El asesinato a sangre fría del ciudadano afroamericano George Floyd, el pasado 25 de mayo de 2020, perpetrado por cuatro agentes de policía de la ciudad de Mineápolis (y que nos recuerda con tristeza otro asesinato, el de Juan Andrés Benítez, cometido por seis mossos d’esquadra en las calles del Raval en octubre de 2013), ha traído una avalancha de respuestas en forma de protesta musical, muchas de ellas en el ámbito del hip hop. Pero, desgraciadamente, este tipo de demandas no son algo nuevo y existen prácticamente desde el nacimiento de esta cultura.
La música es protesta y si la calle arde, tiene su reflejo sonoro. Desde que los humos callejeros, a finales de la década de 1960, trajeron el «Say it Loud: I’m Black and I’m Proud» de Mr. Dynamite James Brown, o el «Don’t Call Me Nigger, Whitey» de Sly & The Family Stone, hasta el delicado momento actual, han sido muchas las voces en el ámbito de la música que se han alzado contra la desigualdad racial, la discriminación por el color de la piel y la defensa de la identidad de las personas descendientes de esclavos y esclavas en todo el mundo.
Pero las protestas y alegatos más tímidos, entre festivos y bailables, que dieron los años dorados del soul y del funk se tornaron en ceños fruncidos y caras de mala hostia frente al clash racial, con la llegada del hip hop. El estilo, eminentemente callejero, irrumpía y se apropiaba del espacio público, entrando en competencia directa con el dominio policial, y relegaba a estos en algunos lugares a una banda armada más, en disputa por el uso y disfrute de las calles.
En la East Coast de los ochenta, ya dejaron constancia de ello Eric B. & Rakim o Boogie Down Productions; y grupos como Public Enemy, Brand Nubian o el colectivo Native Tongues hacían un trabajo crítico de fondo que impregnaba de sentir antipolicial muchas de sus grabaciones. Pero, en 1988, un grupo de jóvenes de Compton (California) pusieron el grito en el cielo de una forma explícita y directa: NWA (Niggers With Attitude) publicaron su primer álbum, Straight outta Compton, con el expeditivo e irónico «Fuck the Police» como uno de los puntales de su repertorio.
Ya en los noventa, después del apaleamiento sufrido por Rodney King a manos de cinco agentes de la Policía de Los Ángeles —que fue registrado en un vídeo que dio la vuelta al mundo— y tras la incomprensible absolución de dichos agentes en el juicio posterior, otro californiano llamado Tracy Marrow, más conocido como «Ice-T», lanzó con Body Count, su proyecto más rockero, un balazo sonoro titulado «Cop killer» que provocó la ignición de muchas orejas biempensantes, hasta el punto de que el propio presidente del país en aquel momento, George Bush padre, buscó censurar el tema y procesar a sus autores. El disco fue perseguido por tiendas de todo el país, siendo acusado de «obsceno» e «incendiario». KRS-One, con su mítico álbum de 1993 Return of the Boom-bap, trajo un himno que se convertiría en atemporal, titulado «Sound of da Police», y que también incluía el polémico track «Black cop».
El brutal asesinato en el año 1999 del migrante africano Amadou Diallo, a manos de cuatro agentes de la Policía de Nueva York, que descargaron 41 balas sobre su cuerpo desarmado, también tuvo su reflejo musical: el por aquel entonces pujante sello Rawkus Records publicó un disco colectivo, que reunió a algunos de los mejores nombres del panorama. El proyecto musical Hip Hop for Respect, dinamizado por Talib Kweli y Mos Def, y cuyo objetivo era denunciar y concienciar sobre el racismo y la brutalidad policial, consiguió reunir en sus cinco temas a nombres como Parrish Smith, Ras Kass, El-P, Pharoahe Monch, Kool G Rap, Rah Digga o Common, entre muchos otros, hasta llegar a 41 MC, simbolizando así los disparos recibidos por Diallo. Todos los beneficios del disco se invirtieron en denunciar este tipo de hechos, y el escándalo del suceso se vio reflejado incluso en la música de artistas más populares, como Bruce Springsteen o The Strokes.
Siguiendo esta estela protestona, en 2001, el beatmaker y también MC Jay Dee, más conocido como «J Dilla», volvió a retomar el concepto «Fuck the Police» con una letra basada en experiencias personales con la Policía de Detroit y usando como beat un loop de librería británico que se hizo muy popular en su momento. En la portada del disco, encontramos referencias a Rodney King, Amadou Diallo y al periodista y preso político Mumia Abu-Jamal.
El racismo estructural y sus consecuencias violentas en el ámbito institucional en pleno siglo xxi han sido sistemáticamente denunciadas por artistas tan dispares como Run The Jewels, Kendrick Lamar, J. Cole, Nas o Childish Gambino.
Y llegamos al loco año 2020, en que se unen pandemia, recortes de derechos, año electoral y la culminación de una serie de agresiones extremas a ciudadanos afroamericanos por parte de los cuerpos policiales en múltiples lugares de Estados Unidos, que tuvo como guinda de la desfachatez un nuevo asesinato en mayo: George Floyd fue asfixiado hasta morir en la vía pública entre cuatro agentes, esta vez de la Policía de Mineápolis, hecho que encendió una mecha de disturbios y protestas que amplificaron, dentro y fuera del país, el estatus de impunidad en el que se amparan la mayoría de departamentos de policía del mundo conocido, y que ayudó a destapar otro caso de asesinato, el de Breonna Taylor, cometido en marzo por tres agentes de la Policía de Louisville, en el curso de un asalto domiciliario por supuesto tráfico de drogas. En lo que respecta a la música, y a los posicionamientos públicos sobre la situación, nunca hubo una unanimidad tan completa: stars como Anderson .Paak, con su «Lockdown», artistas independientes como Dizzy Wright con su «Police can’t see me alive», o Papoose con «Tribute», Pharoahe Monch & Styles P con «Same shit, different toilet», o Terrace Martin con «Pig feet» son algunos ejemplos bastante gráficos de la repercusión que la ola de violencia racista y policial ha tenido en el ámbito musical del hip hop.
Este es solo un repaso superficial. Si quieres profundizar en la temática, encontrarás mucho más material. La policía y sus discutibles métodos nos esperan a la vuelta de cualquier esquina; vigila al vigilante, haz valer tus derechos y, entre ellos, el derecho a la autodefensa.