¿Qué sabemos de la cocina palestina? Absolutamente nada. La razón es sencilla: los y las palestinas se han quedado sin tierras fértiles. Han perdido los olivos, los limoneros, los prados donde los animales pastan, solo mantienen una pequeña salida al mar por Gaza, el Ejército israelí arranca millones de árboles frutales, hay escasez de agua —controlada por Israel—, las tierras se erosionan, las abejas desaparecen y el estado sionista ha introducido manadas de jabalís —animal que nunca antes había existido en Palestina— que provocan daños irreparables en la agricultura.
Handala está hambriento, refugiado, descalzo, con los brazos cruzados (solo los descruza para agarrar una piedra), la ropa zurcida, su cabeza es la de un erizo, de espaldas al mundo, el mundo que da la espalda a Palestina, observando la viñeta, su amargo mundo, en el que todos han decidido pasar por alto la situación de los y las refugiadas palestinas, apoyando la ocupación israelí. Handala siempre tendrá diez años, más o menos la edad en la que Nayi al-Ali fue expulsado de su pueblo, Ash-Shayara, «el Árbol», aldea que ya no existe, enterrada bajo los escombros. Las casas fueron bombardeadas primero y trituradas por las excavadoras después, los árboles destripados, también aquel milenario donde Jesús el Galileo buscó cobijo bajo su sombra después de una larga travesía por el desierto. Handala siempre tendrá la misma edad mientras no pueda regresar a su casa, a su tierra, sentarse alrededor de una mesa redonda con su familia y comer los frutos de los árboles, probar el aceite de los olivos. Handala siempre será sincero, no crecerá nunca; su autor, su hermano del alma, fue asesinado en Londres de un tiro en la nuca una tarde de agosto de 1987 cuando se dirigía a las oficinas del diario Al Qabas en el que trabajaba.
Nayi al-Ali, nacido en 1936 o 1937, fue, sin saberlo, el primer grafitero árabe. De joven pintaba en los muros y paredes de su forzada diáspora. Ghassan Kanafani, uno de los grandes intelectuales, activista y escritor palestino, en una visita al campo de refugiados Ain al-Hilweh quedó impresionado con la poesía visual de un joven que mostraba sin tapujos la realidad de su pueblo. El mayor dibujante del mundo y de la historia árabe se exilió en Dubai, donde creó a su alter ego, Handala, que proviene de handal, una planta trepadora con púas. Pronto se convirtió en un símbolo de la lucha, del sufrimiento, en una personificación de la denuncia silenciada, humilde representante de un pueblo oprimido. Años después, se refugió en el Líbano, para estar más cerca de los y las suyas, donde vivió en primera persona la triste Guerra Civil y la cruda matanza de Sabra y Chatila. En sus viñetas, de rabiosa actualidad, solo cabe la verdad de la injusticia, la honorabilidad de la resistencia. Nayi siempre estuvo con los y las pobres y desde su encuadrado espacio habló de la corrupción de las clases burguesas, del expolio, de la ausencia de derechos humanos, del sectarismo religioso, criticó a las sociedades consumistas. Él, marxista y próximo al Frente para la Liberación de Palestina, mantendría siempre una prudente distancia con los representantes políticos.
En sus más de diez mil viñetas retrató los abusos perpetrados por el ejército israelí, dibujó y satirizó a los políticos palestinos, a los dirigentes árabes, a los petrodictadores aliados de EE.UU., en definitiva, a todos los responsables de la situación de su pueblo. Se ganó por ello enemigos en todos los bandos. Era incómodo, un reflejo de todo el pueblo palestino; había que borrarlo del mapa. Una imagen vale más que mil palabras y Handala se había convertido en un símbolo imposible de ocultar mientras su creador siguiera vivo.
El atentado nunca fue reivindicado. Había recibido en los meses previos numerosas amenazas de muerte; no se amilanó. Sus dibujos eran su arma; sus trazos, la voz de una lucha. Detuvieron a dos agentes dobles que trabajaban tanto para el espionaje israelí como para la Organización para la Liberación de Palestina —ironías de la vida—. Tenían coartadas, nunca se pudo demostrar su participación. Perduran diversas teorías: el Mosad tenía como principal objetivo eliminar a la intelectualidad palestina para con ello erradicar la identidad de una nación. El propio Ghassan Kanafani moriría en un atentando perpetrado con un coche bomba y reivindicado por el servicio secreto israelí. Otra teoría señala a los dirigentes palestinos, a Arafat, celoso de la popularidad de otros e incómodo con las críticas de los propios. Nunca se esclarecerán los hechos por mucho que Scotland Yard, treinta años después, reabriera el caso.
Hasta hace unos meses, para disfrutar y aprender de Nayi al-Ali había que consultar ediciones extranjeras, como la didáctica A Child in Palestine. The cartoons of Naji al-Ali, de la editorial Versobooks. Por suerte, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo ha tenido el buen hacer de editar una extraordinaria recopilación de la obra de quien desde niño se comprometió con su pueblo y nunca renunció a sus ideales. Palestina. Arte y resistencia en Nayi-al-Ali enriquecerá las estanterías de muchos hogares y en él encontraremos otro de los grandes símbolos de Nayi al-Ali: las llaves de las casas que ya no existen, pero que los y las palestinos siguen guardando con el sueño de regresar algún día a ella