masala és barreja d'espècies
Revista d'informació, denúncia i crítica social a Ciutat Vella
Nº 79 – gener 2020

Bazán Frías, elogio del crimen

Como un canto a la libertad y en contra de las cárceles, como un rescate de la memoria popular y colectiva, desde Tucumán (Argentina) nos llega este documental, mezcla de taller audiovisual, creación de ficción y narración de hechos reales, que visionamos y comentamos junto con Daniel Pont, compañero y amigo de Masala, además de artífice de un filme sobre la COPEL. Otra evidencia más de que la resistencia en contra de las prisiones es algo que enlaza períodos históricos y trasciende fronteras.

Este documental narra la otra historia de Andrés Bazán Frías, uno de los delincuentes sociales más buscados en Tucumán (Argentina) durante los años veinte del siglo pasado. De origen humilde, muy popular en los suburbios de su ciudad y conocido como el «Robin Hood de los pobres», su memoria y dignidad son rescatadas en esta pieza audiovisual firmada por el colectivo de Cine Bandido, dirigida por Lucas García, y cuya idea inicial surgió en un taller de montaje de la Escuela Universitaria de Cine, Vídeo y TV de la Universidad Nacional de Tucumán.

Y es que la autoría de esta película es, ante todo, colectiva, porque cuenta, además, con la entusiasta participación de un grupo de personas privadas de libertad del Penal de Villa Urquiza, uno de los más duros de la geografía argentina, donde el 70 % de los reclusos tienen menos de 25 años y están encerrados por causas relacionadas con temas de drogas.

El guión, adaptado de la biografía Vida y muerte de Bazán escrita por su nieta Mary Guardia, mezcla episodios ficcionados de la vida de este expropiador con entrevistas actuales a los habitantes del Penal de Villa Urquiza y de San Miguel de Tucumán, recortes sonoros de los medios argentinos que criminalizan la pobreza y reflexiones del equipo que participa en el rodaje. El análisis que hace la actriz principal, no encarcelada, que interpreta el papel de la compañera de Bazán, resume claramente la necesidad de la existencia de este cine de trinchera. Para ella, entrar en la cárcel durante unos días «es un acto necesario como persona y actriz, aunque muchas veces no es cómodo…». De pronto, la cárcel deja de ser tan lejana, se rompen las barreras de la prisión como cementerio de vida.

En Bazán Frías, elogio del crimen, podemos asistir, por ejemplo, a una proyección para los presos-actores de una encuesta grabada sobre el debate que tiene lugar en Argentina en ese momento sobre la rebaja de la edad penal para ingresar en la cárcel para los menores de 16 años. Dura radiografía de un sector de la sociedad argentina, y también  de la aldea global, que no se cuestiona cuál es el origen de la delincuencia juvenil ni quiénes son los más peligrosos agresores en este caldo de cultivo capitalista, aquellos que manipulan los intereses de las clases populares y roban con guante blanco. Aquellos que nunca entran en la cárcel, mientras que los pobres nunca consiguen salir. Y, cuando lo hacen, es con frecuencia dentro de un ataúd: en 2018, hubo 217 personas privadas de libertad muertas en las cárceles del Estado español. En ese sentido, los créditos finales de Bazán Frías son una bofetada para quien la ve y puede leer ahí que, del grupo de presos que participó en el rodaje, tres acabaron prendiéndose fuego en sus celdas: dos sobrevivieron y uno murió. Otro fue asesinado en la puerta de su casa. Y un último se suicidó al poco tiempo de recuperar la libertad. Cruel goteo de muertes y sufrimiento sin nombre en el que se asienta nuestra «normalidad» social. La COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha), en su experiencia de luchas de la década de 1970, consiguió erradicar durante un tiempo esa violencia dentro de la prisión, estableciendo un necesario respeto, solidaridad y apoyo mutuo entre los presos. Algo de esa fraternidad también se respira en el ambiente, respetuoso y sensible, que se genera durante la filmación de Bazán Frías.

 

Siempre bajo la atenta mirada de los carceleros, tanto el rodaje como el visionado de Bazán Frías se presentan como una oportunidad para reflexionar sobre «la cárcel como coartada —expresa una voz en off—: rehabilitar, incluir ¿dónde, con qué medios, en qué modelo ético de sociedad meritocrática?».

No en vano, en los últimos años de la dictadura franquista, un fiscal de Burgos pronunciaba estas infames palabras: «Las prisiones han de ser como islas donde los presos se maten entre sí». Es por eso que, cuando Bazán sentía la palabra «cana», explican en el documental, escupía al suelo y se le cruzaban los ojos. Es por eso que una de sus obsesiones era liberar a todos los reclusos. Y es por eso que lo mataron, cerca del cementerio del Oeste (el de los ricos), donde se escondía junto a su compañera.

La tumba donde está enterrado Bazán, situada en el cementerio del Norte (el de los pobres), con el paso del tiempo se ha ido convirtiendo en lugar de peregrinación para gente de condición humilde, algunos de los cuales viven al margen de la ley. Gentes que visitan a este personaje histórico, como si de un santo se tratase, para hacerle peticiones y rogativas.  Y es que los justicieros populares atemporales, como Bazán Frías, siempre han suscitado simpatía y admiración entre quienes, en cualquier época histórica, se enfrentan a la policía o al injusto orden económico que precariza sus vidas.

El director y guionista de este documental, que destapa un velo sobre la realidad intramuros, concluye, sin embargo: «Estando dentro de una cárcel como Villa Urquiza uno piensa que de allí no puede salir nada bueno, pero parece ser que de afuera, donde viven los “libres”, tampoco».