masala és barreja d'espècies
Revista d'informació, denúncia i crítica social a Ciutat Vella
Nº 79 – gener 2020

Un viaje feliz

—Aquí tiene su cena —le informó la auxiliar del turno de tarde.

 

Un plato de sopa y un trozo de pan un poco seco. «Ni tan mal», pensó Marga. A sus 82 años arrastraba sus pantuflas por una pequeña habitación de la Residencia VIII del distrito IV, que compartía amistosamente con otra mujer llamada Flor y que estaba enferma desde hacía tiempo. Marga la cuidaba y trataba de mantener conversaciones con ella para que no se fuera tan temprano, para que no la dejara sola, aunque ya lo estaba un poco.

Una mañana, tras un sueño revelador, Marga se levantó con una idea muy firme. Mientras le daba vueltas, empezó a rememorar muchas cosas…

***

… En la fachada del Ministerio del Ciudadano Viajero colgaba un inmenso cartel: «El confort es salir de tu zona de confort». Bajo ese lema, la institución trabajaba para garantizar el orden y la felicidad social, controlando y regulando el estado emocional de la ciudadanía.
 
Había sido creado por el Gobierno poco después del Período Oscuro, del que ya casi nadie hablaba. A partir de aquel momento, cada persona mayor de edad debió empezar a viajar un mínimo de veces por año, en períodos pactados con las empresas. Así se acumulaban los puntos de felicidad.
 La ciudadanía, a su regreso, tenía el deber de entregar fotografías y otras pruebas del viaje —cuantas más sonrisas, más puntos—, y rellenar un cuestionario emocional. Con sus pun tos, accedían a los servicios básicos, pero también, y sobre todo, a mejo res puestos de trabajo, créditos u otros privilegios. Privilegios que, lógicamente, también eran categorizados y regulados por el Gobierno.
 
Por aquel entonces, Marga tenía 23 años, había viajado muchas veces y acumulaba un número de puntos nada despreciable. Su entorno era alegre como un anuncio de las Happy Airlines, tranquilo y, en general, muy cívico. Todo apuntaba a que tendría una vida fácil y feliz, dos adjetivos muy codiciados. No obstante, Marga no se sentía nada bien. Seguía el rollo a sus amigas, encantadas con la consigna de que viajar las convertía en mejores personas, más vividas y más cultas, pero a la vuelta de cada escapada ella se encontraba vacía. Todo aquello le parecía engañoso.
 
Así que el día en que descubrió que no todo el mundo aceptaba ese marco de vida, no lo dudó ni un instante. En un discreto bar escuchó a un grupo de personas que discutían:
—… listas de gente con pocos recursos para viajar, listas negras…—exclamaba uno en voz baja.
—Estamos en ello —murmuraba otra—. Hay que conseguir esos datos…
En la clandestinidad, se había formado un grupo de subversión y sabotaje. Se hacían llamar los «No Viajeros», y poco tiempo después se organizaron bajo las siglas NV.
 
Marga tuvo claro, a partir de entonces, que su vida había tomado sentido. Sin dar explicaciones a nadie, puso todas sus energías en el NV. En pocos años, la organización saboteó reiteradamente la principal compañía aérea —Happy  Airlines— y el aeropuerto de la ciudad, así como las vías de comunicación y transporte más concurridas. Sobra decir que, debido a su militancia, los miembros del NV no viajaban, algo que Marga no echaba de menos, aunque a veces la angustiaba un poco pensar qué podía estarse perdiendo de su vida de postal.
 
Fue entonces cuando Flor apareció en su vida. Había sido elegida junto con Marga para la acción de sabotaje del departa mento de Comunicación del ministerio. Este había empezado una campaña muy agresiva en pro de lo que acuñaron como «turismo de la igualdad», dentro del Programa de
 Regulación del Choque Cultural. Flor, hacker igual que Marga, tres años mayor que ella y de familia humilde, había podido viajar durante algunos años, pero siempre a lugares cercanos y con pocos recursos, así que no había acumulado muchos puntos. Sin embargo, a Marga le pareció enseguida la persona más alegre y amable del mundo. Así Flor y ella fueron forjando una amistad sincera.
 
Juntas participaron en una de las acciones más destacadas del NV. Fue en plena temporada estival, contra el departamento de Salud y Seguros de Viaje. La acción culminó con la destrucción del almacén central de pastillas contra el mareo y la fábrica de somníferos para viajes largos, dos «armas» que utilizaba el Gobierno.
 
Pero la euforia por el éxito no duró demasiado: «Detenidos en la capital nueve no-viajeros preparados para acciones violen tas con explosivos», «La detención de miembros del NV revela la red de apoyo al terrorismo antiviajes», «Todas las claves de la caída del NV». Así rezaban los medios aquel otoño en que una crisis de corrupción interna acabó drásticamente con el NV. Con la excusa de congresos y asambleas generales transfronterizas, la cúpula del NV había estado viajando  a tutiplén durante décadas, acumulando puntos en secreto. La militancia fue cruelmente delatada por la cúpula, que salió intacta gracias a una extensa trama de influencias gubernamentales.
 
Marga y Flor pasaron 17 años internadas en un Centro de Estabilización Emocional para la Reinserción Social. Al cumplir la pena, ambas tenían ya unos años y estaban socialmente manchadas. Muy a su pesar, aceptaron viajar de nuevo, solamente para llegar al mínimo de puntos requeridos para poder ingresar en una Residencia Básica. Estaban juntas en esto y en lo que viniera.
 
Y así pasaron los años, volviendo al descontento de cuando eran jóvenes, pero mucho más cansadas…

***

… A veces, Marga aún se preguntaba si no habría sido mejor llevar otra vida. Después de la traición, la cúpula del NV había accedido a las Residencias para Ancianos Muy Felices. Decían que allí se comía muy bien, que gozaban de un trato excelente, tenían jardines y hasta simuladores 5D para revisitar sus viajes.
 
Sin embargo, la militancia del extinguido NV había quedado repartida en varias plantas por encima y por debajo de Marga y Flor. Ya no podían hacer nada para que la cúpula pagara por lo que había hecho. Tampoco tenían fuerzas como para sabotear la residencia, aunque ganas no les faltaban.

—¡Hora de la pastillita! ¡A ver esa sonrisa…! —la enfermera dejó el botecito, como siempre, encima de la mesa de Flor.

Esta vez Marga no se la dio; hacía tiempo que ya no servía para nada. Se acercó a Flor y le planteó su plan, aunque ella ya no podía escucharla. En pocos días, almacenó varias pastillas en la funda de su dentadura, hasta que llegó el momento. Era una tarde de aquellas en las que ya se respira otoño. Una luz cálida entraba por la pequeña ventana de la habitación, dorando la mano de Flor, que apretaba la de Marga. Diez para cada una, lo había calculado a la perfección. Flor empezó a dormirse al instante. Marga miró con dulzura aquellos párpados cerrados después de tantas cosas… Se llevó las suyas a la boca, tragó y esperó.
 
Expectante, sonrió para sus adentros. Era el viaje definitivo.