masala és barreja d'espècies

El Satisfyer como caballo de Troya o agente doble

En el último año, el Satisfyer ha estado presente en foros y conversaciones de todo tipo, trasladándose a la vida pública y privada de muchas personas. Este objeto ha tenido el mérito de convertirse en una campaña viral de éxito apabullante, al tiempo que en un estimulador de los debates más públicos alrededor de la sexualidad de los últimos tiempos. Tras esta promesa de revolución envuelta en el papel de regalo del capitalismo, ha surgido la pregunta de si se trata genuinamente de un paso adelante más del feminismo o de un caballo de Troya del mercado.

Pocos booms se han vivido últimamente alrededor de la sexualidad como el que ha provocado el popularmente conocido como «succionador» de clítoris o Satisfyer (siendo esta solo una de las marcas comerciales disponibles en el mercado y, a la vez, un aparato que no se basa en la succión). Si bien el artefacto se inventó en 2014 y llegó a los mercados estatales en 2016, la supuesta «revolución» empezó en 2019, inundando no únicamente redes sociales y conversaciones de bar, sino también tertulias de radio, artículos en la prensa generalista, opiniones en blogs; y agotando existencias tanto en tiendas especializadas como en catálogos online. La promesa de orgasmos en dos minutos para personas con clítoris, así como el «bajo» precio del aparato en cuestión y una presentación estética y amable, generaron un hype cuasi sin precedentes en el terreno de la sexualidad y el autoplacer, del que se infería que no solo la masturbación «femenina» existe, sino que puede ser un tema público (al menos, en lo permitido por el mercado).

Ante un impacto tan masivo y una conversación general tan presente, las suspicacias y resistencias siempre están garantizadas, a la par que surgen preguntas y cuestionamientos que interrogan más allá de la superficie y pretenden analizar el posible impacto para nuestras vidas, dejando de lado artificios publicitarios o «subidones» pasajeros. A estas alturas, y para esta pieza, no nos parece tan interesante el fenómeno que inauguró el «succionador» de clítoris como los múltiples debates que ha traído a la mesa y que hunden sus raíces en el modo en que percibimos la sexualidad, la legitimidad del placer o las resistencias del sistema patriarcal que nos rodea; especialmente, si esos debates se mantienen y desarrollan o si han sido transitorios. Los temas de discusión alrededor del Satisfyer son, haciendo una analogía terriblemente evidente, como el clítoris: siempre han estado ahí, pero han sido históricamente ninguneados, de disfrute minoritario o solo hemos tenido en cuenta la superficie de algo mucho más complejo y relevante.

Muchos de estos debates se han planteado en cuanto que posicionamientos enfrentados, generalmente binarios. Una primera aproximación es siempre desde un ámbito moral, en el que se discute si el «succionador» de clítoris es una cosa buena o mala, si ha venido a enriquecer la vida sexual de las personas o a arruinarla. Pero en lo que atañe a la batalla entre feminismo y capitalismo, las posiciones también se enfrentan y siguen un patrón similar; ¿es este aparato el «enésimo» resultado de una revolución feminista en marcha, que ahora atañe al placer y a la libertad sexual, o es una muestra más de la capacidad del capitalismo para fagocitar cualquier lucha en pro del mantenimiento de sus intereses, creando una ilusión de «liberación» y avance en materia de derechos? En ese sentido, ¿somos clientas que cuentan con el beneplácito del sistema que suelta, poco a poco, algunas migajas para engañar al hambre o personas con agencia que toman aquello que se les ha arrebatado históricamente?

Frente a esta sempiterna pregunta, que se extiende a casi cualquier forma de consumo o de organización de la vida, y que va mucho más allá del tema que hoy nos ocupa, no existen por ahora respuestas definitivas. Pero sí podemos preguntarnos, en esta tensión existente, qué elementos de este sistema está perpetuando un fenómeno como el Satisfyer y cuáles está transformando.

La visibilización del placer y las herramientas necesarias

Se diría que con el Satisfyer se han reinventado no solo el orgasmo de las personas con vulva, sino el clítoris en sí mismo. Y que, de paso, lo ha hecho revolucionando un mercado poco conocido, el de los «juguetes sexuales».

