Hace días que Janet no pisa el Raval. Aprovechando que hemos quedado en Robadors, acaba de reencontrarse con diversas compañeras para tomar algo en la terraza del Filmax y ponerse al día sobre cómo están y cuidarse un poco. «Con esto de la pandemia, ahora hay cuarenta mujeres nada más trabajando, somos muy poquitas. Lo que ha pasado ha dejado en evidencia la pobreza estructural que tenemos y que, evidentemente, también repercute en nuestro oficio. Vivimos en un sistema donde la tecnología ha avanzado mucho, pero lamentablemente esto no se refleja en la calidad de vida como sociedad».
La crisis provocada por la covid-19 ha acabado, entre muchas otras cosas, con la caja de resistencia que autogestionaban las trabajadoras sexuales del Raval: «Entre que no hay faena y que faltan muchas compañeras, ahora no es posible mantenerla. Antes teníamos nuestro propio banco —algo fruto del apoyo mutuo y la solidaridad— que nos permitía, por ejemplo, ahorrar o solucionar algún problema imprevisto de cualquier compañera. Ahora el dinero apenas te da para subsistir. Date cuenta que muchas tienen a sus hijos en terceros países y, además de pagar su habitación y comida aquí, tienen que mandar dinero cada mes fuera».
«Al principio, antes de que cerraran las fronteras — cuenta la voz pública de Putas Libertarias del Raval—, las compañeras que pudieron se fueron a sus países de origen. Antes éramos unas cien. Las que no pudieron regresar se quedaron. Y, en este contexto, de las que no sabemos nada es de las chicas africanas. Desaparecieron. Sabemos que están en situación de trata o tráfico de personas y hemos preguntado a las instituciones. Nos han dicho que creen que pueden estar en pisos, en diferentes zonas de Cataluña, pero realmente no se les ha hecho un seguimiento.»
«Los primeros días de la pandemia tuvimos un poco de apoyo por parte de la Administración. Y luego, por suerte, tenemos ese gran tejido, esa gran red social, que son las xarxes veïnals, y las compañeras iban ahí, sin ningún problema, porque ahí no te pedían nombre ni apellido ni a qué te dedicabas. Ahí estábamos todas por lo mismo. ¡Agradecimiento eterno! Porque no se preocupaban solo de los alimentos, sino también de los críos, de que tuvieran pañales, ropa… O sea que realmente se demostró que existe otra forma de sobrevivir. La solidaridad aquí en el Raval es algo que yo admiro, adoro y quiero. El Raval es mi, nuestra, patria. Así lo consideramos. Yo soy una gran fanática del barrio. Si se pudiera extrapolar este microcosmos que hay aquí a otros barrios de la ciudad, seríamos una gran sociedad.»
En los últimos tiempos, el discurso abolicionista parece haber ganado espacio y se ha reabierto un debate que en Barcelona creíamos ya superado. «Cuando faltan ideas políticas siempre surge el debate de la prostitución y el abolicionismo. Eso ha pasado siempre; cuando hay una crisis, siempre se usa como cortina o como foco para desviar la atención. La verdad es que el trabajo sexual existe desde el momento en que estás obligada a trabajar. Todas trabajamos por techo y comida y da igual con qué parte de nuestro cuerpo lo hagamos. Lo importante es tener nuestras necesidades básicas cubiertas. La sociedad es hipócrita y clasista, lo que molesta es que haya mujeres que tengan la capacidad de ponerle precio a algo “sagrado”.»
Sobre su lucha por el reconocimiento del trabajo sexual, Janet cuenta: «En 2018 es cuando rompemos el manifiesto estatal del 8M, en el cual “no se podía” hablar de prostitución ni de trabajo sexual. Nosotras, aquí en Barcelona, dijimos: “Perdón, somos adultas y tenemos capacidad de decisión”. Logramos ser reconocidas como trabajadoras sexuales por algunos sindicatos o por Ca la Dona. Y eso no significa que quisiéramos regular la prostitución dentro de un modelo capitalista. Lo que queremos es despenalizarla y garantizar derechos para las trabajadoras sexuales. Los derechos fundamentales que deberían tener todos los ciudadanos»
A menudo, explica, «las abolicionistas hablan de nosotras sin tener en cuenta nuestras propias realidades. Creen que el puterío es muy malo, pero resulta que yo con mi puterío he pagado las carreras universitarias de mis hijos. Y muchas compañeras han hecho lo mismo. Ellas nos ven desde el prisma de la reeducación, de la reinserción en la sociedad. Creen que nosotras estamos de putas porque no valemos para otra cosa. Desde su privilegio, las únicas capacidades que nos ven son para servir, para cuidar, para limpiar… Trabajos muy feminizados y muy precarios».
El empoderamiento es imprescindible. «Yo, a mis hijos, les he inculcado que ellos y su trabajo, sea cual sea, tienen mucho valor. Les digo: “Tienen que ser una buena puta, tienen que hacerse valer para cobrar bien”. Mucha gente no tiene ese enfoque por miedo a perder lo poco que tiene. Yo creo que si, en un trabajo, no reconocen tu valor: puerta y adiós.»
Lo mismo podría decirse sobre la necesidad de ser respetadas en los entornos de lucha. «Una vez estábamos en la presentación de un libro sobre historia libertaria y el orador decía que el anarquismo había nacido para sacar de las calles al lumpen, a los marginados, a las putas, a toda la gente de mal vivir, porque eran confidentes de la policía. Y que el anarquismo había llegado al Raval para limpiar eso. ¿Ah, sí? Al otro día montamos la organización Putas Libertarias del Raval, y que se jodan todos esos machos. Desde entonces, nos hacen reverencias en el anarquismo.»
En definitiva, «cada una se mueve con las herramientas que tiene. Nosotras tenemos el poder de los perroflautas [risas] y quiero agradecer eso, porque siempre hemos recibido el apoyo de los movimientos sociales. Cuando hemos necesitado ayuda para hacer presión en la calle, la gente ha respondido y eso nos da fuerza, nos da poder. Estamos aquí luchando y resistiendo, poniendo el cuerpo, pasando frío, aguantando las miradas de odio y de desprecio. Somos un colectivo que ha demostrado que, a pesar de ser mujeres, migrantes, de sufrir exclusión social y de ser vapuleadas por el sistema, mantenemos la cabeza bien alta diciendo: “Nuestro coño tiene precio y por él se paga”».