En el imaginario occidental, en un ataifor árabe, no faltará la tetera humeante rellena de un té dulzón repleto de racimos de menta. Pero si hay un elemento que se consagra por la geografía gastronómica del Magreb y Oriente son los olivos y sus aceitunas. Las que mejor combinan con nuestra rica baisara son las verdes. Para prepararlas al estilo magrebí hace falta paciencia y mucho picante. Con medio kilo de olivas verdes machacadas precisaremos de tres zanahorias cortadas a rodajas, tres ajís rojos y tres verdes también a rodajas, tres dientes de ajo pelados, tres cucharadas soperas de sal gruesa, tres limones cortados en octavos, el zumo de tres limones y agua hasta cubrirlo todo. Secreto: una vez mezclado y colocado en el recipiente correspondiente, le añadiremos cuatro cucharadas soperas de aceite de oliva, nunca antes, y lo dejaremos macerar durante mínimo una semana.
Las aceitunas no fallan, como tampoco lo hizo Zitouni, quien comparte la misma raíz etimológica. A pocos días de fichar por el Real Madrid y de disputar el Mundial de Fútbol de 1958 con Francia —campeonato en el que la selección gala finalizaría en tercer puesto gracias a los históricos trece goles de Just Fontaine, nacido también en el Magreb, en su caso en Marrakech—, la mañana del 11 de abril desapareció del cuartel general donde entrenaba la selección, renunciando a una carrera de éxito, fama mundial y dinero, para desertar y unirse al que sería el equipo más romántico, revolucionario y político que haya existido en la historia del fútbol. Otros jugadores como Mekhloufi, considerado por la crítica de la época el mejor de la Liga Francesa y llamado a ser la estrella del combinado francés durante el Mundial, también lograría huir cruzando a escondidas países como Suiza e Italia, hasta llegar de polizón a Túnez, donde los jugadores se asilaron y reunieron con la cúpula del Frente de Liberación Nacional (FLN). Otros, como Hassem Chabri, correrían peor suerte, puesto que fueron apresados y encarcelados en campos de prisioneros, condenados a trabajos forzosos y a la humillación pública.
En la memoria colectiva de argelinos y argelinas existen dos momentos clave en los que empezó a gestarse un movimiento social y político, con un brazo deportivo y otro armado, para acelerar y lograr la deseada independencia del país que colonizaba sus tierras y bienes desde 1831 después del fin del Imperio otomano. El 8 de mayo de 1945, fecha considerada como el final de la Segunda Guerra Mundial, o la rendición incondicional de Alemania, miles de argelinos salieron a las calles a celebrar la victoria de los países aliados. Aunque en las grandes y masivas producciones fílmicas no se muestre, no hay que olvidar que en la vanguardia, en la primera línea de fuego de los ejércitos aliados, los que recibían los tiros, la carne de cañón, eran ciudadanos de Argelia, Senegal, la India, Marruecos… (véase la película de Rachid Bouchareb, Indigènes). La manifestación fue permitida, pero con orden expresa de no mostrar ni ondear banderas que no fueran la francesa, símbolo de Libertad (!). Este requerimiento no fue cumplido y, desde los balcones y a pie por los manifestantes, sería agitada con orgullo y desafío la verdiblanca, la prohibida, la liberadora. El Ejército francés, sin ánimo de celebrar una victoria con la que no iban a librarse del síndrome de la Francia de Vichy, no dudó y abrió fuego indiscriminado contra la multitud masacrando a miles de argelinos de todas las condiciones en las ciudades de Sétif y Guelma, entre otras localidades. Según diferentes fuentes, cerca de 45.000 argelinos fueron asesinados en menos de dos semanas, hasta el 22 de mayo, cuando los locales se rindieron ante semejante genocidio.
El segundo momento histórico, nueve años más tarde, daría comienzo el 1 de noviembre de 1954, cuando el FLN inició una revuelta popular armada, la Guerra de Independencia de Argelia, con una serie de atentados contra colonos, los piednoirs, que salpicarían toda la Cabilia y que sería conocida como la semana «Toussaint Rouge» (véase la virtuosa y lírica película de Gillo Pontecorvo, La batalla de Argel). Pronto, tras el creciente número de colonos muertos por las acciones de esa guerra de guerrillas, parte de los organizadores tuvieron que abandonar el país y refugiarse principalmente en terreno tunecino. Allí, considerando el éxito y la calidad deportiva de los jugadores argelinos en la liga gala, se les ocurrió crear el equipo que en un inicio sería conocido como «El Once de la Libertad». A pesar de las inestables condiciones y de la prohibición explícita de la FIFA —presionada por Francia—, que no permitió a ninguna selección que formase parte de la organización disputar partido alguno contra la nueva selección argelina, ese grupo humano que había renunciado a sus cómodas vidas en la élite del suelo europeo recorrió buena parte del mundo (sobre todo, en el bloque comunista), para medirse contra equipos de países como Yugoslavia, Vietnam, Egipto, China, Camboya… Disputaron un total de 91 partidos entre 1958 y 1961, con un saldo de 65 triunfos, 13 empates y 13 derrotas.
Durante el último año de la revuelta, mientras se gestaban los acuerdos de Evian y con la realización del referéndum de autodeterminación en el que se obtuvo un resultado del 91 % favorable a la independencia, el equipo del FLN dejó las botas aparcadas y se sumó a la vida cotidiana de la población que intuía pronta su liberación de la potencia colonial (léase el cómic de Rey, Galick, Kris, Un maillot pour l’Algérie).