Pero, por chocante que parezca, hay que tener en cuenta que, si bien la existencia y anatomía del clítoris habían sido descritas en algunas ocasiones en la historia antes del siglo XX, los primeros estudios precisos y completos sobre este órgano no vieron la luz hasta la primera década del XXI y la primera representación que se popularizó no apareció hasta el 2015. Sí, 2015. Y estamos hablando de un órgano humano. El «problema» es que se trata de un órgano cuya única función es el placer, el placer de las personas con vulva. Este descuido sistemático no se debe a una cadena de inocentes casualidades y fortuitos desencuentros, sino que surge de una forma específica de comprender la sexualidad «femenina» (específicamente orientada a la reproducción y absolutamente coitocéntrica y heterocentrada), de una desposesión y de una opresión. Aún inmersas en este contexto, cualquier visibilización o popularización es recibida con los brazos abiertos.

Por otro lado, el mercado de los «juguetes sexuales» (curioso concepto, que se refiere al ámbito del placer, pero también al de la simulación) destinados a las mujeres y al resto de personas con clítoris ha sido históricamente bastante estático, además de tremendamente centrado en la creación de artilugios «sustitutivos» del falo u orientados a la penetración. Esta generalizada falta de imaginación [con excepciones D. I. Y. (1)] responde a la misma lógica coitocéntrica y heterocentrada, y a múltiples asunciones que se derivan de ella, como que el placer de las personas con clítoris es menos importante o, como mínimo, menos rentable… hasta el momento. Dejando atrás este razonamiento, el Satisfyer ha seguido la estela de otros juguetes más centrados en explorar otras partes relevantes de la anatomía, sin descuidar una apariencia «cuqui» y menos agresiva, quizá menos «masculinizada». Aquí, un feminismo más pop se siente contento de no tener que renunciar a la estética. Y un capitalismo supurante de purplewashing (2) puede argumentar que no solo se adquiere un objeto, sino que lo que se compra es una experiencia con potencial para cambiar tu vida.

La parte por el todo

Entre los argumentos indiscutibles que se han puesto sobre la mesa está el de las inherentes bondades de poder llegar a conocerse más a una misma y a los propios orgasmos. Y no es un hecho banal, dado que una gran parte de mujeres heterosexuales manifiesta alcanzar pocas veces el orgasmo en una relación sexual compartida con otra persona y muchas (especialmente de generaciones con más edad) no practican la masturbación por con- siderarla todavía poco apropiada, innecesaria cuando se está en una relación o moralmente reprobable. O a veces por desconocimiento. Y es que la sumisión de los cuerpos de las mujeres y de otras personas con vulva alcanza incluso los resquicios más privados de la intimidad.

Aún así, no hay que tomar la parte por el todo; el Satisfyer no invita per se a nadie a explorar el propio cuerpo ni a dedicar horas a inventar y reconocer nuevas prácticas o placeres más allá; es decir, a conocerse. Contrariamente, puede refor zar la idea de que la sexualidad sigue basándose en una genitalidad específica y en una estimulación hiperfocalizada (muy poco se habla de las personas a las que el Satisfyer no les funciona, no les encaja o les produce incluso displacer). Por no decir que puede llegar a hacer que obviemos que el mayor placer sexual se ubica principalmente en la mente y, a partir de ahí, donde sea. Y, para ello, los aparatos que proporciona el capital son accesorios, divertidos y estimulantes, pero no deberían ser necesarios o imprescindibles.

La optimización como azote capitalista

Una de las promesas más impactantes es la de poder disfrutar de orgasmos en menos de dos minutos (e incluso de más de un orgasmo seguido). A raíz de esto, pueden surgir dos preguntas opuestas: «¿Será esta maravilla posible?». Y «¿para qué quiero que el autoplacer dure solo dos minutos?».

La creencia de que las personas con vulva «tardan» mucho en tener un orgasmo y que es algo complejo de conseguir está todavía vigente en la actualidad. Básicamente, cuando se toma la masturbación masculina como referente o el coito heterosexual como medio principal. Y ante prácticas y relaciones que pueden llegar a ser frustrantes, incómodas, profundamente desempoderadoras… una llegada rápida y garantizada al orgasmo es una vía alternativa terriblemente interesante.

