estábamos juntos en unas condiciones de vida muy distintas. Entonces enfrentarte a la vida civil… No es que hayamos salido un poco de locos que no saben cómo vivir la vida, sino que la vida civil en Colombia es muy dura, por el tema económico, por el estigma, por retornar a situaciones de violencia muy brutales. Hasta ahora, hay 197 excombatientes asesinados. Esa inseguridad por la vida de uno, sobre todo en entornos rurales, genera mucha incertidumbre y mucho pánico. Además, estamos en un régimen que ni siquiera ha sacado de prisión a los presos reconocidos por la FARC, que es uno de los compromisos. Todo lo relacionado con la reincorporación ha sido relento, todo es un aparataje, todo es cumplimiento de un montón de normas muy difíciles. Para nosotros es muy duro. Para modificar esa frustración tendría que entrar un gobierno de otro tipo, que esté comprometido realmente con la implementación del Acuerdo de Paz y con la posibilidad de que construyamos una nueva sociedad reconciliada, con indagar en la verdad. Pero es que este Gobierno está haciendo lo contrario, ocultando la verdad, dándole a las instituciones otro énfasis.

¿Pueden sostener ese sentimiento de comunidad los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación? ¿Qué papel juegan? Yo creo que sí, porque allí estamos instalados y hay otro ambiente. Mi ETCR asignado es el de Icononzo, aunque yo voy dos veces al mes y me quedo un fin de semana, porque mis tareas están en Bogotá. Allí están las familias, ahora hay muchos bebés. La gente está organizada como una comunidad. También es normal que hayan surgido otro tipo de conflictos cotidianos, ya no es la convivencia que teníamos en la guerrilla con unas normas que nos regían hasta la hora del cepillado. Ahora la gente tiene libertad y autonomía en muchas cosas. Sin embargo, cuando estábamos en la guerrilla teníamos a nuestros comandantes ahí. Podía ser que nunca vieras a Manuel Marulanda, al Mono Jojoy, a Alfonso Cano, pero sabías que los tenías ahí en conexión, había una comunicación desde el mando de la escuadra de uno hasta el Secretariado. Había una conexión con los jefes y un respeto impresionante por esa autoridad. En cambio, ahora la gente se siente un poco lejana a los dirigentes que están en Bogotá en diferentes entes superabsorbentes. ¡No se están rascando la barriga!, pero es que es imposible ejercer un cargo parlamentario viviendo en una zona veredal. Entonces, no para todo el mundo está tan clara esa situación.

¿Qué cambios positivos habéis encontrado con los ETCR? Ya solo el tema de la maternidad es una libertad muy grande, porque en guerra una no podía. Ahora una puede hacerlo cuando le dé la gana. Hay familias que ya tienen hasta dos bebés en tres años. Existe una renta básica, pero la mayoría de muchachos y muchachas vienen de una dinámica de trabajo fuertísima de la guerrilla. Todo el mundo trabaja, se rebusca, están los proyectos productivos, hay de todos modos una vida activa en términos de procesos económicos cooperativos. Hay libertad para ir a jugar fútbol o voleibol, no hay un orden del día como en la guerrilla. La gente puede salir a tomar una cerveza, a bailar, a emborracharse. En la guerrilla, había muchas cosas de las cuales estábamos privados, pasaban meses sin tomarse ni una sola gota de licor, era imposible.

¿Qué papel juegan las mujeres en todo este proceso? Es muy importante, porque las mujeres veníamos desde la guerrilla con una práctica de igualdad en todos los roles con los hombres, de mucha autonomía, de mucha proyección de nuestras capacidades, y eso se materializó en nuestra propuesta política que se llama «Feminismo Insurgente» (4). A mí lo que me llama más la atención es que, por un lado, hay algunas compañeras que fueron comandantes y superpilas en el tema de combate y ahora son casi amas de casa: es muy triste, hay un retroceso. Pero, por otro lado, también hay mujeres que están asumiendo responsabilidades; por ejemplo, la jefa encargada del Comité de Salud en el ETCR a la vez es la responsable de educación en otro sector; la mayoría tienen dos o tres responsabilidades. En cambio, los muchachos con una se dan por bien servidos. Hay muchas que están haciendo carrera política, eso es un fenómeno muy interesante, las candidatas de la FARC son ejemplares.

¿Cómo te sientes en esta vida civil, institucional? ¿Cómo has vivido el cambio? En lo personal ha sido muy duro, yo era comandante, estaba en tareas sobre todo de dirigir tropas, pero mi énfasis siempre fue el trabajo político con campesinos. En este tránsito, me asignaron hacer tareas en Bogotá donde, en general, hay una opinión pública positiva a pesar de que la derecha tiene fuerza; pero las elecciones y las posibilidades de puertas abiertas para nosotros han sido bastantes. Sin embargo, ese mundo, esa dinámica de las organizaciones sociales urbanas es sumamente desgastante. En lo personal, este tránsito político me ha afectado mucho: adaptarme a discusiones larguísimas, de muchos términos, y muchas citas y, a mí, a veces, la verdad, me da un poco de pereza. Pero, en general, ha sido una oportunidad importante, porque he logrado volver a estudiar en la universidad y conseguir también abrir puertas en muchos sitios para hablar de nuestro proyecto político. En cuanto a la reincorporación, pues lo básico. Estoy viviendo con la renta básica, el hecho de uno tener que responder por el arriendo, por los servicios, por sus gastos… En la vida guerrillera uno no tenía que hacerlo, porque la organización le suministraba todo. Pero, ahora, si no te consigues un trabajo, la renta básica cubre gastos mínimos, el tema de la incertidumbre frente a la vivienda es muy grave para los reincorporados en las ciudades, porque no es fácil que nos arrienden por el estigma, porque piden papeles y es muy difícil comprar casa. Por otro lado, también hemos vuelto a ver a las familias. Por ejemplo, en este momento tan duro (5), estar ellas es muy importante, y formarse y cualificarse también.

¿A qué retos os enfrentáis hoy? Las proyecciones futuras y las lecturas internas del partido frente a la coyuntura política y los pasos que hemos dado como organización nos han generado una fractura evidente. Quienes todavía apostamos por el Acuerdo de Paz estamos atravesando muchas situaciones difíciles, como el asesinato de los compañeros o la falta de cumplimiento, pero también estamos haciendo cosas. Ahora tenemos una propuesta para el país que se llama «Plan de Choque Social», que recoge elementos básicos de lo que necesitaría nuestra sociedad para enfrentar este momento tan difícil en medio de una crisis económica tan dura y de salubridad. Yo ahora estoy trabajando para crear escuelas infantiles hasta los doce años, estamos haciendo trabajo de memoria, medioambiental. Le estamos diciendo al país: «En medio de mil dificultades que no tiene ninguno de los otros partidos, nosotros también tenemos una propuesta». Y ha sido muy difícil poder incidir, por el estigma, por la inexperiencia. Este es un camino que hay que hacer con muchas espinas, hay que meterle mucho compromiso y mucho valor.

Notas:

(1) Planta amazónica semileñosa cuyo aceite posee un alto contenido nutricional.

(2) Más información en indepaz.org.co

(3) Véase ves.cat/et9S

(4) Más información en ves.cat/et9T

(5) Se refiere a las restricciones a causa de la covid-19.