Pero, por otro lado, esta fastfoodización de los orgasmos ha recibido ingentes críticas. Y estas no se refieren solo al hecho de que la rapidez en sí generalmente no va emparejada con un autoconocimiento profundo y pausado, como comentábamos anteriormente. Indican sobre todo la obsesión de la sociedad actual por la optimización del tiempo y los recursos. Poder masturbarse en dos minutos para luego seguir con tu día a día puede ser un lujo… o un despropósito. En cierto sentido, esta realidad se ha vuelto especialmente visible en este aún reciente período de confinamiento: aprovecha el día, haz deporte, aprende a cocinar, acaba la videollamada de trabajo y agenda otra cita, cuida de los tuyos, lee otro libro, escribe un libro… en resumen, ten todo tu día programado, toda tu semana programada, para que sea eficiente y productiva. Si bien el concepto de «autocuidado» sale reforzado de esta «batalla», en este capitalismo salvaje lo hace paradójicamente a costa del propio autocuidado. No solo es agotador, sino que es caro y está reservado a unas cuantas personas privilegiadas que pueden permitírselo. Este supuesto autocuidado no es tal si no es feminista.

Las masculinidades frágiles

El impacto del «succionador» de clítoris ha dejado su impronta también en la masculinidad, o al menos en aquella o aquellas hegemónicas que se han visto profundamente interpeladas y no viven el fenómeno precisamente con alegría. Hecho curioso, porque ¿de qué modo un artefacto para el autoplacer de las personas con vulva puede interpelar a la masculinidad? ¿Qué tienen que ver ellos con esto?

De los comentarios en foros, entre críticas despectivas, mofas y alardes de autosuficiencia… se sigue desprendiendo la idea de que el placer femenino se debe y depende todavía de aquello que un hombre cisheterosexual tenga a bien proporcionar. O, como mínimo, permitir. Que esto se trata de una competición o de un sustitutivo cuanto menos, que viene a traer el miedo a quedarse obsoletos. Del mismo modo que un sector de la población cree que está haciendo el feminismo. En ello subyace la convicción de que si la mujer se apodera de su propia sexualidad, ellos pierden el control.

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Todos estos temas de conversación colectiva (entre muchos otros) que ha visibilizado el fenómeno Satisfyer no deben ser solo pasajeros. Cuando algo estalla con un furor así y hay muchas voces entrechocando, se corre el riesgo de que el debate, que nace con la misma promesa de transformación y cambio radical se quede en un gesto estético y/o superficial; que la liberación ya ha llegado, que el placer femenino es esto, que ahora ya nos pertenece lo que nos había sido arrebatado.

El Satisfyer funcionaría como epítome de cierto feminismo mainstream actual; tiene su correcta dosis de revolución con su correcta dosis de mercado. La combinación ideal para una nueva sociedad que «evoluciona» y que cada vez tiene menos que ver con la de antes. Como si el sustrato sobre el cual se erige no fuera importante.

Desde una lectura feminista radical, aquello que surge con el beneplácito del capitalismo y a su arrullo es un caballo de Troya. Y es cierto. Pero quizás el feminismo también esté funcionando de caballo de Troya, sacudiendo algunos cimientos. No podemos ignorar muchas conversaciones nuevas sobre orgasmos y sobre placer; los autodescubrimientos; la ilusión de muchas al regalar el juguete a sus amigas como un acto de sororidad y cariño; las historias que circulan (como aquella, en la Barceloneta, en la que un grupo de vecinas se organizaron para comprar sus aparatos y recibirlos en una tienda del barrio, en lugar de en sus casas). Sería absurdo pensar que no hay nada de transformador en ello. Un aparatito que ha conseguido hacer experimentar a muchas lo que no habían sentido en mucho tiempo, o quizá nunca, puede merecer un lugar, para quien quiera usarlo, en nuestra mesilla de noche feminista. O, por qué no, en el salón de nuestras casas, junto al arnés vegano que nos regaló una novia, o al plug anal de nuestro último amante, o junto a cualquier otra cosa que nos haga cuidarnos, compartirnos y darnos placer mientras derrocamos este sistema.

Notas:

(1) «Hazlo tú misma», por sus siglas en inglés (do it yourself).

(2) El término purplewashing evidencia las diferentes estrategias de marketing que usan ciertas marcas para ganar consumidores y mejorar su imagen corporativa a través de su simpatización con el movimiento feminista o algunas de sus premisas.